miércoles, 22 de abril de 2009

Emily Brontë (Inglaterra; Yorkshire, 30/07/1818 - Yorkshire 19/12/1848)


Nacida en Yorkshire el 30 de Julio de 1818 y fallecida en el mismo poblado el 19 de diciembre de 1848, Emily Brontë es considerada una de las mas grandes escritoras Británicas, a pesar de que solo llego a escribir una sola novela. Nunca tuvo algún tipo de relación amorosa o amistosa con hombres.

Emily al igual que sus otras dos (Charlotte y Anne) hermanas empezó su carrera profesional como institutriz. Y al igual que dos otras dos hermanas su hermano Branwell , cuando eran niños escribieron de un país imaginario del cual no se han encontrado rastro. En 1846 cuando su hermana Charlotte descubrió sus poemas, las tres decidieron publicarlo en conjunto.

Algo difícil de creer es que la única novela que tuvo (y una de las mas grandes de toda la literatura inglesa) fue de un amor tan apasionado que casi rompe las barreras de la muerte.Se dice ella no le pudo poner nombre con referencia al tema del que trataba, así que le puso el nombre del clima del lugar de los hechos. Y así en 1847 publica su única novela bajo el nombre de: "Cumbres Borrascosas".

La muerte le llego el 19 de diciembre de 1848 a la corta edad de 30 años. la mayoría de los escritores y lectores de su obra comentaron que "Ese fue el fin de una de las mas grandes novelistas de Inglaterra del siglo XIX."
Cumbres Borrascosas (Wuthering Heights)

Publicada en 1847, contada en primera persona como la empleada de la casa y la institutriz de los niños, narra la historia del romance entre Catherine y Heathcliff. Empieza cuando el Señor Earnshaw (el padre de Catherine y Hyndley) sale de viaje a Liverpool, Catherine le pide un látigo para amaestrar a los caballos y Hyndley la pide un violín. Cuando regresa los hijos le pidieron regalos que la había pedido. Pero el señor Earnshaw les dijo que había traído un regalo de Dios. Les enseño a un pequeño niño gitano que estaba escondido en su saco. Después de unos instantes los niños le pidieron a su padre los regalos prometidos. Hyndley llega primero y encuentra un violín roto por los golpes del camino, y a Catherine su padre le dice que perdió su látigo por cuidar del niño. En cuanto el padre le dijo eso, Catherine arremetió contra el niño y le escupió en la cara. el padre la castigo y ella le pidió que lo votara de la casa, pero el padre no accedió. Esa noche, la empleada e institutriz de los niños (narradora), hizo que el niño recién llegado durmiera al pie de las escaleras. La señora Earnshaw suspendió a la señora por un mes.

Cuando regreso se entero de que al niño gitano le pusieron de nombre Heathcliff, y se dio cuenta que su relación con Catherine había mejorado mucho, porque el le hacia caso a ella en todo mientras jugaban, pero Hyndley lo odiaba desde el fondo del alma porque lo veía como el usurpador del legado de su padre. Se dieron cuenta de que Heathcliff era distinto a los niños de la casa, cuentan que se enfermo de viruela y el no se había quejado nunca (porque los otros dos niños siempre se quejaban cuando enfermaban. Pero luego se dieron cuenta de que el estaba acostumbrado a esos tratos, además nunca agradeció que lo curaran o el que le dieran un hogar en el que vivir. Cierto día el señor Earnshaw les regalo dos caballos a Heathcliff y Hyndley, Heathcliff solamente por querer el caballo mas hermoso, recibió un golpe de un bastón con el que le daba Hyndley. Nelly (la institutriz- empleada - narradora) le dijo que no dijera que los moretones que tenia eran causa de Hyndley, sino a causa de los caballos, porque Hyndley le iba a pegar mas. Pero a el no le importo mucho, solo le importo que ya tenia el caballo que quería. Y paso el tiempo y los niños crecieron, Hyndley y Heathcliff siempre se odiaron, pero el padre siempre defendia a Heathcliff. Catherine siempre tomaba el liderazgo en los juegos y tenia una risita burlona que siempre molestaba a su padre.

Pasaron mas años y cierto día el señor Earnshaw enfermo y todos se reunieron alrededor se su cama mientras el tosía una y otra vez. Ese día una terrible tormenta azoto a la casa. Catherine que estaba sentada en la cama y había puesto la cabeza de su padre sobre sus rodillas. Ella le empezó a cantar a su padre una canción de cuna, mientras ella cantaba los dedos del señor Earnshaw se soltaron de su mano y Nelly le dijo que ya no cantara, cuando se dio cuenta le pidió a Catherine y a Heathcliff que se fueran a dormir, Catherine le dio un abrazo antes de irse y después se alejo y se dio cuenta de que ya estaba muerto y ella junto a Nelly y Heathcliff se pusieron a llorar. Luego Nelly se fu a buscar a un doctor para que diera el veredicto final. Después de que se fue el doctor se acerco al cuarto en el que estaban Catherine y Heathcliff ellos estaban hablándose y dándose consuelo.

Hyndley fue al funeral después de que había estado de viaje, y la sorpresa fue de todos los criados y de su hermana, al ver que tenia esposa. Desde que lego les dijo a los empleados que se quedaran en la cocina que el y su esposa se iban a encargar de la casa y le ordeno a Heathcliff que trabajara al aire libre en las cosas de la granja.

Cierta noche Catherine y Heathcliff desparecieron y nadie sabia de ellos, Hyndley salio a buscarlos a caballo y no tuvo resultados. En la noche muy tarde llego Heathcliff y les contó que había ido con Catherine a la granja de los tordos donde vivían los Linton, porque la había mordido el perro de la familia, la cuidaron bien pero le dijeron a Heathcliff que se fuera, el se reuso pero Edgar Linton lo amenazo con azotarlo. Catherine se quedo por tres semanas mas, cuando regreso a su casa en Cumbres Borrascosas y cuando llego el que la recibió fue su hermano Hyndley. Cuando llego lo primero que Catherine quería hacer era ver a Heathcliff, pero ella lo vio todo desanimado y sucio y ella cuando trata de ayudarlo el se niega y le grita. Al día siguiente Heathcliff y Nelly se ponen a conversar, Nelly le cuenta a Heathcliff que Catherine se había pasado toda la noche llorando, y Heathcliff dice que el también lloro. Le dice que el tenia mas motivo para llorar, Nelly le dice que el era orgulloso y que ese tipo de gente sufría mas, y lo que debía hacer era pedirle una disculpa a Catherine por lo que había hecho. Pero Heathcliff le cambio el tema y le dijo que Edgar Linton estaba tratando de enamorarla, Nelly le dijo que el era mejor que Edgar Linton, pero Heathcliff le dijo que el no llegaría a ser lo que es Edgar linton porque el es rico y de mayor clase social. El le dijo que lo pensaría pero poco tiempo después el le hecho un balde de agua caliente a Edgar Linton porque creyó que se estaba burlando, Hyndley lo castigo encerrándolo y Catherine le llevo sus comidas en donde estaba hasta que lo liberaron. Mientras durante el tiempo en el que estaba encerrado Catherine se estaba viendo mas seguido con Edgar Linton.

Cierto día Heathcliff le dice a Catherine que el se ve mas con Edgar Linton que con el. Catherine le dijo que no le gustaba estar con el porque siempre era callado y aburrido, en cuanto le dijo esto el se marcho furiosos. Despues llego el señor Edgar Linton. Catherine le dice a Nelly que se marche y estuvieron conversando largo rato. Mas tarde Heathcliff se encontro con Nelly y le dijo que quería destruir a Hyndley y a Edgar Linton, poraque queria vengarse y despues se fue. Al pasar por la ventana del cuarto en donde estaba miro que Catherine se acercaba y se agacho para escuchar la conversacion. Catherine le dice que estaba triste, Nelly le pregunta porque, si es que a ella siempre le daban todo lo que queria. Ella le cuenta que Edgar linton le habia propuesto matrimonio y le pregunto si era lo correcto (antes de contarle lo que respondio). Ella le dice que debia rechazarlo porque siempre se burlaba de el. Pero ella lo habia aceptado, Nelly le pregunta a Catherine si lo amaba y ella le dice que si porque era buen mozo, agradable y en especial era rico, y ella iba a ser la mujer mas rica de todas. Luedo le pregunta que como lo amaba, y ella le responde que todo lo que lo rodea. Luego le pregunta que porque lo ama, Nelly le dice que si era por los motivos que le dijo que amaba a Edgar Linton, porque no buscaba a otro hombre con sus caracteristicas, que si los buscaban los encontraban. Luego ella le dice que en el fondo de su corazon ella cree que esta equivocada. Le cuenta que ella quiere estar con Heathcliff, pero que ella se degradaria sii se casara con el. Nelly se acerco a la ventana y ve que alguien se acababa de ir. Luego Catherine le dice que ella amaba mas a Heatcliff porque se parecia mas a ella, Edgar y ellla eran distintos. Luego Nelly le cuenta de la posible presencia de Heathclif atras de la ventana, despues de eso Catherine sale a buscarlo y ya era muy tarde, porque Heathcliff ya se habia ido.

Y se caso Catrine con Edgar Linton, se fueron a vivi a la granja de los tordos (el hogar de Egar), llevandose a Nelly. Su matrimonio fue muy problematico, siempre habian discuciones entre la pareja y siempre iba Catherine a llorar a Nelly, aunque a veces Nelly le daba la razon a Edgar. Pero cierto dia mientras Catherimey Edgar cenaban. Nelly subio con prisa a avisarles. Catherine se emociono y Edgar no lo quizo recibir. atherine bajo para recibirlo y Edgar para poder ver su amena conversacion le siguio. mientras tomaban el te, Catherine tomo a Heatcliff por las manos y se lo llevo a un rincon. Catherine le dijo que al dia siguiente no iba a creer lo que estaba viviendo en ese momento. Ademas le pregunto que porque no se habia comunicado con ella. El le conto que despues de ese momento iba a vengarse de Hyndly, pero el verla le hizo cambiar de opinion. Edgar llamo a Catherine, cuando terminaron Heathcliff se fue. Catherine esa noche no durmio, porque le conto a Edagr sbre como veia a Heatcliff. Bajo a hablar con Nelly. Ella le dijo que no hablara de Heatcliff en frente de Edgar. Heath cliff sigui visitando a Catherine, cierta vez le dijo que ella le habia tratado mal. En otro dia Edgar le pregunto que el hecho de que se viera distraida y desconcentrada era porque amaba al pobre diablo de Heatcliff , ella le dijo que si le volvia a llamar asi ella se tiraba del acantillado y si el era un pobre diablo ella tambin lo era, le dijo que no queria saber mas de el. Despues de eso Catherine empezo a salir constantemente por los cerros desabrigada. Hasta que se enfermo, con el tiempo se fue empeorando, cierto dia le llego una carta y era de Heathcliff. Decia que estaba en el jardin y que queria verla, hicieron que entre. En cuanto entro, Heatcliff se le acerco y la abrazo y la beso, le confeso su amor, se despidio y se fue. Se cruzo con Edgar Linton y discutieron un rato. Esa misma noche Catherine murio.

