sábado, 11 de abril de 2009

El Gato Negro (The Black Cat)


Publicada en 1843, narrada en primera persona, trata la historia de un hombre que se vuelve alcohólico. Empieza contando como era que desde niño al protagonista le gustaron los animales y en especial le gustaban los gatos. Cuando se caso adquirió un gato negro y a su esposa le gusto mucho ese gato. pero paso el tiempo el hombre empezó a salir y llegar muy tarde, discutía con s esposa y volvía a salir. Pero una noche llego y vio al gato negro, su mascota preferida, se le acerca y con la mano le saca un ojo. El gato hulle despavorido en esos instantes y cada vez que llega el dueño a su casa corre sin pensarlo dos veces.

y así pasa el tiempo, el amo sale a emborracharse y cuando llega el gato huye. El hombre se vuelve loco al ver como es que su mascota e toda la vid hulle de el cuando lo ve. Hasta que un día se harta y coge al gato, agarra una cuerda y después lo cuelga des un árbol hasta que muere. A la semana siguiente del ahorcamiento la casa se incendia y cuando el hombre llega ve a un grupo de personas juntas alrededor de la única pared que no se destruyo en el incendio. cuando logra acercarse mas la pared ve, el boceto de un gato gigante ahorcado en la pared.

Paso el tiempo y se consiguió otra casa, siguió bebiendo, un día en la taberna vio a un gato negro que era igual al que el tenia. Le pregunto al tabernero si era de el y el le respondió que no sabia de quien era. El gato lo siguió hasta su casa. Pero se dio cuenta de que era igual al anterior excepto porque el tenia una mancha blanca en el pecho, con la forma inconfundible de una horca. un día bajaron al sótano, el dueño del gato y su esposa para hacer una tarea domestica y el gato los siguió. El hombre había cogido un hacha porque no aguantaba mas al gato y justo cuando le iba a pegar, la esposa pone su mano evitando el acontecimiento y el dueño no resiste mas y la da un hachazo a su esposa en la cabeza, cae muerta. El hombre encontro una pared que habían arreglado no hace mucho y saco unos ladrillos e introdujo el cuerpo de su esposa en el.

Después de eso no volvió a ver al gato responsable de tal acto. Al cuarto día después del asesinato fue la policía a buscarlo y empelaron a buscar en la casa. Buscaron y no encontraron nada y finalmente llegaron al sótano en donde estaba el cadáver oculto. Pero cuando acabaron empezo a sonar un maullido detrás de las paredes y el hombre se dio cuenta, de que había puesto al gato dentro de la pared junto al cadáver de su esposa. La policía removió las paredes y encontro el cuerpo junto con el estaba el gato negro que no paraba de maullar.


A Continuación un fragmento de "El Gato Negro" :

Una noche que entré en casa completamente borracho, me pareció que el gato evitaba mi vista. Lo agarré, pero, espantado de mi violencia, me hizo en una mano con sus dientes una herida muy leve. Mi alma pareció que abandonaba mi cuerpo, y una rabia más que diabólica, saturada de ginebra, penetró en cada fibra de mí ser. Saqué del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí, agarré al pobre animal por la garganta y deliberadamente le hice saltar un ojo de su órbita. Me avergüenzo, me consumo, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.

Por la mañana, al recuperar la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté una sensación mitad horror mitad remordimiento, por el crimen que había cometido; pero fue sólo un débil e inestable pensamiento, y el alma no sufrió las heridas.
Persistí en mis excesos, y bien pronto ahogué en vino todo recuerdo de mi criminal acción.
El gato sanó lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, en verdad, un aspecto horroroso, pero en adelante no pareció sufrir. Iba y venía por la casa, según su costumbre; pero huía de mí con indecible horror.

