Publicada en el año 1844, narra las aventuras que corre Juan Tenorio para cumplir una apuesta de un año. Empieza, cuando están, en el bar del italiano Buttarelli, un señor de antifaz negro con su criado, otro italiano, llamado Ciutti. El criado le cuenta al dueño del bar que su amo es un gran hombre, que le dejaba estar con las mujeres que quería y que le daba buena paga. Cunado de repente, el amo de Ciutti lo llama, le da una carta dirigida al convento, es para Doña Ines , el criado corre sin esperar un solo segundo. Después, el señor del antifaz negro le pregunta, si es que había ido el señor Don Luis Mejia en el día, Buttarelli le responde que estaba de viaje y no había noticia alguna de el, Buttarelli le dice que tenia información que podía ser le de interés. Quiere contarle una historia, pero el le responde que sabia sobre la apuesta que tenia con Juan Tenorio. El hombre del antifaz negro, termina la copa de vino que tenia en su mano, le paga a Buttarelli y se retira. Después de unos momentos, entra un hombre mayor. El le pregunta si es que conocía a Don Juan Tenorio, Buttarelli le responde que si. El hombre pregunta si es que va a ir esa noche, Buttarelli le responde que si y pregunta si es que el era Don Luis Mejia. Buttarelli los halaga diciendo que ellos dos eran los hombres mas valientes de toda España, el señor lo contradice y discuten un momento mas. El señor al final le dice que quería estar presente cuando los dos hombres estén reunidos para cumplir su apuesta. Buttarelli le dice que espere que les estaba preparando una mesa para esa noche tan especial, pero el hombre le dice que quería estar presente sin ser notado, así que Buttarelli entra en su despacho y le trae un antifaz de color azul con negro (lo cual se veía normal puesto que estaban en tiempos de carnaval), después de eso, entra otro hombre, con una capa tan alta que le cubre la cara y se siena en una mesa, no muy lejos del señor del antifaz negro y azul.
Momentos mas tarde, entran el Señor Avellaneda (soldado)' y el Capitán Centellas, dos buenos amigos de Don Juan y Don Luis, junto con un grupo de amigos, ellos dos estaban terminando de contar la historia de la apuesta entre Don Juan y Don Luis. El señor Avellaneda apuesta a que el Don Luis va a ganar, pero el Capitán Centellas dice que Don Juan es quien va a ganar. Conversan unos momentos mas esperando la hora dicha para el cumplimiento de la apuesta. Centellas pregunta a Buttarelli si es que tenia noticia alguna de Don Juan, el le responde que no tenia noticia alguna, pero le comenta sobre el señor que estuvo presente algunos momentos atrás, con antifaz negro y preguntando sobre Don Luis. Cuando el hombre del antifaz negro que había estado en la hostería momentos antes entra seguido de otro hombre, también con un antifaz, cuando entran en la hostería, suenan las campanadas de las ocho de la noche. Los dos se sientan sobre la mesa reservada, dicen que la otra silla estaba reservada y respondieron que debían estar ahí, los dos hombres se sacaron el antifaz al mismo tiempo y eran Don Luis Mejia y Don Juan Tenorio, las personas presentes se ponen alrededor de la mesa para saber lo que había ocurrido. Los dos recuerdan la apuesta, hace un año atrás, los dos estaban sentados en esa misma mesa y conversando sobre quien era el hombre mas valiente y mas atrevido de los dos, pero como nadie se ponía de acuerdo, apostaron que por un año se irán a el lugar que mejor les pareciera y robarían, matarian, estafarían y serian amantes de todas las mujeres que encontraran, y el que hubiera robado, matado, estafado y amado mas seria el que gana. Los dos contaron su historia, pero las dos historias se oían igual de atrevidas y malvadas, pero Don Luis Mejia cuando termino su historia anuncio que a la mañana siguiente se iba a casar con Doña Ana de Pantoja.Y para saber quien gano la apuesta, decidieron contar el numero de personas muertas, Don Luis ha matado a 23 personas y Don Juan a 32, Don Juan ha ganado. Luego contaron a las mujeres amadas, Don Luis tiene a 50 y Don Juan a 72. Los resultados eran claros, Don Juan Tenorio era el claro ganador de la apuesta. Pero Don Luis para no perder le comenta que tenia a todo tipo de mujeres en su lista excepto una, una novicia. Don Juan le dice que en esa noche iba a tener una aventura con una novicia, pero no solo con una novicia, sino también con la novia de un amigo. Don Juan dice que como Don Luis era una amigo suyo, iba a tener una aventura con Doña Ana de Pantoja.