A continuacion un capitulo entero de "Cumbres Borrascosas" :

capitulo XXVI:

Al comenzar el estío, Eduardo, aunque de mala gana, accedió a que los primos se entrevistasen. Salimos Cati y yo. El día era bochornoso y sin sol, mas no amenazaba lluvia. Nos habíamos citado en el jalón de la encrucijada. Pero no encontramos a nadie allí. Llegó a corto rato un muchachito y nos dijo que el señorito Linton estaba un poco mas allá y que nos agradecería muchísimo que nos acercásemos algo más.
-El señorito Linton -repuse- ha olvidado que su tío puso como condición que las entrevistas fueran en terrenos de la «Granja».
-Podemos hacerlo -dijo Cati-viniendo hacia aquí cuando nos encontremos.
Le vimos a un cuarto de milla de su casa, tumbado sobre los matorrales. No se levantó hasta que estuvimos muy cerca de él. Nos apeamos y él dio unos pasos hacia nosotras. Estaba tan pálido y parecía tan débil, que no pude por menos de exclamar:
-¡Pero, señorito Linton, hoy no está usted para pasear! Me parece que se encuentra usted muy malo.
Cati le miró, asombrada y entristecida, y la bienvenida que le preparaba se convirtió en una pregunta de si se hallaba peor que otras veces.
-Estoy mejor -respondió él, sofocándose y temblando mientras le cogía la mano como en busca de apoyo y fijaba en ella sus ojos azules.
-Entonces es que has empeorado desde la última vez que te vi -insistió su prima-. Estás mucho más delgado...
-Es que estoy cansado -repuso el joven-. Sentémonos, hace demasiado calor para pasear. Suelo encontrarme mal por las mañanas. Mi padre dice que es que estoy creciendo muy deprisa.
Cati se sentó, descontenta, y él se acomodó a su lado.
-Esto se parece al paraíso que tú anhelabas -dijo la joven, esforzándose en bromear-. ¿No te acuerdas de que convinimos en pasar dos días, uno como a ti te gustaba y otro como me agradaba a mí? Lo de hoy es tu ideal, aparte de que hay nubes, pero eso resulta aún más bonito que el sol... Si la semana que viene te encuentras bien, iremos a caballo al parque de la «Granja» y pondremos en práctica mi concepto del paraíso.
Se advertía que Linton no recordaba nada de lo que ella le decía y que le costaba mucho trabajo mantener una conversación. Demostraba tal falta de interés, en cuanto ella le mencionaba, que Cati no podía ocultar su desilusión. La volubilidad del joven que, con mimos y caricias, solía dejar lugar al afecto, se había convertido ahora en una apatía total. En lugar de su desgana infantil de antes, se apreciaba en él el pesimismo amargo del enfermo incurable que no quiere ser consolado y que considera insultante la alegría de los demás. Catalina reparo que el consideraba nuestra compañía más como un castigo que como un placer, y no vaciló en proponer que nos marcháramos. Linton, al oírlo, cayó en una extraña agitación. Miró horrorizado en dirección de las «Cumbres» y- nos rogó que permaneciéramos con él media hora más.
-Yo creo -dijo Cati- que en tu casa te encontrarás mejor que aquí. Hoy no te entretienen mi conversación, ni mis canciones... En estos seis meses te has hecho más formal que yo. Claro que si creyese que eso te divertía, me quedaría contigo con mucho placer.
-Quédate algo más, Cati -dijo el joven-. No digas que estoy mal, ni lo pienses. Es el calor y el bochorno que me abruman. Antes de llegar tú, he andado mucho. No digas al tío que me encuentro mal. Dile que estoy bastante bien. ¿Lo harás?
-Le diré que me lo has dicho así, Linton. Pero no puedo asegurarle que estés bien -dijo, extrañada, la señorita.
-Ven a verme el jueves, Cati -murmuró él, esquivando su mirada-. Y dale muchas gracias al tío por haberte dejado venir. Y, mira... Si encuentras a mi padre, no le digas que he estado taciturno, porque se enfadaría...
-No me importa que se enfade -repuso Cati, creyendo que el enfado sería solamente hacia ella.
-Pero a mí sí -contestó, estremeciéndose, su primo-. No hagas que se enfade conmigo, Cati, porque le temo.
-¿Así que es severo con usted, señorito? -intervine yo- ¿De modo que se ha cansado de ser tolerante?
Linton me miró en silencio. Inclinó la cabeza sobre el pecho y durante diez minutos le oímos suspirar.
Cati se entretenía en coger arándanos y los repartía conmigo, sin ofrecerle a él por no enojarle.
-¿Ha transcurrido ya la media hora, Elena? -me preguntó Cati al oído-. Yo creo que no debemos quedarnos más. Linton se ha dormido y papá nos espera.
-Tenga usted paciencia hasta que se despierte -respondí-. ¡Qué prisa tiene en irse! Tanta como impaciencia tenía usted por encontrarle.
-¿Para qué quería verme Linton? -contestó Catalina-. Yo preferiría que estuviese como antes, a pesar de su mal humor de entonces. Me da la impresión de que me quiere ver únicamente por complacer a su padre.
Y no me agrada venir por complacer a éste. Me alegro de que Linton esté mejor, pero me desagrada que se haya hecho menos afectuoso para conmigo.
-¿Usted cree que está mejor? -pregunté.
-Me parece que sí -respondió-, porque ya sabes cuánto le gustaba exhibir sus sufrimientos. No es que esté tan bien como me ha rogado que diga a papá, pero debe estar mejor.
-A mí me parece, señorita --contesté-, que está mucho peor.
Linton despertó en aquel momento sobresaltado y preguntó si alguien le había llamado por su nombre.
-No -dijo Cati. Debes haberlo soñado. No comprendo cómo puedes dormirte en el campo por la mañana.
-Me pareció oír a mi padre -dijo él-. ¿Estás segura de que no me ha llamado nadie?
-Segura en absoluto -dijo su prima-. Únicamente hablamos Elena y yo acerca de ti. Dime, Linton: ¿Estás en realidad más fuerte que en el invierno? Porque si lo estás, es bien seguro que me quieres menos... Anda, dime: ¿estás mejor?
Linton rompió en lágrimas al contestar.
-Sí...
Y seguía mirando a un lado y a otro, bajo la obsesión de la voz de Heathcliff.
Cati se puso en pie.
-Tenemos que marcharnos -le afirmó- y me voy muy decepcionada. Pero a nadie se lo diré. No te figures que por miedo al señor Heathcliff.
-¡Cállate! -murmuró Linton-. Mira, allí está.
Cogió el brazo de Cati y quiso retenerla, pero ella se soltó presurosamente de él y llamó a Minny, que acudió enseguida.
-El jueves volveré, Linton -gritó-. ¡Adiós! ¡Vamos, Elena!
Y nos fuimos. Él casi no reparó en ello, tanta era la preocupación que le producía la llegada de su padre.
En el camino Cati sintió, en lugar del disgusto que la había invadido, una especie de compasión y sentimiento, combinado con dudas sobre las verdaderas circunstancias mentales y materiales en que se hallaba Linton. Yo participaba de ellas, pero le aconsejé que reservásemos nuestro juicio hasta la siguiente entrevista. El señor nos pidió que le contáramos lo sucedido. Cati se limitó a transmitirle la expresión de la gratitud de su sobrino refiriéndose muy por encima a lo demás. Yo la imité, porque en verdad no sabía qué decir.

sábado, 11 de abril de 2009

Edgar Allan Poe (Estados Unidos; Boston 19/01/1809 - Baltimore 07/10/1849)

Nacido en Baltimore el 19 de Enero de 1809 y fallecido el 7 de Octubre de 1849, Edgar Poe es considerado el iniciador de la novela policíaca y de terror de Estados Unidos en su época, sus padres murieron cuando era niño y lo adopto John Allan (del cual cogería el apellido). Su relación no fue muy buena, puesto que el joven Edgar era aficionado a la bebida y las drogas, y además su conducta anárquica.

Se caso con Virginia Clements (su sobrina), pero lamentablemente en 1836 su esposa falleció de tuberculosis (mal que atormento a toda la familia Poe), y en esos momentos su obra consiguio su máximo esplendor. La literatura de Poe mayormente es sobre historias de miedo y suspenso (mas que la policíaca), lo que el solía decir en excusa de sus novelas, poemas y relatos, era : "Los niños son los seres que mas temen , por eso los hombres cuando se van haciendo mayores necesitan de ese miedo, para sentirse niños de nuevo".

Entre sus obras mas importantes están: el cuervo (poema que vendió a cinco dolares), la caída de la casa de usher, los crímenes de la calle morgue, el gato negro, las aventuras de Arthur Cordón Pin, el misterio de Marie Roget, William Wilson, etc.

Tres días antes de su muerte se le encuentra tirado en una calle de Baltimore como un hombre vagabundo cualquiera, lo llevan a un hospital de las cercanías, los doctores creyeron que la causa de todos los delirios que tenia en el hospital eran a causa de las bebidas alcoholicas y las drogas que había cosumido. El 7 de octubre de 1849 Edgar Poe fallece de una causa desconocida. Los doctores que lo atendieron comentaron que el hombre dijo antes de morir : "¡Que Dios ayude a mi pobre alma!".

La Caída de la casa de Usher (The fall of the house of Usher)

Publicada en 1839 y narrada en primera persona, la historia trata del terrible fin de una familia. Empieza cuando un amigo de la infancia llega a la casa de Rodrigo Usher, ve todos los detalles que hay afuera de la casa. Ve lo gastado que están las paredes, lo crecido de las plantas, un estanque que deba un reflejo horrible del rostro. cuando llega lo encuentra a rodrigo usher sentado en una silla.


