Publicada en 1850 y narrada en primera persona, cuenta las vivencias de David Copperfield desde que era niño hasta su segundo matrimonio. La historia empieza cuando nace David, su padre había fallecido seis meses antes. Unos días antes de su nacimiento, había llegado su tía abuela Betsy Trotwood, quien creía profundamente que iba a nacer una mujer y le pedía a su madre que le llame como ella y que fuera su madrina. El día del nacimiento, el doctor le dijo a Betsy que había nacido un hombre, en ese momento, la señora, cogió su sombrero y se fue. David creció con su madre y con Peggotty, su niñera. Cuando David tenia cinco años, Peggotty llevo a David a Yarmouth, para visitar a su hermano. Dan, el hermano de Peggotty, tenia la tutela de dos niños, Emily y Ham. David se enamoro inmediatamente de Emily y se declaro, le dijo a Emily que estaba muy enamorado de ella y que si no lo aceptaba se mataría, pero Emily le dijo que ella también lo amaba y no era necesario que se mate. David estuvo quince días en la casa de Dan, pero se dio cuenta que extrañaba a su madre así que regreso con Peggotty a su casa. Cuando regresaron, Peggotty le dijo a David que ahora tenia un nuevo padre. Después de haberle dicho eso, Peggotty llevo a David al salón, en donde estaba el nuevo padre junto con su madre, David reconocido al señor, era el señor Murdstone. En cuanto la madre lo vio trato de decirle algo, pero el señor Murdstone le dijo que no halara nada, que el trataba de manipularla.Desde ese momento, el señor Murdstone ejerció todo el poder sobre esa familia y abusaba varias veces de David, además lo insultaba a el y a su madre. Además de disciplinar a David, era su maestro, pero no le enseñaba nada, David se aburría y quería aprender algo, encontró unos libros que eran de su padre en una habitación del ultimo piso de su casa.
Paso el tiempo, y la madre de David tuvo un hijo, pero el señor Murdstone no dejaba que David viera al bebe. Cierto día, solamente porque David no había aprendido bien unas lecciones el señor Murdstone comenzó a azotarlo, David, para protegerse, le mordió la mano, pero el señor Murdstone, aumento los azotes y lo golpeaba cada vez mas fuerte hasta hacerlo caer medio muerto. Encerraron a David en su habitación por cinco días. Peggotty se acerco al cuarto y por la puerta le dijo que lo iban a internar en un colegio.El señor Murdstone se llevo a David al internado, pero el día en que dejo a David, le puso un papel en la espalda diciendo que tengan cuidado porque muerde, todos los niños se reían de el, excepto uno, se llamaba Steerforth, era el mayor de todos y todos lo respetaban. Steerforth decidió proteger a David, y desde ese momento, nadie volvió a fastidiar a David. Desde ese momento, David y Steerforth se volvieron buenos amigos, David le contaba las historias que había leído en la habitación de su padre, mientras que Steerforth le enseñaba matemáticas. El día de su cumpleaños, el director del internado llama a David a su oficina. Le dice que su madre estaba muy enferma, que es posible que ya haya muerto. David salio de la oficina y se echo en su cama a llorar toda la tarde hasta que se quedo dormido, cuando despertó lloro un rato mas. David regreso a su casa, y se entero que no solo su madre había muerto, también había muerto el bebe. El señor Murdstone echo a Peggotty de su casa, ella se caso con un cochero. El señor Murdstone, mando a David a trabajar al almacén de su amigo, David se hospedo en un cuarto en la casa de un señor Micawber, el vivía con su esposa y tres hijos, ellos atravesaban varias dificultades económicas y vivían empeñando los muebles de su casa. Conforme paso el tiempo, David se unió mas a esa familia, hasta que cierto día, para escapar de sus deudas, los Micawber se mudaron. David no quería regresar con el señor Murdstone, así que decidió escapar.David se dirigió a la casa de la uncia parienta viva, su tía abuela, Betsy Trotwood, camino por seis días hasta llegar a Dover, después de preguntar, llego hasta la casa y encontró a su tía. David se le acerco y le dijo que el era su sobrino, al que había dejado el día de su nacimiento porque no fue mujer. Betsy cayó sentada, después de un rato, llevo a David a su casa, lo baño y le dijo que desde ese momento ella seria su tutora, además ahora se llamaría David Trotwood Copperfield, como siempre se debió llamar, según su tía.
La tía Betsy mando a David a estudiar en un colegio de Canterbery, lo llevo a ese poblado y lo hospedo en la casa de Mr. Wickfield, un buen amigo suyo. Lo primero que hizo Mr. Wickfield, fue mostrarle a David quien era la ama de llaves. David se sorprendió al ver que era una niña de casi su edad, Mr. Wickfield le dijo que la conociera bien, porque ella era la única ama de llaves y la única razón de vivir de el, era su hija, Ines. Además de ellos, en esa casa también vivía un joven de figura cadavérica que se asomaba de rato en rato. Esa noche, el señor Wickfield bebió hasta quedar ebrio, Ines tocaba el piano, pero en un momento dejo el piano y se asomo a su padre y le dijo que ya era tarde y que era hora de dormir. Se despidieron y David se fue a su habitación, mientras subía, se encontró con el joven de figura cadavérica, se presento como Uriah Heep, era empleado del señor Wickfield, le dijo que quería instruirse en leyes, David le dijo que entonces quería ser socio del señor Wickfield, pero Uriah le dijo que no, que era muy humilde para eso, que le debía mucho al señor Wickfield, al haberle dado cosas que su pobre madre no podría, le dio que tal vez David llegara a ser el socio del Sr. Wickfield. David le dijo que no quería estudiar leyes, así que se despidió y le estrecho la mano, David sintió que su mano era fría húmeda y blanda, se sentía como la mano de un muerto. En el colegio, David siempre ocupo los primeros puestos. Cierto día, Uriah invito a David a comer a la cada de su madre, David acepto. Cuando regresaba a la casa del Sr. Wickfield, se encontró con el señor Micawber, parado frente a la puerta de los Heep, tenia cara de hombre abatido, endeudado, como si ya hubiera empeñado su ultimo mueble, David se acerco y se saludaron, luego de conversar unos segundos, se despidieron y cuando David estaba a distancia, voltea y ve que el señor Micawber entra a la casa de los Heep.