Momentos mas tarde, entran el Señor Avellaneda (soldado)' y el Capitán Centellas, dos buenos amigos de Don Juan y Don Luis, junto con un grupo de amigos, ellos dos estaban terminando de contar la historia de la apuesta entre Don Juan y Don Luis. El señor Avellaneda apuesta a que el Don Luis va a ganar, pero el Capitán Centellas dice que Don Juan es quien va a ganar. Conversan unos momentos mas esperando la hora dicha para el cumplimiento de la apuesta. Centellas pregunta a Buttarelli si es que tenia noticia alguna de Don Juan, el le responde que no tenia noticia alguna, pero le comenta sobre el señor que estuvo presente algunos momentos atrás, con antifaz negro y preguntando sobre Don Luis. Cuando el hombre del antifaz negro que había estado en la hostería momentos antes entra seguido de otro hombre, también con un antifaz, cuando entran en la hostería, suenan las campanadas de las ocho de la noche. Los dos se sientan sobre la mesa reservada, dicen que la otra silla estaba reservada y respondieron que debían estar ahí, los dos hombres se sacaron el antifaz al mismo tiempo y eran Don Luis Mejia y Don Juan Tenorio, las personas presentes se ponen alrededor de la mesa para saber lo que había ocurrido. Los dos recuerdan la apuesta, hace un año atrás, los dos estaban sentados en esa misma mesa y conversando sobre quien era el hombre mas valiente y mas atrevido de los dos, pero como nadie se ponía de acuerdo, apostaron que por un año se irán a el lugar que mejor les pareciera y robarían, matarian, estafarían y serian amantes de todas las mujeres que encontraran, y el que hubiera robado, matado, estafado y amado mas seria el que gana. Los dos contaron su historia, pero las dos historias se oían igual de atrevidas y malvadas, pero Don Luis Mejia cuando termino su historia anuncio que a la mañana siguiente se iba a casar con Doña Ana de Pantoja.Y para saber quien gano la apuesta, decidieron contar el numero de personas muertas, Don Luis ha matado a 23 personas y Don Juan a 32, Don Juan ha ganado. Luego contaron a las mujeres amadas, Don Luis tiene a 50 y Don Juan a 72. Los resultados eran claros, Don Juan Tenorio era el claro ganador de la apuesta. Pero Don Luis para no perder le comenta que tenia a todo tipo de mujeres en su lista excepto una, una novicia. Don Juan le dice que en esa noche iba a tener una aventura con una novicia, pero no solo con una novicia, sino también con la novia de un amigo. Don Juan dice que como Don Luis era una amigo suyo, iba a tener una aventura con Doña Ana de Pantoja.