Rodrigo Usher le cuenta sobre su familia, que nunca habían tenido matrimonios extra-familiares, y que el y su hermana eran los últimos de esa antigua y legendaria raza. El le contó la desgracia que sufría, le dijo que su hermana, Magdalena Usher, tenia catalepsia y si el doctor la declaraba muerta nada se podía hacer. De un momento para otro apareció la enferma. Paso por desapercibido. Rodrigo Usher le cuenta a su amigo el plan de poner a su hermana en un ataúd y guardarla en un subsuelo de la casa.

Así se hace, guardan el cuerpo (sin saber si realmente esta muerta) en un ataúd y lo encierran en un subsuelo de la casa. En tres emanas los dos amigos estuvieron leyendo varios libros, pintando cuadros y retratos, y disfrutaron escuchando melodías en la guitarra de Rodrigo Usher.

Pero un día frío y tetrico, se escuchan unos horribles sonidos afuera de la casa y en la parte inferior a ella. Los dos amigos salieron afuera y Rodrigo lo que dijo era que todos esos terribles cambios climáticos eran producidos por su hermana que estaba resucitando. El amigo de Rodrigo no sabe que hacer, así que hace que entre y extrae un libro al azar. Sin darse cuenta, el había sacado : "El romance loco de Sir Lancelot Canid", el amigo empezó a relatar la historia y conforme se iba desarrollando, se escuchaban los sonidos de las cosas que ocurrían en la historia.

De un momento para otro Rodrigo Usher hizo que su amigo se callara y le dice que escuchara los sonidos que producía la casa. Y de repente aparece Magdalena, la hermana de Rodrigo. estaba llena de sangre. Llega y se echa encima de su hermano y de repente los dos caen al suelo inmóviles. El amigo se acerca y ve que los dos estaban muertos, pero como si hubieran estado muertos varias semanas. Empieza a salir un olor de lo mas repugnante y el amigo sale corriendo de la casa. Cuando sale ve como es que toa la casa empieza a temblar y la casa entra muy abruptamente al estanque que luego desaparece.

A continuación un fragmento de "La Caída de la casa de Usher":

Tuve también noticia del hecho muy notable de que del tronco de la estirpe de los Usher, por gloriosamente antiguo que fuese, no había brotado nunca, en ninguna época, rama duradera; en otras palabras: que la familia entera se había perpetuado siempre en línea directa, salvo muy insignificantes y pasajeras excepciones.

Semejante deficiencia, pensé—mientras revisaba en mi imaginación la perfecta concordancia de aquellas aserciones con el carácter proverbial de la raza, y mientras reflexionaba en la posible influencia que una de ellas podía haber ejercido, en una larga serie de siglos, sobre la otra—, era acaso aquella ausencia de rama colateral y de consiguiente transmisión directa, de padre a hijo, del patrimonio del nombre, lo que había, a la larga, identificado tan bien a los dos, uniendo el título originario de la posesión a la arcaica y equívoca denominación de "Casa de Usher", denominación empleada por los lugareños, y que parecía juntar en su espíritu la familia y la casa solariega. Ya he dicho que el único efecto de mi experiencia un tanto pueril—contemplar abajo el estanque—fue hacer más profunda aquella primera impresión. No puedo dudar que la conciencia de mi acrecida superstición—¿por qué no definirla así?—sirvió para acelerar aquel crecimiento. Tal es, lo sabía desde larga fecha, la paradójica ley de todos los sentimientos basados en el terror.

Y aquélla fue tal vez la única razón que hizo, cuando mis ojos desde la imagen del estanque se alzaron hacia la casa misma, que brotase en mi mente una extraña visión, una visión tan ridícula, en verdad, que si hago mención de ella es para demostrar la viva fuerza de las sensaciones que me oprimían.

Mi imaginación había trabajado tanto, que creía realmente que en torno a la casa y la posesión enteras flotaba una atmósfera peculiar, así como en las cercanías más inmediatas; una atmósfera que no tenía afinidad con el aire del cielo, sino que emanaba de los enfermizos árboles, de los muros grisáceos y del estanque silencioso; un vapor pestilente y místico, opaco, pesado, apenas discernible, de tono plomizo. Sacudí de mi espíritu lo que no podía ser más que un sueño, y examiné más minuciosamente el aspecto real del edificio.
Su principal característica parecía ser la de una excesiva antigüedad. La decoloración ocasionada por los siglos era grande.

Menudos hongos se esparcían por toda la fachada, tapizándola con la fina trama de un tejido, desde los tejados. Por cierto que todo aquello no implicaba ningún deterioro extraordinario. No se había desprendido ningún trozo de la mampostería, y parecía existir una violenta contradicción entre aquella todavía perfecta adaptación de las partes y el estado especial de las piedras desmenuzadas.

Aquello me recordaba mucho la espaciosa integridad de esas viejas maderas labradas que han dejado pudrir durante largos años en alguna olvidada cueva, sin contacto con el soplo del aire exterior. Aparte de este indicio de ruina extensiva, el edificio no presentaba el menor síntoma de inestabilidad.

Acaso la mirada de un observador minucioso hubiera descubierto una grieta apenas perceptible que, extendiéndose desde el tejado de la fachada, se abría paso, bajando en zigzag por el muro, e iba a perderse en las tétricas aguas del estanque.
Observando estas cosas, seguí a caballo un corto terraplén hacia la casa. Un lacayo que esperaba cogió mi caballo, y entré por el arco gótico del vestíbulo. Un criado de furtivo andar me condujo desde allí, en silencio, a través de muchos corredores oscuros e intrincados, hacia el estudio de su amo.
Muchas de las cosas que encontré en mi camino contribuyeron, no sé por qué, a exaltar esas vagas sensaciones de que he hablado antes. Los objetos que me rodeaban—las molduras de los techos, los sombríos tapices de las paredes, la negrura de ébano de los pisos y los fantasmagóricos trofeos de armas que tintineaban con mis zancadas—eran cosas muy conocidas para mí, a las que estaba acostumbrado desde mi infancia, y aunque no vacilase en reconocerlas todas como familiares, me sorprendió lo insólitas que eran las visiones que aquellas imágenes ordinarias despertaban en mí. En una de las escaleras me encontré al médico de la familia. Su semblante, pensé, mostraba una expresión mezcla de baja astucia y de perplejidad. Me saludó con azoramiento, y pasó. El criado abrió entonces una puerta y me condujo a presencia de su señor.

La habitación en que me hallaba era muy amplia y alta; las ventanas, largas, estrechas y ojivales, estaban a tanta distancia del negro piso de roble, que eran en absoluto inaccesibles desde dentro.

Débiles rayos de una luz roja abríanse paso a través de los cristales enrejados, dejando lo bastante en claro los principales objetos de alrededor; la mirada, empero, luchaba en vano por alcanzar los rincones lejanos de la estancia, o los entrantes del techo abovedado y con artesones.

Oscuros tapices colgaban de las paredes. El mobiliario general era excesivo, incómodo, antiguo y deslucido. Numerosos libros e instrumentos de música yacían esparcidos en torno, pero no bastaban a dar vitalidad alguna a la escena. Sentía yo que respiraba una atmósfera penosa. Un aire de severa, profunda e irremisible melancolía se cernía y lo penetraba todo.
A mi entrada, Usher se levantó de un sofá sobre el cual estaba tendido por completo, y me saludó con una calurosa viveza que se asemejaba mucho, tal vez fue mi primer pensamiento, a una exagerada cordialidad, al obligado esfuerzo de un hombre de mundo ennuyé. Con todo, la ojeada que lancé sobre su cara me convenció de su perfecta sinceridad. Nos sentamos, y durante unos momentos, mientras él callaba, le miré con un sentimiento mitad de piedad y mitad de pavor.

De seguro, jamás hombre alguno había cambiado de tan terrible modo y en tan breve tiempo como Roderick Usher! A duras penas podía yo mismo persuadirme a admitir la identidad del que estaba frente a mí con el compañero de mis primeros años. Aun así el carácter de su fisonomía había sido siempre notable.

Un cutis cadavérico, unos ojos grandes, líquidos y luminosos sobre toda comparación; unos labios algo finos y muy pálidos, pero de una curva incomparablemente bella; una nariz de un delicado tipo hebraico, pero de una anchura desacostumbrada en semejante forma; una barbilla moldeada con finura, en la que la falta de prominencia revelaba una falta de energía; el cabello, que por su tenuidad suave parecía tela de araña; estos rasgos, unidos a un desarrollo frontal excesivo, componían en conjunto una fisonomía que no era fácil olvidar.
Y al presente, en la simple exageración del carácter predominante de aquellas facciones, y en la expresión que mostraban, se notaba un cambio tal, que dudaba yo del hombre a quien hablaba. La espectral palidez de la piel y el brillo ahora milagroso de los ojos me sobrecogían sobre toda ponderación, y hasta me aterraban.

Además, había él dejado crecer su sedoso cabello sin preocuparse, y como aquel tejido arácneo flotaba más que caía en torno a la cara, no podía yo, ni haciendo un esfuerzo, relacionar a aquella expresión arabesca con idea alguna de simple humanidad.

Me chocó lo primero cierta incoherencia, una contradicción en las maneras de mi amigo, y pronto descubrí que aquello procedía de una serie de pequeños y fútiles esfuerzos por vencer un azoramiento habitual, una excesiva agitación nerviosa.

Estaba ya preparado para algo de ese género, no sólo por su carta, sino por los recuerdos de ciertos rasgos de su infancia, y por las conclusiones deducidas de su peculiar conformación física y de su temperamento. Sus actos eran tan pronto vivos como indolentes.

Su voz variaba rápidamente de una indecisión trémula (cuando su ardor parecía caer en completa inacción) a esa especie de concisión enérgica, a esa enunciación abrupta, pesada, lenta—una enunciación hueca—, a ese habla gutural, plúmbea, muy bien modulada y equilibrada, que puede observarse en el borracho perdido o en el incorregible comedor de opio, durante los períodos de su más intensa excitación. Así, pues, habló del objeto de mi visita, de su ardiente deseo de verme, y de la alegría que esperaba de mí.
Se extendió bastante rato sobre lo que pensaba acerca del carácter de su dolencia. Era, dijo, un mal constitucional, de familia, para el cual desesperaba de encontrar un remedio; una simple afección nerviosa, añadió acto seguido, que, sin duda, desaparecía pronto.