Paso el tiempo y David termino el colegio. Se sentía muy triste, porque eso significaba que se debía alejar de Ines. David quería estudiar para ser independiente y no vivir bajo el mismo techo que su tía. Betsy le recomienda a David que viaje a Yarmouth, para visitar a Peggotty, su niñera. David se despidió de Ines antes de viajar, le dijo que siempre pensara en ella, que le pediría consejo y que le diría el día que se enamore. Ines le dijo que le quería preguntar algo, ella le dijo que si había notado algo extraño en su papa, David le dijo que lo dañaba el vicio que le vio desde el día que llego, la bebida lo estaba enfermando, David le dijo a Ines que hace algún tiempo vio llorar a su padre como un niño, pero en ese momento entra Mr. Wickfield y tuvieron que romper la conversación.
Cuando David estaba en mitad del camino para ir a la casa de Peggotty, se encontró con Steerforth, su amigo del colegio al que llego con fama de saber morder, David se emociono tanto al ver a su antiguo amigo que lo invita a la casa de Peggotty, Steerforth acepta y lo acompaña. Cuando pasan por la casa de Dan son recibidos muy alegremente por la noticia que Emily había aceptado casarse con Ham, eran casi hermanos, pero no lo eran verdaderos. Dan estaba muy feliz y Ham estaba muy sonriente. Después de la noticia, David y Emily recuerdan cuando eran niños y se sonrojan, Steerforth estaba viendo como conversaban los dos amigos. Cuando llegaron a la casa de Peggotty, David noto en Steerforth algo extraño. Steerforth le dijo que Emily era muy bella como para estar comprometida con un hombre como Ham, David le recordó que había estado conversando con el, abrazado, como si fuera su amigo. David se acerco a su amigo, después de unos segundos le dijo que desearia haber crecido con un padre a su lado, alguien que lo apoye, deseaba ser mas bueno, David no supo que contestar, así que no hablo.
Cuando regreso de su visita a la casa de Peggotty, David aun no sabia que estudiar, su tía Betsy le recomendo que sea porcurador del tribunal de porcuradores y le explico que era un porcurador. Betsy le compro un departamento de soltero a David. David, para estrenarlo, nvito a Steerford y unos de sus amigos, David se enborracho con vino, despues de esa reunion, se fueron al teatro. David se encontro con Ines en el teatro, como estava fuera de si, grito varias cosas, avergonzando a Ines. Al dia siguiente, Ines le escribe una carta pidiendo que vaya a su casa. David, se disculpa con ella cuando la ve, le dice que ella es su angel bueno, ella le respondio dici9endole que si fuera verdad no haria maldades, David entendio que era por lo que habia pasado la noche anterior. Despues de conversar y de que Ines perdonara a David, ella le pregunta si ha visto a Uriah, David no sabia que estava en Londres, Ines le dijo que si, que ahora el se hacia cargo de los negocios de su padre, que ahora eran socios, pero Uriah se aprovechava de la debilidad de Mr. Wickfield y el le tenia miedo a Uriah, Ines estava desesperada. Esa noche, David se econtro con Uriah, el le dio que fue un buen profeta, que habia adivinado el futuro. Uriah dijo que se sentia muy honrado por ser socio de Mr. Wickfield, pero el habia cometido varias inprudencias, despues, Uriah le dijo que queria hacerle una confecion. Le dijo que estaba muy enamorado de Ines y le pergunto si es que creia que ella podria ser su esposa. David se sintio furioso contra Uriah, solo pensaba en que Ines iba a ser ultrajada por ese ser miserable.
David comenzo a trabajar en el tribunal de procuradores, su jefe, un dia, invito a David a cenar a su casa y le persento a su Dora, su hija, David se enamoro completamente de ella. Durante las siguientes semanas, David esperaba que lo invitaran nuevamente a la casa de su jefe, pero no recibio ninguna invitacion. En cambio, se encontro con Steerforth, que lo invito a cenar a su casa. Mientras cenaban, Steerforth le cono que venia de Yarmouth, que se habia ido a descansar cerca al mar, y le conto que el esposo de Peggotty estava muy enfermo, David le dijo que iba a viajar, pero antes de irse, Steerforth le pidio que pensara de el lo mejor posible. David partio inmediatamente a la casa de Peggotty, pero era muy tarde, su esposo ya habia muerto. Cuando paso por la casa de Dan, vio que el humilde hogar, estava muy entristecido, Emily habia huido de su casa, Ham le entrego una carta de Emily que habia escrito antes de irse. En la carta decia que se iba de su hogar para irse con el hombre que ama, ademas decia que ella regresaria si su esposo deja que regrese a su hogar con una nueva honra. Cuando termino de leer al carta, David pregunto si sospechaban de alguien y le dijeron que el hombre lo habia conocido la ultima vez que el vino, David entendio que Steerforth habia huido con Emily. David vio que Dan se vestia para viajar y dijo que viajaria por todo el mundo si es nesesario para encontrar a Emily, para rescatarla de su vergüenza y regresarla a su hogar.