Los dos hombres llaman a sus criados, que después salen corriendo. El hombre del antifaz de color negro y azul que le había dado Buttarelli, se acerca a la mesa y les dice a los dos hombres que no los mata, porque la espada le pesa para su edad. Luego le reclama a Don Juan y le dice que con su padre estaban planeando un matrimonio entre el y su hija. Don Juan le responde que todo eran mentiras y le dijo que se quitara el antifaz de la cara, el hombre lo hace y era Don Gonzalo de Ulloa, el padre de Doña Ines, que les esta negando el derecho a casarse con su hija. Don Juan dice que aun sin su aprovamiento el se iba a casar con doña Ines. Cuando de repente, el hombre con la capa, se pone de pie y le dice a Don Juan lo muy indignado que esta por el, Don Juan intrigado le pregunta quien era el señor, pero el reusa y Don Juan, se le acerca y con su espada le quita la capa. Grande fue la sorpresa de don Juan al ver que el hombre era Don Diego Tenorio, el padre de Don Juan. Don Gonzalo le dice a Don Diego que no le prestara importancia ese asunto, que ya se las arreglaría para evitar que Don Juan se case, Don Diego le dice a Don Juan que el le daba su perdón, pero que no lo quería volver a ver. Don Juan sale de la hostería y para su sorpresa, aparecen unos guardias que lo capturan, sale Don Luis y le dice que no le iba a dejar que tuviera una aventura con Doña Ana facilmente y que la apuesta el ya la había ganado. Pero en cuanto se retiraba, aparecieron nuevos guardias, pero esta vez capturaron a Don Luis, y Don Juan pasa por ahí y le dice que el tampoco le iba a dejar que lo capturara facilmente y los dos fueron llevados llevados presos.
Momentos mas tarde, cerca a la casa de Doña Ana de Pantoja se encuentran Pascual, el criado de Doña Ana y Don Luis, un pariente suyo había pagado la fianza. Don Luis le cuneta lo ocurrido con Don Juan y le dice que quiere ver a doña Ana, Pascual le dijo que esa hora no era la mejor para ver a Doña Ana, que esperara hasta las diez, la hora en que se dormía su padre, y Don Luis acepto la propuesta. Pero antes de que sean las diez, Doña Ana se acerca a su ventana y ve una sombra, pregunta quien ea y Don Luis piensa que es pascual, los dos hablan y se dan cuenta de quien es. Don Luis le cuenta a Doña Ana que su honor estaba en juego, pero no menciona a Don Juan. Pero Don Juan estaba cerca de el, un amigo suyo había pagado la fianza y además, el había mandado una carta para Brigida, la criada de doña Ines, para que lo dejara entrar al convento en el que estaba Doña Ines. Ciutti que estaba cerca a la casa de Doña Ana ve a Don Luis y va a decirle a Don Juan, ellos planean una trampa para Don Luis. Don Juan se acerca a Don Luis por adelante y le dice que la apuesta la va a ganar el, y por detrás de Don Luis, aparece Ciutti con otros dos hombres que se llevan a don Luis al despacho de Don Juan en el que lo encierran.
Cuando se llevan a Don Luis a encerrar, aparece Brigida, la criada de Doña Ines. Don Juan le pregunta si es que ya le dio la carta que ha mandado con Ciutti, ella le dice que le ha dado la carta con un libro y lo mas probable era que en esos momentos estuviera leyendo la carta, conversan unos minutos mas y Brigida se retira. Después de que se fue Brigida, aparece Ciutti para darle la noticia a su amo de que ya habían encerrado a Don Luis. Después, Don Juan se va a la casa de Doña Ana, toca a la puerta y le abre Lucia, su criada de Doña Ana, Lucia no sabe que hace don Juan a esas horas en casa de Doña Ana, Don Juan le dice que debe ver a Doña Ana, pero Lucia no le permite, entonces, Don Juan le paga 200 doblas de oro y Lucia acepta, le dice que debía estar ahí a las diez de la noche. Don Juan se retira y se dirige a el convento para ver a Doña Ines.
Mientras en el convento, Brigida habla con Doña Ines de Don Juan y le pregunta si es que ya leyó la carta de Don Juan, Ines no sabia nada sobre una carta, y Brigida le dice que debía de haber abierto el libro que le dio. Ines cogió el libro y lo abrió, cayó una carta al suelo. En ella estaban escritas por puño y letra de Don Juan las palabras de amor mas apasionadas y románticas que Doña Ines haya escuchado, o leído, en toda su vida. Cuando termina de leer la carta, por la puerta entra Don Juan, Doña Ines no cree lo que ve y se desmaya, dejando caer la carta al suelo. Don Juan, con la ayuda de Brigida, se llevan a Doña Ines afuera del convento.