Se manifestaba en una multitud de sensaciones extranaturales... Algunas, mientras me las detallaba, me interesaron y confundieron, aunque quizá los términos y gestos de su relato influyeron bastante en ello. Sufría él mucho de una agudeza morbosa de los sentidos; sólo toleraba los alimentos más insípidos; podía usar no más que prendas de cierto tejido; los aromas de todas las flores le sofocaban, una luz, incluso débil, atormentaba sus ojos, y exclusivamente algunos sonidos peculiares, los de los instrumentos de cuerda, no le inspiraban horror.

Vi que era el esclavo forzado de una especie de terror anómalo.
—Moriré—dijo—, debo morir de esta lamentable locura. Así, así y no de otra manera, debo morir. Temo los acontecimientos futuros, no en sí mismos, sino en sus consecuencias. Tiemblo al pensamiento de cualquier cosa, del más trivial incidente que pueden actuar sobre esta intolerable agitación de mi alma. Siento verdadera aversión al peligro, excepto en su efecto absoluto: el terror. En tal estado de excitación, en tal estado lamentable, presiento que antes o después llegará un momento en que han de abandonarme a la vez la vida y la razón, en alguna lucha con el horrendo fantasma, con el miedo.
Supe también a intervalos, por insinuaciones interrumpidas y ambiguas, otra particularidad de su estado mental.

Estaba él encadenado por ciertas impresiones supersticiosas, relativas a la mansión donde habitaba, de la que no se había atrevido a salir desde hacía muchos años, relativas a una influencia cuya supuesta fuerza expresaba en términos demasiado sombríos para ser repetidos aquí, una influencia que algunas particularidades en la simple forma y materia de su casa solariega habían, a costa de un largo sufrimiento, decía él, logrado sobre su espíritu un efecto que lo físico de los muros y de las torres grises, y del oscuro estanque en que todo se reflejaba, había al final creado sobre lo moral de su existencia.
Los Crímenes de la Calle Morgue(The Murders in the Rue Morgue)


Publicada en 1841 y narrada también en primera persona, la historia narra la investigación de dos amigos sobre el homicidio de una madre con su hija. Empieza cuando se conocen el personaje interpretado por el narrador (Edgar Allan Poe) con el señor Dupin. Se llevan tan bien que alquilan una misma habitación los dos juntos. Cierto día salen a pasear y entre los artículos de los periódicos, ven que hablan sobre el homicidio de una madre (madame L' Espanaye) y su hija (Camila L' Espanaye). La madre fue cortada con una navaja de afeitar en el cuello, de tal forma que cuando trataron de coger el cuerpo la cabeza se desprendió de este, y la hija fue golpeada y luego la metieron en la chimenea con tal violencia que se le encontraron varios golpes, aparte etaba estrangulada por las manos de un hombre fuerte. Ven los testimonios de los testigos, los vecinos y los conocidos de las mujeres, además de los médicos que examinaron sus cadáveres. Los dos amigos notaron que en todos los testimonios aseguraron que se escucho la voz de un francés que decía : "Sacre", "Diable" "Mon dieu". Además se percataron de que la madre había extraído tres días antes 4000 francos, y el asesino no cogió nada del dinero.

Dupin sugirio que fueran a la escena del crimen y Dupin hace un estudio mas minucioso del crimen que su amigo. Cuando salen se ponen a conversar y Dupin le empieza a hacer preguntas sobre la escena del crimen. Dupin le cuenta los criminales solo han podido escapar por una ventana y solo habían dos ventanas, una de las ventanas . Además había encontrado un sistema de resortes escondidos en un clavo, en dos ventanas. Además se dio cuenta de que había mas de un tipo de huella en el piso. Después de eso le dijo a su amigo que las manos marcadas en el cuello de Camila era demasiado grande como par un hombre (así fuera muy robusto). Lo que hizo fue dibujar en un papel el borde del cuello de la hija, y las marcas del tamaño exacto, le dijo que pusiera sus manos en ese papel y tratara de encajarlos. Al no poder, Dupin saco una revista y le enseño un articulo sobre un orangután que es el que tiene mas parecido al hombre. Dupin le dijo a su amigo que el que había cometido el asesinato no fue un hombre sino el orangután, que se había escapado.
Pusieron un anuncio en el periódico diciendo que habían encontrado al orangután Al día siguiente se apareció el dueño, era un marino mercante francés.El les contó que lo había tenido en una jaula y que siempre que se salia de control el le pegaba con un látigo. Dijo que siempre lo veía como se afeitaba, que incluso una vez quiso afeitarse el mismo. Dijo que un día había salido y cuando llego el orangután se estaba afeitando y cuando vio a su amo revento en cólera y salio a toda prisa. El hombre lo siguió hasta la entrada de la habitaciones en donde estaban madmuasel L' Espanaye y su hija Camila. Vio como empezó a pegarle a la hija y luego la madre la quizo defender dándole un golpe con la escoba. El orangután, aun teniendo la navaja de afeitar en sus manos, le empezó a arañar a la madre, dejando el cuello muy descuidado y demasiado seccionado (causa por la cual se desprendió la cabeza del cuerpo al intentar levantarla. Luego aun con mas cólera cogió a la hija y la empezó a estrangular hasta que murió. Cuando vio la cara de su amo por la puerta se asusto y cogió el cuerpo de Camila y lo puso con bastante rapidez y violencia en la chimenea. Luego cogió el cuerpo de la madre y lo tiro por la ventana hasta el patio en donde cayó en la mesa en la que se encontro. Luego escapo por la ventana y fue cunado el amo aprovecho para entrar, pero al escuchar las voces de las personas que subían se escapo rápido del cuarto. Días después, ahora ya resuelto el crimen, vendieron al orangután y Dupin fue reconocido por la policía.