LAS OPERACIONES DE MÍSTER MICAWBER
No voy ahora a describir mi estado de ánimo bajo el peso de aquella desgracia. Pensaba que el porvenir no existía para mí; que la energía y la acción se me habían terminado, y que no podría encontrar mejor refugio que la tumba. Digo que llegué a pensar en todo esto; pero no fue en el primer momento de mi pena. Aquellas ideas fueron germinando poco a poco en mí. Si los acontecimientos que voy a narrar ahora no me hubieran envuelto desde el primer instante, distrayendo mi aflicción, y más tarde aumentándola, es posible (aunque no lo creo probable) que hubiese caído enseguida en aquel estado. Pero hubo un intervalo antes de que me diera cuenta bien de toda mi desgracia; un intervalo durante el cual hasta supuse que sus más agudos sufrimientos habían pasado ya y en el que pude consolar mi memoria, descansándola en todo lo más hermoso a inocente de la tierna historia que se me había cerrado para siempre.
Todavía hoy no sé cuándo se habló por primera vez de que yo debía ir al continente, ni cómo llegamos a estar todos de acuerdo en que debía buscar el restablecimiento de mi calma en el cambio y los viajes. El espíritu de Agnes dominaba de tal modo todo lo que pensamos, dijimos a hicimos en aquella época de tristeza, que puedo achacar el proyecto a su influencia. Pero aquella influencia era tan serena, que ya no sé más.
Y ahora pienso que mi modo de asociarla en la infancia con la vidriera de la iglesia era como una visión profética de lo que iba a ser para mí en la desgracia que debía agobiarme un día. En efecto; desde el momento inolvidable en que se presentó ante mí, con la mano levantada, su presencia fue como la de una santa en mi solitaria morada: y cuando el ángel de la muerte entró en ella, mi «mujer-niña» se durmió con una sonrisa sobre su pecho. Me lo contaron cuando ya pude soportar el oírlo.
De mi inconsciencia desperté para ver sus lágrimas de compasión, para oír sus palabras de esperanza y de paz, para ver su dulce rostro inclinado, como desde una región más pura y más cercana al cielo, sobre mi indisciplinado corazón, dulcificando sus dolores.
Pero voy a proseguir mi relato.
Iba a marcharme para el continente. Esto parecía cosa decidida desde el primer momento. La tierra cubría ya los restos mortales de mi mujercita, y sólo esperaba por lo que míster Micawber llamaba la «pulverización final de Heep» y «la marcha de los emigrantes».
Volvimos a Canterbury, llamados por Traddles (el más cariñoso y mejor de los amigos en mi desgracia), mi tía, Agnes y yo, y nos citamos todos en casa de míster Micawber; allí y en casa de míster Wickfield había estado trabajando sin cesar mi amigo desde nuestra reunión « explosiva» . Cuando la pobre mistress Micawber me vio entrar de luto, lo sintió muy sinceramente. Había mucha bondad en el corazón de mistress Micawber que no le había sido arrancada en el transcurso de los años.
-Muy bien, míster y mistress Micawber -saludó mi tía en cuanto nos sentamos-. ¿Hacen ustedes el favor de decirme si han pensado bien en mi proposición de emigrar'?
-Querida señora -contestó míster Micawber-, quizá no pueda expresar mejor la conclusión a la que mistress Micawber, su humilde servidora, y puedo añadir nuestros hijos, hemos junta y separadamente llegado, sino, adoptando el lenguaje de un ilustre poeta, contestando que nuestro bote está en la playa y nuestra barca está en el mar.
-Eso está muy bien -dijo mi tía-. Auguro toda clase de cosas buenas por esta decisión tan sensata.
-Señora, nos honra usted mucho -afirmó. Y enseguida, consultando el memorándum, dijo: -Respecto a la ayuda pecuniaria que nos permita lanzar nuestra frágil canoa sobre el océano de las empresas, he vuelto a considerar detenidamente este punto importante del negocio, y me atrevo a proponer mis notas de mano, hechas (no necesito decirlo) en papel timbrado, como lo requieren varios actos del Parlamento relativos a estas garantías. Ofrezco el reembolso a dieciocho, veinticuatro y treinta meses. La proposición que primeramente expuse era doce, dieciocho y veinticuatro meses; pero temí no tener tiempo suficiente para reunir la cantidad necesaria. Podría suceder -dijo míster Micawber, mirando alrededor de la habitación, como si representara varios cientos de áreas de tierra cultivada- que al primer vencimiento no hubiéramos tenido éxito en nuestra cosecha, o no la hubiéramos recogido aún. Creo que la labor es difícil en esa parte de nuestras posesiones coloniales, donde nos será forzoso luchar contra la tierra inculta.
-Arréglelo usted como quiera -dijo mi tía.
-Señora -contestó él-, mistress Micawber y yo estamos profundamente agradecidos por la consideración y bondad de nuestros amigos y patronos. Lo que deseo es poder ser exactamente puntual y un perfecto negociante. Volviendo, como estamos a punto de volver, una hoja completamente nueva, y retrocediendo, como estamos ahora en el acto de retroceder, hacia una primavera de tranquilidad no común, es importante para mi sentido de la dignidad, además de ser un ejemplo para mi hijo, que estos arreglos se hagan entre nosotros como de hombre a hombre.
No sé qué sentido prestaría míster Micawber a esta última frase; no creo que ninguno de los que la emplearon se lo haya dado nunca; pero a él le gustó mucho y la repitió, con una tos expresiva: «como de hombre a hombre» .
-Propongo -continuó míster Micawber- pagarés; están muy en uso en el mundo comercial, y creo que debemos su origen a los judíos, que me parece han tenido mucho que ver con ello desde entonces, y los propongo porque son negociables. Pero si una letra o cualquier otra garantía es preferida, me sentiré dichoso conformándome a lo que ustedes decidan sobre ello, « como de hombre a hombre».
Mi tía observó que en el caso en que estaban las dos partes, de convenir en cualquiera cosa que fuera, estaba segura de que no habría dificultades para resolver aquel punto. Míster Micawber fue de su misma opinión.