La abadesa, que estaba pasando por las habitaciones del convento, escucho los ruidos producidos por la escena de Don Juan y entra en la habitación de Doña Ines para inspeccionar. Cuando entra, no ve a nadie y cuando iba a salir para buscarla, entra una monja que le dice que un hombre mayor la estaba buscando, ella autoriza que entre. El hombre era, Don Gonzalo de Ulloa, el padre de Ines. Entra para decirle a la abadesa que quería que Ines se volviera monja para evitar que Don Juan se case con ella, y que quería ir a verla a su habitación. Pero cuando la madre le dijo que estaban en la habitación de Ines, Don Gonzalo sale corriendo en busca de don Juan.
En la casa de don Juan, al costado del rió Guadalquivir, están Brigida y Ciutti, que después de un rato de movimiento, estaban descansando mientras veían a Ines desmayada. Cuando se despertó, Ciutti se retira y Brigida le dice a Ines que el convento se había incendiado y que Don Juan se había aparecido para salvarla y que en esos momentos estaban seguras, en la casa de su rescatador. Doña Ines se dispone a irse, cuando entra Don Juan. Brigida le dice que Ines ya sabe lo del incendio y los deja solos. Don Juan le declara su amor a Doña Ines y le pide que huya con el para que puedan casarse, Ines acepta la propuesta.
Pero cuando terminaron de hablar, Ciutti entra corriendo en la habitación en la que están Don Juan y Doña Ines, le dice a su amo que había llegado un hombre en una barca para hablar con el. Don Juan agarra sus pistolas y su espada y sale. El hombre era Don Luis, que se las había ingeniado para salir del despacho de Don Juan. Decía que había venido a matar a Don Juan, porque Doña Ana ya había perdido su honor y no podía casarse ni con el ni con nadie. Los dos hombres sacaron sus espadas, pero en cuanto iban a empezar a pelear, llega Ciutti para avisarle a Don Juan que había venido Don Gonzalo de Ulloa con sus hombres, que venían a matar a Don Juan, Don Luis duda y Don Juan va con el a su casa para comprobar la venida de Don Gonzalo. Los dos hombres suben y Don Luis se queda en la habitación del costado de donde conversarían Don Gonzalo y Don Juan para que lo escuchara. Don Juan entra en la habitación y Don Gonzalo lo estaba esperando. Don Juan se le acerca y se arrodilla, Don Gonzalo le dice que no lo va a perdonar y que lo iba a matar, pero Don Juan no iba a pedir disculpas, sino que le pidió la mano de su hija Ines en matrimonio, Don Gonzalo se niega, y Don Luis después de haber escuchado todo desde la habitación del costado, sale riendo y diciendo que nunca antes había escuchado tantas mentiras juntas, Don Gonzalo desenvaina su espada, a la vez que Don Luis y los dos están dispuestos a matar a Don Juan, pero Don Juan es mas rápido y saca su pistola y de un tiro mata a Don Gonzalo, seguidamente,agarra su espada y le da una estocada a Don Luis dándole muerte instantánea, Don Juan al ver que dos soldados están subiendo, huye por la ventana. Ines baja y encuentra a Don Gonzalo y Don Luis muertos en el piso, los dos soldados le dicen que el causante era Don Juan.