A continuación un fragmento de "Los Crímenes de la Calle Morgue":
Poco después de esta conversación hojeábamos una edición de la tarde de la Gazette des Tribunaux cuando llamaron nuestra atención los siguientes titulares:
«EXTRAORDINARIOS CRÍMENES
»Esta madrugada, alrededor de las tres, los habitantes del quartier Saint-Roch fueron despertados por una serie de espantosos gritos que parecían proceder del cuarto piso de una casa de la rue Morgue, ocupada, según se dice, por una tal Madame L'Espanaye y su hija Mademoiselle Camille L'Espanaye. Después de algún tiempo empleado en infructuosos esfuerzos para poder penetrar buenamente en la casa, se forzó la puerta de entrada con una palanca de hierro, y entraron ocho o diez vecinos acompañados de dos gendarmes. En ese momento cesaron los gritos; pero en cuanto aquellas personas llegaron apresuradamente al primer rellano de la escalera, se distinguieron dos o más voces ásperas que parecían disputar violentamente y proceder de la parte alta de la casa. Cuando la gente llegó al segundo rellano, cesaron también aquellos rumores y todo permaneció en absoluto silencio. Los vecinos recorrieron todas las habitaciones precipitadamente. Al llegar, por último, a una gran sala situada en la parte posterior del cuarto piso, cuya puerta hubo de ser forzada, por estar cerrada interiormente con llave, se ofreció a los circunstantes un espectáculo que sobrecogió su ánimo, no sólo de horror, sino de asombro.
»Se hallaba la habitación en violento desorden, rotos los muebles y diseminados en todas direcciones. No quedaba más lecho que la armadura de una cama, cuyas partes habían sido arrancadas y tiradas por el suelo. Sobre una silla se encontró una navaja barbera manchada de sangre. Había en la chimenea dos o tres largos y abundantes mechones de pelo cano, empapados en sangre y que parecían haber sido arrancados de raíz. En el suelo se encontraron cuatro napoleones, un zarcillo adornado con un topacio, tres grandes cucharas de plata, tres cucharillas de metal d,Alger y dos sacos conteniendo, aproximadamente, cuatro mil francos en oro. En un rincón se hallaron los cajones de una cómoda abiertos, y, al parecer, saqueados, aunque quedaban en ellos algunas cosas. Se encontró también un cofrecillo de hierro bajo la cama, no bajo su armadura. Se hallaba abierto, y la cerradura contenía aún la llave. En el cofre no se encontraron más que unas cuantas cartas viejas y otros papeles sin importancia.
»No se encontró rastro alguno de Madame L'Espanaye; pero como quiera que se notase una anormal cantidad de hollín en el hogar, se efectuó un reconocimiento de la chimenea, y —horroriza decirlo— se extrajo de ella el cuerpo de su hija, que estaba colocado cabeza abajo y que había sido introducido por la estrecha abertura hasta una altura considerable. El cuerpo estaba todavía caliente. Al examinarlo se comprobaron en él numerosas escoriaciones ocasionadas sin duda por la violencia con que el cuerpo había sido metido allí y por el esfuerzo que hubo de emplearse para sacarlo. En su rostro se veían profundos arañazos, y en la garganta, cárdenas magulladuras y hondas huellas producidas por las uñas, como si la muerte se hubiera verificado por estrangulación.
»Después de un minucioso examen efectuado en todas las habitaciones, sin que se lograra ningún nuevo descubrimiento, los presentes se dirigieron a un pequeño patio pavimentado, situado en la parte posterior del edificio, donde hallaron el cadáver de la anciana señora, con el cuello cortado de tal modo, que la cabeza se desprendió del tronco al levantar el cuerpo. Tanto éste como la cabeza estaban tan horriblemente mutilados, que apenas conservaban apariencia humana.
»Que sepamos, no se ha obtenido hasta el momento el menor indicio que permita aclarar este horrible misterio.»
El diario del día siguiente daba algunos nuevos pormenores:
«LA TRAGEDIA DE LA RUE MORGUE
»Gran número de personas han sido interrogadas con respecto a tan extraordinario y horrible affaire (la palabra affaire no tiene todavía en Francia el poco significado que se le da entre nosotros), pero nada ha podido deducirse que arroje alguna luz sobre ello. Damos a continuación todas las declaraciones más importantes que se han obtenido:
»Pauline Dubourg, lavandera, declara haber conocido desde hace tres años a las víctimas y haber lavado para ellas durante todo este tiempo. Tanto la madre como la hija parecían vivir en buena armonía y profesarse mutuamente un gran cariño. Pagaban con puntualidad. Nada se sabe acerca de su género de vida y medios de existencia. Supone que Madame L'Espanaye decía la buenaventura para ganarse el sustento. Tenía fama de poseer algún dinero escondido. Nunca encontró a otras personas en la casa cuando la llamaban para recoger la ropa, ni cuando la devolvía. Estaba absolutamente segura de que las señoras no tenían servidumbre alguna. Salvo el cuarto piso, no parecía que hubiera muebles en ninguna parte de la casa.
»Pierre Moreau, estanquero, declara que es el habitual proveedor de tabaco y de rapé de Madame L'Espanaye desde hace cuatros años. Nació en su vecindad y ha vivido siempre allí. Hacía más de seis años que la muerta y su hija vivían en la casa donde fueron encontrados sus cadáveres. Anteriormente a su estadía, el piso había sido ocupado por un joyero, que alquilaba a su vez las habitaciones interiores a distintas personas. La casa era propiedad de Madame L'Espanaye. Descontenta por los abusos de su inquilino, se había trasladado al inmueble de su propiedad, negándose a alquilar ninguna parte de él. La buena señora chocheaba a causa de la edad. El testigo había visto a su hija unas cinco o seis veces durante los seis años. Las dos llevaban una vida muy retirada, y era fama que tenían dinero. Entre los vecinos había oído decir que Madame L'Espanaye decía la buenaventura, pero él no lo creía. Nunca había visto atravesar la puerta a nadie, excepto a la señora y a su hija, una o dos veces a un recadero y ocho o diez a un médico.
»En esta misma forma declararon varios vecinos, pero de ninguno de ellos se dice que frecuentaran la casa. Tampoco se sabe que la señora y su hija tuvieran parientes vivos. Raramente estaban abiertos los postigos de los balcones de la fachada principal. Los de la parte trasera estaban siempre cerrados, a excepción de las ventanas de la gran sala posterior del cuarto piso. La casa era una finca excelente y no muy vieja.
»Isidoro Muset, gendarme, declara haber sido llamado a la casa a las tres de la madrugada, y dice que halló ante la puerta principal a unas veinte o treinta personas que procuraban entrar en el edificio. Con una bayoneta, y no con una barra de hierro, pudo, por fin, forzar la puerta. No halló grandes dificultades en abrirla, porque era de dos hojas y carecía de cerrojo y pasador en su parte alta. Hasta que la puerta fue forzada, continuaron los gritos, pero luego cesaron repentinamente. Daban la sensación de ser alaridos de una o varias personas víctimas de una gran angustia. Eran fuertes y prolongados, y no gritos breves y rápidos. El testigo subió rápidamente los escalones. Al llegar al primer rellano, oyó dos voces que disputaban acremente. Una de éstas era áspera, y la otra, aguda, una voz muy extraña. De la primera pudo distinguir algunas palabras, y le pareció francés el que las había pronunciado. Pero, evidentemente, no era voz de mujer. Distinguió claramente las palabras "sacre" y "diable". La aguda voz pertenecía a un extranjero, pero el declarante no puede asegurar si se trataba de hombre o mujer. No pudo distinguir lo que decían, pero supone que hablasen español. El testigo descubrió el estado de la casa y de los cadáveres como fue descrito ayer por nosotros.
»Henri Duval, vecino, y de oficio platero, declara que él formaba parte del grupo que entró primeramente en la casa. En términos generales, corrobora la declaración de Muset. En cuanto se abrieron paso, forzando la puerta, la cerraron de nuevo, con objeto de contener a la muchedumbre que se había reunido a pesar de la hora. Este opina que la voz aguda sea la de un italiano, y está seguro de que no era la de un francés. No conoce el italiano. No pudo distinguir las palabras, pero, por la entonación del que hablaba, está convencido de que era un italiano. Conocía a Madame L'Espanaye y a su hija. Con las dos había conversado con frecuencia. Estaba seguro de que la voz no correspondía a ninguna de las dos mujeres.
»Odenheimer, restaurateur. Voluntariamente, el testigo se ofreció a declarar. Como no hablaba francés, fue interrogado haciéndose uso de un intérprete. Es natural de Ámsterdam. Pasaba por delante de la casa en el momento en que se oyeron los gritos. Se detuvo durante unos minutos, diez, probablemente. Eran fuertes y prolongados, y producían horror y angustia. Fue uno de los que entraron en la casa. Corrobora las declaraciones anteriores en todos sus detalles, excepto uno: está seguro de que la voz aguda era la de un hombre, la de un francés. No pudo distinguir claramente las palabras que había pronunciado. Estaban dichas en alta voz y rápidamente, con cierta desigualdad, pronunciadas, según suponía, con miedo y con ira al mismo tiempo. La voz era áspera. Realmente, no puede asegurarse que fuese una voz aguda. La voz grave dijo varias veces: "Sacré", "diable", y una sola "Man Dieu".
»Jules Mignaud, banquero, de la casa "Mignaud et Fils", de la rue Deloraie. Es el mayor de los Mignaud. Madame L'Espanaye tenía algunos intereses. Había abierto una cuenta corriente en su casa de banca en la primavera del año... (ocho años antes). Con frecuencia había ingresado pequeñas cantidades. No retiró ninguna hasta tres días antes de su muerte. La retiró personalmente, y la suma ascendía a cuatro mil francos. La cantidad fue pagada en oro, y se encargó a un dependiente que la llevara a su casa.
»Adolphe Le Bon, dependiente de la "Banca Mignaud et Fils", declara que en el día de autos, al mediodía, acompañó a Madame L'Espanaye a su domicilio con los cuatro mil francos, distribuidos en dos pequeños talegos. Al abrirse la puerta, apareció Mademoiselle L'Espanaye Ésta cogió uno de los saquitos, y la anciana señora el otro. Entonces, él saludó y se fue. En aquellos momentos no había nadie en la calle. Era una calle apartada, muy solitaria.
»William Bird, sastre, declara que fue uno de los que entraron en la casa. Es inglés. Ha vivido dos años en París. Fue uno de los primeros que subieron por la escalera. Oyó las voces que disputaban. La gruesa era de un francés. Pudo oír algunas palabras, pero ahora no puede recordarlas todas. Oyó claramente "sacré" y "Mon Dieu". Por un momento se produjo un rumor, como si varias personas peleasen. Ruido de riña y forcejeo. La voz aguda era muy fuerte, más que la grave. Está seguro de que no se trataba de la voz de ningún inglés, sino más bien la de un alemán. Podía haber sido la de una mujer. No entiende el alemán.
»Cuatro de los testigos mencionados arriba, nuevamente interrogados, declararon que la puerta de la habitación en que fue encontrado el cuerpo de Mademoiselle L'Espanaye se hallaba cerrada por dentro cuando el grupo llegó a ella. Todo se hallaba en un silencio absoluto. No se oían ni gemidos ni ruidos de ninguna especie. Al forzar la puerta, no se vio a nadie. Tanto las ventanas de la parte posterior como las de la fachada estaban cerradas y aseguradas fuertemente por dentro con sus cerrojos respectivos. Entre las dos salas se hallaba también una puerta de comunicación, que estaba cerrada, pero no con llave. La puerta que conducía de la habitación delantera al pasillo estaba cerrada por dentro con llave. Una pequeña estancia de la parte delantera del cuarto piso, a la entrada del pasillo, estaba abierta también, puesto que tenía la puerta entornada. En esta sala se hacinaban camas viejas, cofres y objetos de esta especie. No quedó una sola pulgada de la casa sin que hubiese sido registrada cuidadosamente. Se ordenó que tanto por arriba como por abajo se introdujeran deshollinadores por las chimeneas. La casa constaba de cuatro pisos, con buhardillas (mansardas). En el techo se hallaba, fuertemente asegurado, un escotillón, y parecía no haber sido abierto durante muchos años. Por lo que respecta al intervalo de tiempo transcurrido entre las voces que disputaban y el acto de forzar la puerta del piso, las afirmaciones de los testigos difieren bastante. Unos hablan de tres minutos, y otros amplían este tiempo a cinco. Costó mucho forzar la puerta.
»Alfonso García, empresario de pompas fúnebres, declara que habita en la rue Morgue, y que es español. También formaba parte del grupo que entró en la casa. No subió la escalera, porque es muy nervioso y temía los efectos que pudiera producirle la emoción. Oyó las voces que disputaban. La grave era de un francés. No pudo distinguir lo que decían, y está seguro de que la voz aguda era de un inglés. No entiende este idioma, pero se basa en la entonación.
»Alberto Montan, confitero declara haber sido uno de los primeros en subir la escalera. Oyó las voces aludidas. La grave era de francés. Pudo distinguir varias palabras. Parecía como si este individuo reconviniera a otro. En cambio, no pudo comprender nada de la voz aguda. Hablaba rápidamente y de forma entrecortada. Supone que esta voz fuera la de un ruso. Corrobora también las declaraciones generales. Es italiano. No ha hablado nunca con ningún ruso.
»Interrogados de nuevo algunos testigos, certificaron que las chimeneas de todas las habitaciones del cuarto piso eran demasiado estrechas para que permitieran el paso de una persona. Cuando hablaron de "deshollinadores", se refirieron a las escobillas cilíndricas que con ese objeto usan los limpiachimeneas. Las escobillas fueron pasadas de arriba abajo por todos los tubos de la casa. En la parte posterior de ésta no hay paso alguno por donde alguien hubiese podido bajar mientras el grupo subía las escaleras. El cuerpo de Mademoiselle L'Espanaye estaba tan fuertemente introducido en la chimenea, que no pudo ser extraído de allí sino con la ayuda de cinco hombres.
»Paul Dumas, médico, declara que fue llamado hacia el amanecer para examinar los cadáveres. Yacían entonces los dos sobre las correas de la armadura de la cama, en la habitación donde fue encontrada Mademoiselle L'Espanaye. El cuerpo de la joven estaba muy magullado y lleno de excoriaciones. Se explican suficientemente estas circunstancias por haber sido empujado hacia arriba en la chimenea. Sobre todo, la garganta presentaba grandes excoriaciones. Tenía también profundos arañazos bajo la barbilla, al lado de una serie de lívidas manchas que eran, evidentemente, impresiones de dedos. El rostro se hallaba horriblemente descolorido, y los ojos fuera de sus órbitas.
La lengua había sido mordida y seccionada parcialmente. Sobre el estómago se descubrió una gran magulladura, producida, según se supone, por la presión de una rodilla. Según Monsieur Dumas, Mademoiselle L'Espanaye había sido estrangulada por alguna persona o personas desconocidas. El cuerpo de su madre estaba horriblemente mutilado. Todos los huesos de la pierna derecha y del brazo estaban, poco o mucho, quebrantados. La tibia izquierda, igual que las costillas del mismo lado, estaban hechas astillas. Tenía todo el cuerpo con espantosas magulladuras y descolorido. Es imposible certificar cómo fueron producidas aquellas heridas. Tal vez un pesado garrote de madera, o una gran barra de hierro —alguna silla—, o una herramienta ancha, pesada y roma, podría haber producido resultados semejantes. Pero siempre que hubieran sido manejados por un hombre muy fuerte. Ninguna mujer podría haber causado aquellos golpes con clase alguna de arma. Cuando el testigo la vio, la cabeza de la muerta estaba totalmente separada del cuerpo y, además, destrozada. Evidentemente, la garganta había sido seccionada con un instrumento afiladísimo, probablemente una navaja barbera.
»Alexandre Etienne, cirujano, declara haber sido llamado al mismo tiempo que el doctor Dumas, para examinar los cuerpos. Corroboró la declaración y las opiniones de éste.
»No han podido obtenerse más pormenores importantes en otros interrogatorios. Un crimen tan extraño y tan complicado en todos sus aspectos no había sido cometido jamás en París, en el caso de que se trate realmente de un crimen. La Policía carece totalmente de rastro, circunstancia rarísima en asuntos de tal naturaleza. Puede asegurarse, pues, que no existe la menor pista.»
En la edición de la tarde, afirmaba el periódico que reinaba todavía gran excitación en el quartier Saint-Roch; que, de nuevo, se habían investigado cuidadosamente las circunstancias del crimen, pero que no se había obtenido ningún resultado. A última hora anunciaba una noticia que Adolphe Le Bon había sido detenido y encarcelado; pero ninguna de las circunstancias ya expuestas parecía acusarle.
Dupin demostró estar particularmente interesado en el desarrollo de aquel asunto; cuando menos, así lo deducía yo por su conducta, porque no hacía ningún comentario. Tan sólo después de haber sido encarcelado Le Bon me preguntó mi parecer sobre aquellos asesinatos.
Yo no pude expresarle sino mi conformidad con todo el público parisiense, considerando aquel crimen como un misterio insoluble. No acertaba a ver el modo en que pudiera darse con el asesino.
—Por interrogatorios tan superficiales no podemos juzgar nada con respecto al modo de encontrarlo —dijo Dupin—. La Policía de París, tan elogiada por su perspicacia, es astuta, pero nada más. No hay más método en sus diligencias que el que las circunstancias sugieren. Exhiben siempre las medidas tomadas, pero con frecuencia ocurre que son tan poco apropiadas a los fines propuestos que nos hacen pensar en Monsieur Jourdain pidiendo su robede-chambre, pour mieux entendre la musique. A veces no dejan de ser sorprendentes los resultados obtenidos. Pero, en su mayor parte, se consiguen por mera insistencia y actividad. Cuando resultan ineficaces tales procedimientos, fallan todos sus planes. Vidocq, por ejemplo, era un excelente adivinador y un hombre perseverante; pero como su inteligencia carecía de educación, se equivocaba con frecuencia por la misma intensidad de sus investigaciones. Disminuía el poder de su visión por mirar el objeto tan de cerca. Era capaz de ver, probablemente, una o dos circunstancias con una poco corriente claridad; pero al hacerlo perdía necesariamente la visión total del asunto. Esto puede decirse que es el defecto de ser demasiado profundo. La verdad no está siempre en el fondo de un pozo. En realidad, yo pienso que, en cuanto a lo que más importa conocer, es invariablemente superficial. La profundidad se encuentra en los valles donde la buscamos, pero no en las cumbres de las montañas, que es donde la vemos. Las variedades y orígenes de esta especie de error tienen un magnífico ejemplo en la contemplación de los cuerpos celestes. Dirigir a una estrella una rápida ojeada, examinarla oblicuamente, volviendo hacia ella las partes exteriores de la retina (que son más sensibles a las débiles impresiones de la luz que las anteriores), es contemplar la estrella distintamente, obtener la más exacta apreciación de su brillo, brillo que se oscurece a medida que volvemos nuestra visión de lleno hacía ella. En el último caso, caen en los ojos mayor número de rayos, pero en el primero se obtiene una receptibilidad más afinada. Con una extrema profundidad, embrollamos y debilitamos el pensamiento, y aun lo confundimos. Podemos, incluso, lograr que Venus se desvanezca del firmamento si le dirigimos una atención demasiado sostenida, demasiado concentrada o demasiado directa.
»Por lo que respecta a estos asesinatos, examinemos algunas investigaciones por nuestra cuenta, antes de formar de ellos una opinión. Una investigación como ésta nos procurará una buena diversión —a mí me pareció impropia esta última palabra, aplicada al presente caso, pero no dije nada—, y, por otra parte, Le Bon ha comenzado por prestarme un servicio y quiero demostrarle que no soy un ingrato. Iremos al lugar del suceso y lo examinaremos con nuestros propios ojos. Conozco a G..., el prefecto de Policía, y no me será difícil conseguir el permiso necesario.
La mascara de la muerte roja (The Masque of the Red Death)