-En cuanto a nuestras preparaciones domésticas, señora -dijo míster Micawber con alguna vanidad-, para hacer frente al destino a que debemos consagramos, pido permiso para referirlas. Mi hija mayor va todas las mañanas, a las cinco, a un establecimiento cercano para adquirir el talento (si se puede llamar así) de ordeñar vacas. Mis hijos más pequeños tienen instrucciones para que observen, tan de cerca como las circunstancias se lo permitan, las costumbres de los cerdos y aves de corral que hay en los barrios más pobres de esta ciudad; persiguiendo este objetivo, los han traído a casa en dos ocasiones a punto de ser atropellados. Yo mismo he prestado alguna atención, durante la semana pasada, al arte de fabricar pan; y mi hijo Wilkins se ha dedicado a conducir, con un cayado, el ganado, cuando se lo permiten los zafios que lo cuidan. Los ayudaba voluntariamente; pero siento decir que no era muy a menudo, porque generalmente le insultaban con palabrotas, para que desistiera.
-Muy bien, muy bien -dijo mi tía para animar-. No dudo que mistress Micawber también habrá tenido algo que hacer...
-Querida señora -contestó mistress Micawber con su expresión atareada-, le confieso que no me he dedicado activamente a nada que se relacione directamente con el cultivo y el almacenaje, a pesar de estar enterada de que ello ha de reclamar mi atención en playas extrañas. Todas las oportunidades que he podido restar a mis quehaceres domésticos las he consagrado a una correspondencia algo extensa con mi familia; porque me parece a mí, mi querido míster Copperfield -dijo mistress Micawber, que siempre se volvía hacia mí (supongo que por su antigua costumbre de pronunciar mi nombre al empezar sus discursos)-, que ha llegado el momento de enterrar el pasado en el olvido, y que mi familia debe dar a míster Micawber la mano, y míster Micawber dársela a mi familia. Ya es hora de que el león se acueste con el cordero y de que mi familia se reconcilie con míster Micawber.
Dije que pensaba lo mismo.
-Ese es, por lo menos, el modo como yo considero el asunto. Mi querido míster Copperfield -continuo mistress Micawber-, cuando vivía en mi casa con mi papá y mi mamá, mi papá tenía la costumbre de consultarme cuando se discutía cualquier punto en nuestro estrecho círculo: «¿Desde qué aspecto ves tú el asunto, Emma mía?». Ya sé que papá era demasiado parcial-, sin embargo, respecto a la frialdad que ha existido siempre entre míster Micawber y mi familia, me he formado necesariamente una opinión, por falsa que sea.
-Sin duda. Claro que la tiene usted que habérsela formado, señora -dijo mi tía.
-Precisamente -asintió mistress Micawber-. Sin embargo, puedo estar equivocada en mis conclusiones; es muy probable que lo esté; pero mi impresión individual es que el abismo que hay entre mi familia y míster Micawber puede haberse abierto por el temor, por parte de mi familia, de que míster Micawber necesitara algún auxilio pecuniario. No puedo por menos de pensar -dijo mistress Micawber con expresión de profunda sagacidad- que hay miembros de mi familia que han temido que míster Micawber les pidiera el nombre para algo. Y no me refiero para el caso de bautizar a nuestros hijos, sino para inscribirlo en letras de cambio y negociarlo en la Banca.
La mirada penetrante con que mistress Micawber enunció aquel descubrimiento, como si nadie hubiera pensado en ello, pareció extrañar mucho a mi tía, quien contestó de repente
-Bien, señora; en el fondo, no me chocaría que tuviera usted razón.
-Como míster Micawber está en vísperas de soltar las cadenas que le han atado durante tanto tiempo -continuo mistress Micawber- y de empezar una nueva carrera, en una tierra donde hay campo abierto para sus habilidades (lo que, en mi opinión, es muy importante, porque las habilidades de míster Micawber requieren mucho espacio), me parece a mí que mi familia debía señalar esta ocasión adelantándose la primera. Lo que yo desearía es ver reunidos a míster Micawber y a mi familia en una fiesta dada y costeada por mi familia; donde, al proponer algún miembro importante de mi familia un brindis a la salud de míster Micawber, míster Micawber pudiera tener ocasión de desarrollar sus puntos de vista.
-Querida mía -dijo míster Micawber con cierta pasión-, quizá sea mejor que yo declare ahorra mismo aquí que si desarrollara mis puntos de vista ante esta reunión, probablemente los encontrarían ofensivos, porque mi impresión es que todos los miembros de tu familia son, en general, unos impertinentes snobs, y en detalle, unos bribones sin paliativo.
-Micawber -dijo mistress Micawber, sacudiendo la cabeza-, nunca les has comprendido, y ellos nunca lo han comprendido a ti.
Míster Micawber tosió.
-Nunca lo han comprendido -dijo su mujer-. Puede que sean incapaces de ello. Si es así, esa es su desgracia, y soy muy dueña de compadecerlos.
-Siento mucho, mi querida Emma -dijo, con mayor lentitud míster Micawber-, el haberme traicionado en expresiones que puedan, aunque sea remotamente, tener la apariencia de ofensivas. Todo lo que digo es que puedo irme al continente sin que tu familia se adelante a favorecerme; en resumen, con una última sacudida de sus hombros; y que prefiero dejar Inglaterra con el ímpetu que poseo, que deberles la menor ayuda. Eso no quita, querida mía, que si llegaran a contestar a tus comunicaciones (lo que nuestra experiencia hace muy improbable), lejos de mí está el ser una barrera para tus deseos.
Habiendo arreglado este asunto amigablemente, míster Micawber dio su brazo a mistress Micawber, y mirando al montón de libros y papeles que había encima de la mesa, ante Traddles, dijo que nos dejaban solos, lo que ceremoniosamente llevaron a cabo.