Cinco años después, en el lugar en el que estaba la casa de los tenorios, hay un panteón en el que esta puestas las estatuas de Don Gonzalo, Don Luis y de todas las personas que habían muerto por causa de Don Juan, un tributo rendido por Don Diego Tenorio. En el esta Don Juan, que ha estado ahí desde hace unas horas, le estaba contando al escultor la historia de como fue la muerte de las personas en las estatuas, cuando ve que estaba en medio de todo el panteón, una estatua con la figura de Doña Ines, le pregunta por la estatua que acaba de ver y el le dice que cuando se fue Don Juan, Doña Ines quedo muy enferma y murió, Don Juan le pide la llave al escultor, el le dijo que no podía dejarla a un extraño, y el le da su nombre, el escultor lleno de miedo le da y se va. Don Juan voltea y baja la cabeza, y sin darse cuenta la estatua de Doña Ines a desaparecido, pero aparece la sombra de Doña Ines que le dice que lo había estado esperando, y que ella había dado su alma por el, y que si el quería, ella lo salvaría, o sino se perderían para siempre. Don Juan no lo cree y grita para que se aleja la sombra. Cuando de repente, aparecen dos personas conocidas de Don Juan, son Avellaneda y Centellas, Don Juan se sorprende y los invita a cenar en su casa, y antes de irse, invita a Don Gonzalo de Ulloa para que los acompañe a cenar, sus amigos lo creen loco por invitar a una persona que ya murió. En la casa de Don Juan ya están puestos los cubiertos para cenar e incluso ha dejado un espacio con cubiertos y plato de comida para Don Gonzalo. Los dos invitados creen que todo es una broma de Don Juan para asustarlos, cuando de repente, suena la puerta, Ciutti va a ver quien toca, pero no habia nadie, nuevamente suena la puerta, pero no habia nadie. Don Jua cree que Centellas y avellaneda son los que han planeado esa broma, por haber invitado a un muero, pero ellos no sabian nada. La puerta vuelve a sonar y Don Juan se encoleriza y dice que no hay nescesidad de que toquen la puerta s los muertos pueden atravesa las paredes. En ese momento la estatua con vida de Don Gonzalo cruza la puertasin hacer ruido alguno, Avellaneda y Cntellas se desmayan. Don Gonzalo le dice que no se sorprenda que el era quien lo habia invitado, le dice que Dios le habia dado una oportunidad para salvar su alama, que debia devolverle la visita y debia ir a cenar con el en su tumba, la estatua de Don Gonzalo se retira. Dn juan grita pidiendo amparo ante la somra de doña ines y en ese momento aparece, le dice que ella siempre va a estar a su lado y que debia penzar en lo que le habia dicho Don Gonzalo, porque si iba desde el amanecer estaria co ella para siempre. En cuanto se retira la sombra de Ines, despiertan Avellaneda y Centellas, ninguno de los dos sabe o que ha pasadoy lepreguntan a don Juan, el muy molesto dice que lo que habian hecho era una broma de muy mal gusto y saca su espada y los reta para un combate.
Despues, Don Juan aparece en el panzteon que esta en el lugar que era la casa de los Tenorio, Don Juan escucha pasos de piedras y cree que esta delirando. se acerca a la tumba de Don Gozalo, su estatua ya no esta ahi, en lugr de eso, encuentra una mesa preparada para que coman dos personas. Don Juan llama a la sombra de Don Gonzalo y el aparece. Le enseña un reloj de arena y le dice que ese era toso el tiempo que le quedaba de vida luego le enseña unas cenizas y le dice que si dios no lo perdona, eso es lo que seria, cenizas. Don Juan no lo cree, Don Gonzalo le dice que e un segundo puede cambiar toda su vida, Don Juan no lo cree, en esos momentos, empieza a asar un grupo de personas que estan llevando en hombro un ataud, se oyen campanadas y canto tristes. Don Gonzalo le dice que esas campanadas y esos antos son por el y que el epelio es por su muerte, le dice que Avellaneda lo a matado con su espada. Don Juan no lo cree y Don Gonzalo se va, en cuano se va, aparecen varias sombras que se quieren llevar a Don Juan, pero antes de que lo toquen, aparece una luz, esa luz trae a la sombra e doña Ines que le dice que se podia salvar e ese momento si decidia ir con el, Don Juan pide perdon por toda su vida de pecados, le coge las manos a Doña Ines y Juntos se van al cielo para siempre.