Publicada en 1842, una historia corta, narra la historia de un pueblo. Empieza contando lo que había ocurrido, una gran epidemia había azotado un pueblo, empezaba con unos terribles dolores, luego los poros empiezan a botar bastante sangre hasta que la persona muere. La característica de toda persona con esa enfermedad era unas manchas de color rojo escarlata.
El príncipe del pueblo se había cansado de tantas muertes y mando a hacer un muro alrededor de el palacio y reunió a todas las personas que todavía no estaban enfermas. Paso un mes y el príncipe decidió hacer una fiesta de disfraces en honor al tiempo que estaban en el palacio sin enfermedad alguna.
Habían decorado el palacio de para la ocasion y las personas se reunieron, la zona en la que estaban todas las personas reunidas se dividía en siete salones. Pero había un que daba para las afueras en la que las personas no se reunían. Las personas se divertían y no se daban cuenta de que por la zona en la que no había gente, entraba un vapor de color rojo. Luego aparecí una persona de una larga capa y una mascara de color rojo. Cuando el príncipe se dio cuenta se le acerco furioso porque causaba conmoción entre sus invitados y le quito la mascara, vio que era solo vapor y no había cuerpo alguno que sosteniera esas vestiduras, al príncipe le empezaron a salir unas manchas de color rojo escarlata, se retorcía de dolor, le empezó a salir sangre del cuerpo y finalmente murió. La ente empezó a correr por todos lados, pero al final todos murieron.
A continuación un fragmento de "La Mascara de la Muerte roja":


¡Qué voluptuoso cuadro el de aquel baile de máscaras! Permítaseme en primer lugar describir las salas donde tuvo lugar. Había siete; una hilera imperial. En muchos palacios, estas series de salones forman largas perspectivas en línea recta cuando los batientes de las puertas se abren de par en par, de tal manera que la mirada penetra hasta el fondo sin obstáculo. Aquí, el caso era muy diferente, tal y como podría esperarse de parte del duque y de su gusto y preferencia por lo bizarre. Las salas se encontraban tan irregularmente dispuestas, que la mirada no podía abarcar sino una sola a la vez. Al cabo de un espacio de veinte o treinta yardas se presentaba un brusco recodo, y en cada una de estas revueltas un aspecto diferente. A derecha e izquierda, en medio de cada pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía las sinuosidades del aposento. Cada ventana ostentaba vidrios de colores en armonía con el tono dominante del decorado de la sala sobre la cual se abría. La que ocupaba la extremidad oriental, por ejemplo, estaba decorada en azul, y los ventanales eran de un azul vivo. La segunda sala estaba decorada y guarnecida de color púrpura, y las vidireras eran asimismo de color púrpura. La tercera, enteramente verde, y verdes las ventanas. La cuarta, anaranjada, estaba iluminada por una ventana del mismo color. Y 1a quinta, blanca; y la sexta, violeta. La séptima estaba rigurosamente forrada de colgaduras de terciopelo negro, que revestían techo y muros y recaían en pesados pliegues sobre un tapiz de la misma tela y del mismo color. Pero únicamente en esta sala, el color de las ventanas no correspondía al de la decoración. Los cristales eran escarlata, de un color intenso de sangre. Ahora bien, en ninguna de estas salas veíase lámpara ni candelabro alguno, entre los adornos de oro esparcidos con profusión o suspendidos de los techos. Ni lámparas, ni; velas; ninguna luz de esta clase en la larga serie de salas. Pero, en los corredores que las rodeaban, y exactamente enfrente de cada ventanal, se levantaba un enorme trípode con un ígneo brasero que proyectaba sus rayos al través de los cristales de color e iluminaba la sala de una manera deslumbrante. Producíanse así una multitud de aspectos cambiantes y fantásticos. Pero, en la sala del lado poniente, en la cámara negra, la claridad del brasero, que se reflejaba sobre las negras colgaduras a través de los cristales sangrientos, era terriblemente siniestra, y les daba a las fisonomías de los imprudentes que allí entraban un aspecto de tal modo extraño, que muy pocos bailarines se sentían con el valor suficiente para entrar en aquel mágico recinto. También en esta sala erguíase, apoyado contra el muro del oeste, un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un tictac sordo, pesado, monótono; y cuando la aguja de los minutos había recorrido el cuadrante y la hora iba a sonar, salía de los pulmones de bronce de 1a máquina un sonido claro, estrepitoso, profundo y excesivamente musical, pero de un timbre tan particular y de una energía tal, que de hora en hora los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir durante un instante sus acordes para escuchar la música de las horas, y las parejas que bailaban cesaban por fuerza sus evoluciones. Una perturbación momentánea recorría a toda aquella alegre multitud, y mientras sonaban las campanas podía notarse que palidecían hasta los más vehementes, y los más sensatos y de más edad se pasaban la mano por la frente como si se hundieran en meditaciones o en ensueños febriles. Pero, apenas desaparecían del todo aquellos ecos, circulaba por toda la asamblea una leve hilaridad; los músicos se miraban los unos a los otros, sonreíanse de sus nervios y de su locura, y se juraban por lo bajo entre ellos que la próxima vez que sonaran las campanadas, no sentirían la misma impresión; y luego, cuando, después de la huida de los sesenta minutos que comprendían los tres mil seiscientos segundos de la hora pasada, se escuchaban de nuevo las campanas del fatal reloj, se producía la misma turbación, el mismo escalofrío y las mismas ensoñaciones febriles.
El Gato Negro (The Black Cat)


Publicada en 1843, narrada en primera persona, trata la historia de un hombre que se vuelve alcohólico. Empieza contando como era que desde niño al protagonista le gustaron los animales y en especial le gustaban los gatos. Cuando se caso adquirió un gato negro y a su esposa le gusto mucho ese gato. pero paso el tiempo el hombre empezó a salir y llegar muy tarde, discutía con s esposa y volvía a salir. Pero una noche llego y vio al gato negro, su mascota preferida, se le acerca y con la mano le saca un ojo. El gato hulle despavorido en esos instantes y cada vez que llega el dueño a su casa corre sin pensarlo dos veces.

y así pasa el tiempo, el amo sale a emborracharse y cuando llega el gato huye. El hombre se vuelve loco al ver como es que su mascota e toda la vid hulle de el cuando lo ve. Hasta que un día se harta y coge al gato, agarra una cuerda y después lo cuelga des un árbol hasta que muere. A la semana siguiente del ahorcamiento la casa se incendia y cuando el hombre llega ve a un grupo de personas juntas alrededor de la única pared que no se destruyo en el incendio. cuando logra acercarse mas la pared ve, el boceto de un gato gigante ahorcado en la pared.