-Mi querido Copperfield --dijo Traddles, apoyándose en su silla, cuando se fueron, y mirándome con tanto cariño que se le enrojecieron los ojos y el pelo se le puso de mil formas raras-, no me disculpo por molestarte con negocios, porque sé que lo interesan profundamente y que hasta podrán distraerte. Y espero, amigo mío, que no estés cansado.
-Estoy completamente repuesto -le dije después de una pausa-. Tenemos que pensar en mi tía antes que en nadie. ¡Ya sabes todo lo que ha hecho!
-¡Claro, claro! -contestó Traddles-. ¿Quién puede olvidarlo?
-Pero no es eso todo -dije-. Durante estos últimos días le atormentaban preocupaciones nuevas, y ha ido y vuelto a Londres todos los días. Varias veces ha salido temprano y no ha vuelto hasta el anochecer. Anoche, Traddles, sabiendo que tenía que hacer este viaje y todo, era casi media noche cuando volvió a casa. Ya sabes hasta qué punto es considerada con los demás, y por eso no quiere decirme lo que ha ocurrido ni lo que le hace sufrir.
Mi tía, muy pálida y con arrugas profundas en su frente, permanecía inmóvil escuchándome; algunas lágrimas extraviadas corrían por sus mejillas, y puso su mano en la mía.
-No es nada, Trot; no es nada. Ya ha terminado todo, y lo sabrás un día de estos. Ahora, Agnes, querida mía, vamos a dedicamos a estos asuntos.
-Tengo que hacer justicia a míster Micawber -empezó Traddles- diciendo que, aunque parece que para sí mismo no ha conseguido trabajar con éxito, es el hombre más incansable cuando trabaja para los demás. Nunca he visto cosa semejante. Si siempre ha hecho lo mismo, a mi juicio, es como si tuviera ya doscientos años. El calor con que lo ha hecho todo y el modo impetuoso con que ha estado excavando noche y día entre papeles y libros, sin contar el inmenso número de cartas suyas que han venido a esta casa desde la de míster Wickfield; y a veces hasta de un lado a otro de la mesa en que estábamos sentados, cuando le hubiera sido más cómodo hablar, es extraordinario.
-¿Cartas? --exclamó mi tía-. ¡Yo creo que sueña con cartas!
-También míster Dick ---dijo Traddles- ha hecho maravillas. Tan pronto como le descargamos de observar a Uriah Heep, cosa que hizo con un celo que nunca vi excedido, empezó a dedicarse a míster Wickfield; y realmente, su ansia de ser útil en nuestras investigaciones, y su verdadera utilidad en extraer y copiar, y traer y llevar, han sido un estímulo para nosotros.
-Dick es un hombre muy notable -exclamó mi tía-; yo siempre lo he dicho. Trot, tú lo sabes.
-Me alegra mucho decirle, miss Wickfield -continuó Traddles, con una delicadeza y seriedad conmovedoras-, que, en su ausencia, míster Wickfield ha mejorado considerablemente. Libertado del peso que le agobiaba desde hacía tanto tiempo, y de los horribles temores bajo los que ha vivido, ahora no es el mismo de antes. A veces hasta recobraba su fuerza mental para concentrar su memoria y atención en algunos puntos del asunto; y ha podido ayudamos a esclarecer algunas cosas que sin su ayuda habrían sido muy difíciles, si no imposibles, de desenredar. Pero quiero llegar cuanto antes al resultado, en lugar de charlar de todas las circunstancias que he observado, pues si no, no acabaría nunca.
Su sencillez dejaba traslucir que decía todo aquello para ponernos contentos y preparar a Agnes a oír nombrar a su padre en cosas más confidenciales; pero no por eso era menos agradable su naturalidad.
-Ahora vamos a ver -continuó Traddles mirando entre los papeles de la mesa-. Después de saber con lo que contamos, y de haber contado en primer lugar con una cantidad grande de confusión involuntaria, y en segundo con una confusión y falsificación voluntarias, queda demostrado que míster Wickfield puede cerrar ahora su negocio y su notaría sin ningún déficit ni desfalco.
-¡Oh, gracias, Dios mío! --exclamó Agnes con fervor.
-Pero -dijo Traddles- lo que quedaría entonces para subvenir a sus necesidades (y al decir esto supongo la casa ya vendida) sería tan exiguo, que probablemente no excedería a unos cientos de libras. Por lo tanto, miss Wickfield, convendría reflexionar si no se podría conservar la notaría abierta. Sus amigos podrían aconsejarle, ya sabe usted, ahora que está libre. Usted misma, miss Wickfield, Copperfield, yo.
-Ya lo he pensado, Trotwood -dijo Agnes mirándome-, y siento que no debe ser, y que no será, aunque me lo aconseje un amigo a quien agradezco y debo tanto.
-No diré que te he aconsejado -observó Traddles-. Me parecía bien sugerirlo nada más.
-Me alegra el oírselo decir --contestó Agnes con tranquilidad-; esto me hace esperar, casi me da la seguridad de que opinamos del mismo modo. Querido míster Traddles y querido Trotwood, papá libre y con honra, ¡qué más puedo desear! Siempre he aspirado, de poder ser, a disminuir los embrollos en que se había metido, a devolverle un poco de los cuidados y cariños que le debo, y dedicarle mi vida. Esta ha sido durante muchos años mi mejor esperanza. Tener la responsabilidad de nuestro porvenir sobre mí será mi segunda gran alegría después de librarle de toda preocupación y responsabilidad.
-¿Has pensado cómo, Agnes?
-Muchas veces. No tengo miedo, querido Trotwood. Estoy segura del éxito. Tanta gente me conoce aquí y me aprecia, que estoy segura. No dudes de mí. Nuestras necesidades no son muchas. Si alquilo nuestra querida y vieja casa, y pongo una escuela, seré útil y feliz.