Aún me quedaba lo bastante de mi benevolencia anterior para sentirme afligido por esta antipatía evidente de parte de un ser que tanto me había amado. Pero a este sentimiento bien pronto sucedió la irritación. Y entonces desarrollose en mí, para mi postrera e irrevocable caída, el espíritu de la perversidad, del que la filosofía no hace mención. Con todo, tan seguro como existe mi alma, yo creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del corazón humano; una de las facultades o sentimientos elementales que dirigen al carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido cien veces cometiendo una acción sucia o vil, por la sola razón de saber que no la debía cometer? ¿No tenemos una perpetua inclinación, no obstante la excelencia de nuestro juicio, a violar lo que es ley, sencillamente porque comprendemos que es ley? Este espíritu de perversidad, repito, causó mi ruina completa. El deseo ardiente, insondable del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar el Suplicio a que había condenado al inofensivo animal. Una mañana, a completa sangre fría, le puse un nudo corredizo alrededor del cuello y lo colgué de una rama de un árbol; lo ahorqué con los ojos arrasados en lágrimas, experimentando el más amargo remordimiento en el corazón; lo ahorqué porque me constaba que me había amado y porque sentía que no me hubiese dado ningún motivo de cólera; lo ahorqué porque sabía que haciéndolo así cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía mi alma inmortal, al punto de colocarla, si tal cosa es posible, fuera de la misericordia infinita del Dios misericordioso y terrible.

En la noche que siguió al día en que fue ejecutada esta cruel acción, fui despertado a los gritos de «¡fuego!» Las cortinas de mi lecho estaban convertidas en llamas. Toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad escapamos del incendio mi mujer, un criado y yo. La destrucción fue completa. Se aniquiló toda mi fortuna, y entonces me entregué a la desesperación.

No trato de establecer una relación de la causa con el efecto, entre la atrocidad y el desastre: estoy muy por encima de esta debilidad. Sólo doy cuenta de una cadena de hechos, y no quiero que falte ningún eslabón. El día siguiente al incendio visité las ruinas. Los muros se habían desplomado, exceptuando uno solo, y esta única excepción fue un tabique interior poco sólido, situado casi en la mitad de la casa, y contra el cual se apoyaba la cabecera de mi lecho. Dicha pared había escapado en gran parte a la acción del fuego, cosa que yo atribuí a que había sido recientemente renovada. En torno de este muro agrupábase una multitud de gente y muchas personas parecían examinar algo muy particular con minuciosa y viva atención. Las palabras «¡extraño!» «¡singular!» y otras expresiones semejantes excitaron mi curiosidad. Me aproximé y vi, a manera de un bajo relieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gato gigantesco. La imagen estaba estampada con una exactitud verdaderamente maravillosa.

Había una cuerda alrededor del cuello del animal.Al momento de ver esta aparición, pues como a tal, en semejante circunstancia, no podía por menos de considerarla, mi asombro y mi temor fueron extraordinarios. Pero, al fin, la reflexión vino en mi ayuda. Recordé entonces que el gato había sido ahorcado en un jardín, contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín habría sido inmediatamente invadido por la multitud y el animal debió haber sido descolgado del árbol por alguno y arrojado en mi cuarto a través de una ventana abierta. Esto seguramente, había sido hecho con el fin de despertarme. La caída de los otros muros había aplastado a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido; la cal de este muro, combinada con las llamas y el amoníaco desprendido del cadáver, habrían formado la imagen, tal como yo la veía. Merced a este artificio logré satisfacer muy pronto a mi razón, mas no pude hacerlo tan rápidamente con mi conciencia, por que el suceso sorprendente que acabo de relatar, grabóse en mi imaginación de una manera profunda. Hasta pasados muchos meses no pude desembarazarme del espectro del gato, y durante este período envolvió mi alma un semi sentimiento, muy semejante al remordimiento. Llegué hasta llorar la pérdida del animal y a buscar en torno mío, en los tugurios miserables, que tanto frecuentaba habitualmente, otro favorito de la misma especie y de una figura parecida que lo reemplazara.

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