Paso el tiempo y se consiguió otra casa, siguió bebiendo, un día en la taberna vio a un gato negro que era igual al que el tenia. Le pregunto al tabernero si era de el y el le respondió que no sabia de quien era. El gato lo siguió hasta su casa. Pero se dio cuenta de que era igual al anterior excepto porque el tenia una mancha blanca en el pecho, con la forma inconfundible de una horca. un día bajaron al sótano, el dueño del gato y su esposa para hacer una tarea domestica y el gato los siguió. El hombre había cogido un hacha porque no aguantaba mas al gato y justo cuando le iba a pegar, la esposa pone su mano evitando el acontecimiento y el dueño no resiste mas y la da un hachazo a su esposa en la cabeza, cae muerta. El hombre encontro una pared que habían arreglado no hace mucho y saco unos ladrillos e introdujo el cuerpo de su esposa en el.

Después de eso no volvió a ver al gato responsable de tal acto. Al cuarto día después del asesinato fue la policía a buscarlo y empelaron a buscar en la casa. Buscaron y no encontraron nada y finalmente llegaron al sótano en donde estaba el cadáver oculto. Pero cuando acabaron empezo a sonar un maullido detrás de las paredes y el hombre se dio cuenta, de que había puesto al gato dentro de la pared junto al cadáver de su esposa. La policía removió las paredes y encontro el cuerpo junto con el estaba el gato negro que no paraba de maullar.


A Continuación un fragmento de "El Gato Negro" :

Una noche que entré en casa completamente borracho, me pareció que el gato evitaba mi vista. Lo agarré, pero, espantado de mi violencia, me hizo en una mano con sus dientes una herida muy leve. Mi alma pareció que abandonaba mi cuerpo, y una rabia más que diabólica, saturada de ginebra, penetró en cada fibra de mí ser. Saqué del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí, agarré al pobre animal por la garganta y deliberadamente le hice saltar un ojo de su órbita. Me avergüenzo, me consumo, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.

Por la mañana, al recuperar la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté una sensación mitad horror mitad remordimiento, por el crimen que había cometido; pero fue sólo un débil e inestable pensamiento, y el alma no sufrió las heridas.
Persistí en mis excesos, y bien pronto ahogué en vino todo recuerdo de mi criminal acción.
El gato sanó lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, en verdad, un aspecto horroroso, pero en adelante no pareció sufrir. Iba y venía por la casa, según su costumbre; pero huía de mí con indecible horror.

Aún me quedaba lo bastante de mi benevolencia anterior para sentirme afligido por esta antipatía evidente de parte de un ser que tanto me había amado. Pero a este sentimiento bien pronto sucedió la irritación. Y entonces desarrollose en mí, para mi postrera e irrevocable caída, el espíritu de la perversidad, del que la filosofía no hace mención. Con todo, tan seguro como existe mi alma, yo creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del corazón humano; una de las facultades o sentimientos elementales que dirigen al carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido cien veces cometiendo una acción sucia o vil, por la sola razón de saber que no la debía cometer? ¿No tenemos una perpetua inclinación, no obstante la excelencia de nuestro juicio, a violar lo que es ley, sencillamente porque comprendemos que es ley? Este espíritu de perversidad, repito, causó mi ruina completa. El deseo ardiente, insondable del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar el Suplicio a que había condenado al inofensivo animal. Una mañana, a completa sangre fría, le puse un nudo corredizo alrededor del cuello y lo colgué de una rama de un árbol; lo ahorqué con los ojos arrasados en lágrimas, experimentando el más amargo remordimiento en el corazón; lo ahorqué porque me constaba que me había amado y porque sentía que no me hubiese dado ningún motivo de cólera; lo ahorqué porque sabía que haciéndolo así cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía mi alma inmortal, al punto de colocarla, si tal cosa es posible, fuera de la misericordia infinita del Dios misericordioso y terrible.

En la noche que siguió al día en que fue ejecutada esta cruel acción, fui despertado a los gritos de «¡fuego!» Las cortinas de mi lecho estaban convertidas en llamas. Toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad escapamos del incendio mi mujer, un criado y yo. La destrucción fue completa. Se aniquiló toda mi fortuna, y entonces me entregué a la desesperación.

No trato de establecer una relación de la causa con el efecto, entre la atrocidad y el desastre: estoy muy por encima de esta debilidad. Sólo doy cuenta de una cadena de hechos, y no quiero que falte ningún eslabón. El día siguiente al incendio visité las ruinas. Los muros se habían desplomado, exceptuando uno solo, y esta única excepción fue un tabique interior poco sólido, situado casi en la mitad de la casa, y contra el cual se apoyaba la cabecera de mi lecho. Dicha pared había escapado en gran parte a la acción del fuego, cosa que yo atribuí a que había sido recientemente renovada. En torno de este muro agrupábase una multitud de gente y muchas personas parecían examinar algo muy particular con minuciosa y viva atención. Las palabras «¡extraño!» «¡singular!» y otras expresiones semejantes excitaron mi curiosidad. Me aproximé y vi, a manera de un bajo relieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gato gigantesco. La imagen estaba estampada con una exactitud verdaderamente maravillosa.

Había una cuerda alrededor del cuello del animal.Al momento de ver esta aparición, pues como a tal, en semejante circunstancia, no podía por menos de considerarla, mi asombro y mi temor fueron extraordinarios. Pero, al fin, la reflexión vino en mi ayuda. Recordé entonces que el gato había sido ahorcado en un jardín, contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín habría sido inmediatamente invadido por la multitud y el animal debió haber sido descolgado del árbol por alguno y arrojado en mi cuarto a través de una ventana abierta. Esto seguramente, había sido hecho con el fin de despertarme. La caída de los otros muros había aplastado a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido; la cal de este muro, combinada con las llamas y el amoníaco desprendido del cadáver, habrían formado la imagen, tal como yo la veía. Merced a este artificio logré satisfacer muy pronto a mi razón, mas no pude hacerlo tan rápidamente con mi conciencia, por que el suceso sorprendente que acabo de relatar, grabóse en mi imaginación de una manera profunda. Hasta pasados muchos meses no pude desembarazarme del espectro del gato, y durante este período envolvió mi alma un semi sentimiento, muy semejante al remordimiento. Llegué hasta llorar la pérdida del animal y a buscar en torno mío, en los tugurios miserables, que tanto frecuentaba habitualmente, otro favorito de la misma especie y de una figura parecida que lo reemplazara.

La Verdad Sobre el Caso del Señor Valdemar (The Facts in the Case of Mister Valdemar)

Publicada en 1845 y narrada en primera persona, la historia cuenta la extraña muerte del señor Valdemar. La historia empieza cuando el señor Valdemar le manda un telegrama a un viejo amigo pidiéndole que pueda pasar en su casa los últimos días que le quedan de vida. Llego junto con sus doctores. Se instalaron en las habitaciones y esperaron a que llegara la media noche (hora en la que iba a morir).
Cuando faltan 15 minutos para que llegara la media noche, el dueño de casa se le acerca y le pregunta "¿señor... esta dormido?" y el señor Valdemar siempre le contestaba "si no duermo... muero". Para la sorpresa de el dueño de casa y los doctores, el señor Valdemar sobrevivio a la noche en la que se creía iba a morir.
Pasaron así tres mese, el dueño de casa siempre le hacia la misma pregunta y el señor Valdemar le respondía siempre lo mismo. Los doctores no sabían que responder para explicar porque vivía mas tiempo de lo esperado. Hasta que un día el dueño de casa se le acerca y le da un suave movimiento y en cuestion de segundos el señor Valdemar se contrajo y se pudrió en las manos del dueño de casa.
A continuación un fragmento de "La Verdad Sobre el Caso del Señor Valdemar":