El fervor tranquilo de su alegre voz me trajo a la memoria tan vivamente la querida casa vieja primero, y luego mi hogar solitario, que mi corazón estaba demasiado lleno para poder hablar. Traddles hizo como que estaba muy ocupado, buscando entre los papeles durante un rato.
-Ahora, miss Trotwood -dijo Traddles-, esa propiedad es suya.
-¡Bueno! Lo que tengo que decir es que si desapareció puedo sobrellevarlo, y que si aun existe, me alegraré mucho de recobrarla.
-En su origen creo que eran ocho mil libras -dijo Traddles.
-Eso era ---contestó mi tía.
-No he conseguido encontrar más de cinco -dijo Traddles, perplejo.
-¿Miles quiere usted decir -inquirió mi tía con compostura nada vulgar-, libras?
-Cinco mil libras -dijo Traddles.
-Eso es lo que quedaba --contestó mi tía-. Yo misma vendí tres mil; pagué mil por tus cosas, Trot querido, y llevo conmigo las otras dos mil. Cuando perdí lo demás me pareció prudente no hablar de esta cantidad y guardarla en secreto para algún día de apuro. Quería ver cómo saldrías de la prueba, Trot; saliste de ella noblemente, con perseverancia, abnegación, confiando en ti mismo. ¡Lo mismo se ha portado Dick! ¡No me hablen, porque tengo los nervios alterados
Nadie lo hubiera creído viéndola tan tiesa, sentada, con los brazos cruzados; pero es que se dominaba maravillosamente.
-Pues no saben lo que me alegro decirles -exclamó Traddles radiante de alegría- que hemos recobrado todo el dinero.
-Que nadie me dé la enhorabuena --exclamó mi tía---. ¿Y cómo es eso, caballero?
-¿Usted creía que míster Wickfield lo había malversado? --dijo Traddles.
-Claro que lo creía -dijo mi tía-, y por eso me lo callaba. Agnes, ni una palabra.
-Y se vendió --dijo Traddles-, ¡vaya si se vendió!, en virtud de un poder suyo que él tenía; pero no necesito decir por quién fue vendido o bajo qué firma. Luego el vendedor lo fingió a míster Wickfield (y probó con números el muy canalla) que él mismo se había apoderado del dinero (dándole instrucciones generales, decía) para ocultar otros déficit y deudas. Míster Wickfield, desamparado, fue tan débil en sus manos, que llegó a pagarle a usted varias cantidades de intereses de un capital que sabía que no existía, haciéndose así, desgraciadamente, cómplice del fraude.
-Y por fin cargó con toda la culpa -añadió mi tía---, y me escribió una carta loca, culpándose de robo y maldades que nadie puede imaginar. Entonces fui a visitarle una mañana temprano, pedí una vela, quemé la carta y le dije que si alguna vez podía justificarse ante mí y ante sí mismo, que lo hiciera, y que si no podía, se callara por amor a su hija. Si alguien me habla, me marcho ahora mismo.
Todos nos quedamos silenciosos; Agnes se tapaba la cara.
-Bien, amigo mío --dijo mi tía después de una pausa-, ¿y por fin le ha vuelto usted a sacar el dinero?
-El hecho es --contestó Traddles- que míster Micawber le había cercado de tal modo, que tenía siempre preparados argumentos nuevos por si alguno fallaba, y no se nos pudo escapar. Una de las circunstancias más notables es que no creo que se apoderara de la cantidad por satisfacer su avaricia desordenada, sino más bien por el odio que sentía contra Copperfield. Me lo dijo claramente. Dijo que hubiese gastado otro tanto por hacer daño a Copperfield.
-¡Ah! -exclamó mi tía frunciendo su entrecejo y mirando hacia Agnes-. ¿Y qué ha sido de él?
-No lo sé -dijo Traddles-. Se marchó de aquí con su madre, que no había cesado de clamar, descubrirse y amenazarnos. Se marcharon en una de las diligencias de la noche, y ya no he vuelto a saber de él, excepto que su odio hacia mí al despedimos fue inmenso. Se considera poco más o menos tan deudor contra mí como contra míster Micawber, lo que considero (como se lo dije) un cumplido.
-¿Supones que tendrá algún dinero, Traddles? -pregunté.
-Creo que sí, querido --contestó, sacudiendo muy serio la cabeza- Estoy seguro de que, de un modo o de otro, se ha metido en el bolsillo buenas cantidades. Pero, Copperfield, creo que si pudieras observar a ese hombre en el transcurso de su vida, verías que el dinero no le impedirá que sea dañino. Es tan profundamente hipócrita, que cualquier fin que persiga tiene que perseguirlo por caminos torcidos. Es su única compensación, por lo que se domina exteriormente. Como siempre se arrastra para conseguir cualquier fin pequeño, siempre le parece monstruoso cualquier obstáculo que halle en su camino; en consecuencia, odiará y sospechará de todo el mundo que se coloque, del modo más inocente, entre él y su objetivo. Así, los caminos tortuosos se volverán más torcidos en cualquier momento y por cualquier razón o por ninguna. No hay más que fijarse en su historia de aquí -dijo Traddles- para saberlo.
-Es un monstruo de mezquindad -dijo mi tía.
-Realmente, no sé -observó Traddles pensativo-. Cualquiera puede ser un monstruo de mezquindad proponiéndoselo.
-Y ahora, respecto a míster Micawber... --dijo mi tía.
-Bien -dijo Traddles alegremente-. Debo una vez más alabar a míster Micawber, pues si no hubiera sido por su paciencia y perseverancia durante todo este tiempo nunca hubiese conseguido nada que mereciese la pena; y creo que debemos considerar que mister Micawber ha hecho el bien por amor a la justicia, si consideramos las condiciones que podía haberle propuesto a Uriah Heep por su silencio
-Lo mismo pienso yo --dije.
-Y usted ¿qué le daría? -insistió mi tía.
-¡Oh! Antes de tratar de esto ---dijo Traddles, un poco desconcertado- temo haber omitido (como no podía exponer todo a un tiempo) dos puntos al hacer este arreglo ilegal (porque es perfectamente ilegal desde el principio hasta el fin) de un negocio difícil. Las letras y demás que mister Micawber le dio por los adelantos a Uriah...
-Bien. Hay que pagarlos -dijo mi tía.
-Sí; pero no sé cuándo se podrán encontrar, no sé dónde estarán -contestó Traddles abriendo los ojos-; y les advierto que desde ahora hasta su marcha se verá arrestado constantemente y puesto en la prisión por deudas.
-Pues habrá que ponerlo en libertad cada vez y pagar lo que sea -dijo mi tía-. ¿A cuánto asciende el total?
-Mister Micawber tiene apuntadas en un libro, con el mayor orden, todas las operaciones (las llama operaciones) -comentó Traddles sonriendo-, y la suma total asciende a ciento tres libras y cinco chelines.
-¿Y qué le daríamos además, incluyendo esa suma? -dijo mi tía- Agnes, querida mía, tú y yo hablaremos después de repartírnoslo. ¿Cuánto le daremos? ¿Quinientas libras?
A esto Traddles y yo contestamos a un tiempo. Los dos recomendábamos una pequeña cantidad en dinero, y el pago, sin condiciones, de las reclamaciones de Uriah según fueran viniendo. Propusimos que se pagara a la familia el pasaje y los gastos y que se les diera cien libras, y también que se debía atender con seriedad a los arreglos de míster Micawber para el pago de los adelantos, ya que el suponerse bajo una responsabilidad así podía ser beneficioso para él. A esto añadí la idea de dar explicaciones de su carácter a historia a mister Peggotty, en quien yo sabía que se podía confiar, y dejar a su discreción el poderle adelantar otras cien libras. Luego propusimos interesar a míster Micawber por mister Peggotty, contando a aquel parte de la historia de este, lo que yo creyera justo y conveniente, a intentar que cada uno de ellos ayudara al otro para su beneficio común. Todos estábamos de acuerdo en ello, y también los interesados lo hicieron poco después, con una muy buena voluntad y en perfecta armonía.
Viendo que Traddles volvía a mirar con ansiedad a mi tía, le recordé el segundo y último punto que había prometido.
-Tú y tu tía me disculparéis, Copperfield, si toco, como temo, un asunto doloroso --dijo Traddles vacilando--; pero creo necesario recordároslo. El día de la memorable denuncia de míster Micawber, Uriah Heep hizo una alusión amenazadora al marido de tu tía.
Mi tía, manteniéndose en su tiesa postura y aparente serenidad, asintió con la cabeza.
-Quizá -observó Traddles- fuera sólo una impertinencia voluntaria.
-No -contestó mi tía.
-¿Existía, perdóneme, de verdad esa persona y estaba en su poder? -insinuó Traddles.
-Sí, amigo mío --dijo mi tía.
A Traddles se le alargó la cara perceptiblemente y explicó que no había podido tocar aquel asunto; que había compartido la suerte de las habilidades de míster Micawber al no ser comprendido en cuantos términos había usado; que ya no teníamos ninguna autoridad sobre Uriah Heep, y que si nos podía hacer a cualquiera de nosotros algún daño o causarnos alguna molestia, nos lo haría seguramente.
Mi tía permaneció inmóvil hasta que otra vez algunas lágrimas rebeldes rodaron por sus mejillas.
-Tiene usted razón --dijo, Estaba bien pensado el aludir a ello.
-¿Podernos Copperfield o yo hacer algo? -preguntó Traddles suavemente.
-Nada -dijo mi tía-. Muchísimas gracias, Trot, querido mío. ¡Era una amenaza vana! ¡Que vuelvan míster y mistress Micawber, y que ninguno de vosotros me hable!
Al decir esto se arregló su traje y se sentó, con su porte erguido, mirando hacia la puerta.
-Bien, míster y mistress Micawber --dijo mi tía cuando entraron-. Hemos estado discutiendo su emigración, y les pedimos mil perdones por haberlos tenido fuera durante tanto rato; y ahora les diré las condiciones que les proponemos.
Les explicó todo, para satisfacción indudable de toda la familia; y como los niños estaban presentes, se despertaron en míster Micawber sus costumbres puntillosas en cuestiones de deudas, y no pudimos disuadirle de salir corriendo, con alegría, a comprar pólizas para sus pagarés. Pero su alegría recibió un gran golpe. A los cinco minutos volvió, custodiado por un oficial del sheriff, informándonos, con un diluvio de lágrimas, de que todo se había perdido. Nosotros, que estábamos preparados a esto, que era, naturalmente, un procedimiento de Uriah Heep, pagamos enseguida, y al momento ya estaba míster Micawber, sentado ante la mesa, llenando el papel sellado con esa expresión de perfecta alegría que sólo esta ocupación y el hacer ponche podían prestar a su reluciente cara. Era graciosísimo verle trabajar en sus pólizas con la delicadeza de un artista, retocándolas como si fueran estampas, mirándolas de lado y recogiendo en su cuaderno de bolsilo apuntes de fechas y cantidades y contemplándolas al terminar, muy convencido de su precioso valor.
-Ahora, lo mejor que puede usted hacer, caballero, si me permite aconsejarle ---dijo mi tía después de observarle en silencio-, es renunciar para siempre a esta clase de ocupaciones.