A esta altura su pulso era imperceptible y respiraba entre estertores, a intervalos de medio minuto. e
Esta situación se mantuvo sin variantes durante un cuarto de hora. Al expirar este período, sin embargo, un suspiro perfectamente natural, aunque muy profundo, escapó del pecho del moribundo, mientras cesaba la respiración estertorosa o, mejor dicho, dejaban de percibirse los estertores; en cuanto a los intervalos de la respiración, siguieron siendo los mismos. Las extremidades del paciente estaban heladas.
A las once menos cinco, advertí inequívocas señales de influencia hipnótica. La vidriosa mirada de los ojos fue reemplazada por esa expresión de intranquilo examen interior que jamás se ve sino en casos de hipnotismo, y sobre la cual no cabe engañarse. Mediante unos rápidos pases laterales hice palpitar los párpados, como al acercarse el sueño, y con unos. pocos más los cerré por completo. No bastaba esto para satisfacerme, sin embargo, sino que continué vigorosamente mis manipulaciones, poniendo en ellas toda mi voluntad, hasta que hube logrado la completa rigidez de los miembros del durmiente, a quien previamente había colocado en la posición que me pareció más cómoda. Las piernas estaban completamente estiradas; los brazos reposaban en el lecho, a corta distancia de los flancos. La cabeza había sido ligeramente levantada.
Al dar esto por terminado era ya medianoche y pedí a los presentes que examinaran el estado de Valdemar. Luego de unas pocas verificaciones, admitieron que se encontraba en un estado insólitamente perfecto de trance hipnótico. La curiosidad de ambos médicos se había despertado en sumo grado. El doctor D... decidió pasar toda la noche a la cabecera del paciente, mientras el doctor F... se marchaba, con promesa de volver por la mañana temprano. L...l y los enfermeros se quedaron.
Dejamos a Valdemar en completa tranquilidad hasta las tres de la madrugada, hora en que me acerqué y vi que seguía en el mismo estado que al marcharse el doctor F...; vale decir, yacía en la misma posición y su pulso era imperceptible. Respiraba sin esfuerzo, aunque casi no se advertía su aliento, salvo que se aplicara un espejo a los labios. Los ojos estaban cerrados con naturalidad y las piernas tan rígidas y frías como si fueran de mármol. No obstante ello, la apariencia general distaba mucho de la de la muerte.
Al acercarme intenté un ligero esfuerzo para influir sobre el brazo derecho, a fin de que siguiera los movimientos del mío, que movía suavemente sobre su cuerpo. En esta clase de experimento jamás había logrado buen resultado con Valdemar, pero ahora, para mi estupefacción, vi que su brazo, débil pero seguro, seguía todas las direcciones que le señalaba el mío. Me decidí entonces a intentar un breve diálogo.
—Valdemar..., ¿duerme usted? —pregunté.
No me contestó, pero noté que le temblaban los labios, por lo cual repetí varias veces la pregunta. A la tercera vez, todo su cuerpo se agitó con un ligero tem-blor; los párpados se levantaron lo bastante para mostrar una línea del blanco del ojo; moviéronse lentamente los labios, mientras en un susurro apenas audi-ble brotaban de ellos estas palabras:
—Sí… ahora duermo. ¡No me despierte! ¡Déjeme morir así!
Palpé los miembros, encontrándolos tan rígidos como antes. Volví a interrogar al hipnotizado:
—¿Sigue sintiendo dolor en el pecho, Valdemar? La respuesta tardó un momento y fue aún menos audible que la anterior:
—No sufro... Me estoy muriendo.
No me pareció aconsejable molestarle más por el momento, y no volví a hablarle hasta la llegada del doctor F..., que arribó poco antes de la salida del sol y se quedó absolutamente estupefacto al encontrar que el paciente se hallaba todavía vivo. Luego de tomarle el pulso y acercar un espejo a sus labios, me pidió que le hablara otra vez, a lo cual accedí.
—Valdemar —dije—. ¿Sigue usted durmiendo? Como la primera vez, pasaron unos minutos antes de lograr respuesta, y durante el intervalo el moribundo dio la impresión de estar juntando fuerzas para hablar. A la cuarta repetición de la pregunta, y con voz que la debilidad volvía casi inaudible, murmuró:
—Sí... Dormido... Muriéndome.
La opinión o, mejor, el deseo de los médicos era que no se arrancase a Valdemar de su actual estado de aparente tranquilidad hasta que la muerte sobreviniera, cosa que, según consenso general, sólo podía tardar algunos minutos. Decidí, sin embargo, hablarle una vez más, limitándome a repetir mi pregunta anterior.

domingo, 5 de abril de 2009

Abraham Valdelomar (Perú; Ica 27/04/1888 - Ayacucho 02/11/1919)

Nacido en Ica el 27 de abril de 1888 y fallecido el 2 de noviembre de 1919, Pedro Abraham Valdelomar Pinto, es considerado uno de los grandes escritores peruanos post-modernistas. Estudio en la facultad de letras en la universidad de San Marcos. En 1912 participo en la campaña de Guillermo Billinghurst (que es electo presidente). Fundo la revista "colonida" bajo el seudónimo de : "El conde de Lemos". En uno de sus mas grandes artículos escribió: "¡No puede haber patria sin ciudadanos y no puede haber ciudadanos sin ecuación!".

Entre sus obras mas importantes están: el caballero carmelo, el vuelo de los cóndores, el hipocampo de oro, yerba santa, el llanto de Judas, etc. La mayoría de sus cuentos son contadas en primera persona y además on recuerdos de su infancia en el pueblo de "san Andrés de los pescadores".

En 1919 es elegido diputado y en la reunión siguiente se cae de las escaleras, se fractura la espina dorsal y sufre varios traumatismos que después le causarían la muerte.
El Caballero Carmelo (El Caballero Carmelo)


Publicada en 1913, es el relato mas famoso del autor peruano Abraham Valdelomar, narrada en primera persona, además es un recuerdo de la infancia del autor. La historia trata de la pelea entre dos gallos de pelea. La historia empieza cuando llega al hermano Roberto después de cinco años de viaje a el pueblo de "San Andrés" (Ica. Una vez adentro de la casa el hermano recién llegado empezó a repartir los regalos que había traído de todos los lugares a los que había ido. Al final le entrego un regalo a su padre, le había dado un gallo de pelea, para recordar los antiguos tiempos.

Al día siguiente el señor anfiloquio (el padre de la familia) llama a don Justo, su gallero. El le dijo que el gallo era de raza y que lo iba a preparar para las peleas. En un mes "el Carmelo" (que asi le habían puesto). Empezó a pelear y a ganar, los aficionados apostaron al otro gallo, pero después empezaron a apostar al carmelo. Ningún entrenador quería enfrentar a su gallo con el Carmelo porque sabían que su gallo iba a morir.

Y pasaron tres años y los miembros de la familia crecían mientras que el carmelo se envejecía. Cierta tarde el Padre de la familia les da la noticia de que le habían propuesto una pelea de gallos en lima. La familia se sorprendió de la decision del padre y se opusieron. El padre llamo a Don Justo y empezaron a preparar al Carmelo. Le daban una dieta especial y Don justo había ido 6 días seguidos antes de la pelea.

El día de la pelea le dieron la navaja que había usado en sus peleas anteriores. Y partieron los hombres hacia Lima para la gran pelea, mientras las mujeres se quedaron en la casa. cuando llegaron a la plaza se ubicaron y encontraron al retador. Primero vieron una pelea entre otros gallos, para luego ver la pelea entre el carmelo y el ajiseco (el retador). La pelea fue dura y los dos gallos dieron le mejor de si mismos. En un momento el carmelo callo al suelo pero después se levanto. El carmelo le dio un picotazo que hizo que cayera al suelo. Después de la pelea se llevaron al carmelo a su casa, mientras le curaban las heridas que le habían hecho en la pelea. Cuando llegaron las mujeres estavan todavía en la puerta. Dos días estuvieron cuidándolo al Carmelo, pero después de saltar y dar un canto de gloria, callo muerto y la familia se echo a llorar. Después del terrible acontecimiento se fueron a cenar y nuca mas se supo algo del carmelo.


A continuación un capitulo entero de "El Caballero Carmelo" :

Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una apuesta para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de Julio. No había podido evitarlo. Le habían dicho que el "Carmelo", cuyo prestigio era mayor que el del alcalde, no era un gallo de raza. Molestóse mi padre. Cambiáronse frases y apuestas; y aceptó. Dentro de un mes toparía el "Carmelo" con el "Ajiseco" de otro aficionado, famoso gallo vencedor, como el nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El "Carmelo" iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más fuerte y más joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, había él envejecido mientras crecíamos nosotros ¿por qué aquella crueldad de hacerlo pelear...?

Llegó el terrible día. Todos en casa estábamos tristes. Un hombre había venido seis días seguidos a preparar el "Carmelo". A nosotros ya no nos permitían ni verlo. El día 28 de Julio, por la tarde, vino el preparador y de una caja llena de algodones, sacó una media luna de acero con unas pequeñas correas: era la navaja, la espada del soldado. El hombre la limpiaba, probándola en la uña, delante de mi padre. A los pocos minutos, en silencio, con una calma trágica sacaron al gallo que el hombre cargó en sus brazos como a un niño. Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos lo acompañaron.

-¡Qué crueldad! -dijo mi madre.

Lloraban mis hermanas, y la más pequeña, Jesúsa, me dijo en secreto, antes de salir:

-Oye, anda con él... cuídalo... ¡Pobrecitto!...

Llevóse la mano a los ojos, echóse a llorar y yo salí pricipitadamente y hube de correr unas cuadras para poder alcanzarlos.

Llegamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas agitábanse sobre las casas por el día de la Patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada de gallos a los que solían ir todos los hacendados y ricos hombres del valle. En ventorrillos, a cuya entrada había arcos de sauces envueltos en colgaduras, y de los cuales pendían alegres quitasueños de cristal, vendían chicha de bonito, butifarras, pescado fresco asado en brasas y anegado en cebollones y vinagre. El pueblo los invadía parlachín y endomingado con sus mejores trajes. Los hombres de mar lucían camisetas nuevas de horizontales franjas rojas y blancas, sombreros de junco, alpargatas y pañuelos añudados al cuello.

Nos encaminamos a la "cancha". Una frondosa higuera daba acceso al circo, bajo sus ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de algunos amigos, se instaló. Al frente estaba el juez y a su derecha el dueño del paladín "Ajiseco". Sonó una campanilla, acomodáronse las gentes y empezó la fiesta. Salieron por lugares opuestos dos hombres, llevando cada uno un gallo. Lanzáronlos al ruedo con singular ademán. Brillaron las cuchillas, miráronse los adversarios, dos gallos de débil contextura, y uno de ellos cantó. Colérico respondió el otro echándose al medio del circo; miráronse fijamente; alargaron los cuellos, erizadas las plumas, y se acometieron. Hubo ruido de alas, plumas que volaron, gritos de la muchedumbre y a los pocos segundos de jadeante lucha, cayó uno de ellos. Su cabecita afilada y roja, besó el suelo, y la voz del juez:

-¡Ha enterrado pico, señores!

Batió las alas el vencedor. Aplaudió la multitud enardecida, y ambos gallos, sangrando, fueron sacados del ruedo. La primera jornada había terminado. Ahora entraba el nuestro, el "Caballero Carmelo". Un rumor de expectación vibró en el circo.

-¡El Ajiseco y el Carmelo!

-¡Cien soles de apuesta!...

Sonó la campanilla del juez y yo empecé a temblar.

En medio de la expectación general salieron los dos hombres, cada uno con su gallo. Se hizo un profundo silencio y soltaron a los dos rivales. Nuestro carmelo al lado del otro era un gallo viejo y achacoso; todos apostaban al enemigo, como augurio de que nuestro gallo iba a morir. No faltó aficionado que anunciara el triunfo del Carmelo, pero la mayoría de las apuestas favorecía al adversario. El otro, que en verdad no parecía ser un gallo fino de distinguida sangre y alcurnia, hacía cosas tan petulantes cuan humanas; miraba con desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha. Enardeciéndose los ánimos de los adversarios, llegaron al centro y alargaron sus erizados cuellos, tocándose los picos sin perder terreno. El Ajiseco dio la primera embestida; entablóse la lucha; las gentes presenciaban en silencio la singular batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con bien a nuestro paladín.