-Señora -contestó míster Micawber-, mi intención es consultar este voto en la página virgen del futuro. Mistress Micawber lo atestiguará. Confío ---dijo míster Micawber solemnemente- en que mi hijo Wilkins se acordará siempre de que es infinitamente mejor poner el puño en el fuego que usarlo para manejar las serpientes que han envenenado la sangre y la vida de su desgraciado padre.
Profundamente afectado y transformado en un momento en la imagen de la desesperación, míster Micawber miraba a las serpientes con una cara de aborrecimiento horroroso (en el que no se dejaba traslucir su no muy antigua admiración); después dobló el papel y se lo metió en el bolsillo. Esto terminó los asuntos de la tarde. Estábamos cansados y tristes, y mi tía y yo teníamos que volver a Londres al día siguiente. Se había decidido que los Micawber nos seguirían después de efectuar la venta de sus cosas a algún corredor-, que los negocios de míster Wickfield debían llegar a un arreglo con la prisa conveniente y bajo la dirección de Traddles, y que mientras estos negocios estaban pendientes Agnes vendría también con nosotros a Londres. Pasamos la noche en la casa vieja, que, libre de la presencia de los Heeps, parecía curada de una enfermedad. Dormí en mi antigua habitación como un náufrago aventurero que vuelve a su hogar.
Al día siguiente volvimos a casa de mi tía (no a la mía), y cuando estábamos sentados solos, como antiguamente, antes de acostamos, me dijo:
-Trot, ¿quieres de veras saber lo que últimamente me ha preocupado?
-Ya lo creo, tía. Si ha habido algún tiempo en que he querido compartir tus penas y tus ansiedades, es ahora.
-Bastantes penas has tenido ya, niño -me contestó cariñosamente-,sin necesidad de aumentarlas con las mías. No había más motivo que este para que te las ocultara.
-Lo sé -dije-; pero, cuéntamelas ahora.
-¿Quieres acompañarme mañana? Saldremos en coche -me dijo mi tía.
-¡Claro que sí!
-¡A las nueve! --dijo ella-. Y entonces te lo contaré, hijo mío.
A la mañana siguiente, a las nueve, salimos en el coche y nos dirigimos a Londres. Paseamos en coche entre calles mucho rato hasta que llegamos a una en que están los grandes hospitales. Junto al edificio había un coche fúnebre sencillo. El cochero reconoció a mi tía, y obedeciendo a una seña que por la ventanilla le hizo mi tía, echó a andar despacio. Nosotros le seguíamos.
-¿Lo comprendes ahora, Trot? -dijo mi tía-. ¡Se fue!
-¿Murió en el hospital?
-Sí.
Estaba inmóvil a mi lado; pero otra vez volví a ver las lágrimas rebeldes correr por sus mejillas.
-Primero volvió a verme -dijo mi tía---. Llevaba bastante tiempo enfermo; era un hombre destrozado, roto, estos últimos años. Cuando supo el estado en que estaba pidió que me llamaran. Estaba arrepentido, muy arrepentido.
-¡Y tú fuiste, tía; lo sé!
. -Fui. Y estuve con él varias veces.
-¿Y se murió la noche anterior a nuestro viaje a Canterbury? -le dije.
Mi tía afirmó con la cabeza.
-Nadie le puede hacer daño ahora -dijo-. Era una amenaza vana.
Salimos de la ciudad, y llegamos al cementerio de Homsey.
-Mejor aquí que entre calles -dijo mi tía---. Aquí nació.
Bajamos, y seguimos al féretro sencillo a un rincón que recuerdo muy bien, donde leyeron las oraciones del ritual y le cubrieron de tierra.
-Hoy hace treinta y seis años, querido mío --dijo mi tía cuando volvíamos al coche-, que me casé. ¡Dios nos perdone a todos!
Nos sentamos en silencio, y así seguimos mucho rato, con su mano en la mía. Por fin se echó a llorar y dijo:
-Era un hombre muy guapo cuando me casé con él, Trot. ¡Ahora había cambiado tanto!
Después del alivio de las lágrimas, se serenó pronto y hasta estuvo alegre.
-Estoy mal de los nervios -me dijo-; por eso me he dejado llevar por mi pena. ¡Que Dios nos perdone a todos!
Volvimos a su casa de Highgate, donde encontramos la siguiente carta, de míster Micawber, que había llegado en el correo de la mañana:
«Canterbury.
Mi querida señora, y Copperfield: La tierra prometida que brillaba hace poco en el horizonte está otra vez envuelta en niebla impenetrable y desaparece para siempre a los ojos de un infeliz que va a la deriva y cuya sentencia está sellada.
Una nueva orden ha sido dada (en el Tribunal Supremo de Su Majestad, en King's Bench Westminster) sobre la causa de Heep y Micawber, y el demandado de esta causa es la presa del sheriff, que tiene legal jurisdicción en esta bailía.
Ahora es el día, y ahora es la hora;
ved el frente de la batalla más bajo,
ved acercarse el poder de Eduardo el vanidoso.
¡Cadenas y esclavitud!
Por consiguiente, y para un fin rápido (porque la tortura mental sólo se puede soportar hasta cierto punto, al que siento que he llegado) mi carrera durará poco. ¡Los bendigo, los bendigo! Algún viajero futuro, que visite por curiosidad, y espero que también por simpatía, el sitio que dedican en esta ciudad a los deudores, confío en que reflexionará cuando vea en sus muros, inscritas con un clavo mohoso,
Las oscuras iniciales
W M.
P S. -Vuelvo a abrir esta carta para decirles que nuestro común amigo míster Thomas Traddles (que aún no nos ha dejado y que sigue muy bien) ha pagado la deuda y costes en nombre de la noble miss Trotwood, y que yo mismo y mi familia estamos en la cúspide de la felicidad humana. »
No hay comentarios:
Publicar un comentario