A continuacion un fragmento de "Don Juan Tenorio" :
El Diablo a las puertas del Cielo
Escena I
Quinta de don Juan Tenorio cerca de Sevilla y sobre el Guadalquivir. Balcón en el fondo. Dos puertas a cada lado Escena primera
BRÍGIDA, CIUTTI
BRÍGIDA. ¡Qué noche, válgame Dios!A poderlo calcularno me meto yo a servira tan fogoso galán.¡Ay, Ciutti! Molida estoy;no me puedo menear.
CIUTTI. ¿Pues qué os duele?
BRÍGIDA. Todo el cuerpoy toda el alma además.
CIUTTI. ¡Ya! No estáis acostumbradaal caballo, es natural.
BRÍGIDA. Mil veces pensé caer.¡uf!, ¡qué mareo!, ¡qué afán!Veía yo unos tras otrosante mis ojos pasarlos árboles como en alasllevados de un huracán, tan apriesa y produciéndomeilusión tan infernal,que perdiera los sentidossi tardamos en parar.
CIUTTI. Pues de estas cosas veréis, si en esta casa os quedáis,lo menos seis por semana.
BRÍGIDA. ¡Jesús!
CIUTTI. ¿Y esa niña estáreposando todavía?
BRÍGIDA. ¿Y a qué se ha de despertar?
CIUTTI. Sí, es mejor que abra los ojosen los brazos de don Juan.
BRÍGIDA. Preciso es que tu amo tengaalgún diablo familiar.
CIUTTI. Yo creo que sea él mismo un diablo en carne mortalporque a lo que él, solamentese arrojara Satanás.
BRÍGIDA. ¡Oh! ¡El lance ha sidoextremado!
CIUTTI. Pero al fin logrado está.
BRÍGIDA. ¡Salir así de un conventoen medio de una ciudadcomo Sevilla!
CIUTTI. Es empresatan sólo para hombre tal.Mas, ¡qué diablos!, si a su ladola fortuna siempre va,y encadenado a sus piesduerme sumiso el azar.
BRÍGIDA. Sí, decís bien.
CIUTTI. No he visto hombrede corazón más audaz; ni halla riesgo que le espante,ni encuentra dificultadque al empeñase en vencerle haga un punto vacilar.A todo osado se arroja, de todo se ve capaz,ni mira dónde se mete,ni lo pregunta jamás.Allí hay un lance, le dicen;y él dice: «Allá va don Juan.» ¡Mas ya tarda, vive Dios!
BRÍGIDA. Las doce en la catedralhan dado ha tiempo.
CIUTTI. Y de vueltadebía a las doce estar.
BRÍGIDA. ¿Pero por qué no se vino con nosotros?
CIUTTI. Tiene alláen la ciudad todavíacuatro cosas que arreglar.
BRÍGIDA. ¿Para el viaje?
CIUT Por supuesto;aunque muy fácil será que esta noche a los infiernosle hagan a él mismo viajar.
BRÍGIDA. ¡Jesús, qué ideas!
CIUTTI. Pues digo:¿son obras de caridaden las que nos empleamos, para mejor esperar?Aunque seguros estamoscomo vuelva por acá.
BRÍGIDA. ¿De veras, Ciutti?
CIUTTI. Venida este balcón, y mirad.¿Qué veis?
BRÍGIDA. Veo un bergantínque anclado en el río está.
CIUTTI. Pues su patrón sólo aguardalas órdenes de don Juan,y salvos, en todo caso, a Italia nos llevará.
BRIGIDA. ¿Cierto?
CIUTTI. Y nada receléispor vuestra seguridad;que es el barco más veleroque boga sobre la mar.
BRÍGIDA. ¡Chist! Ya siento a doña Inés.
CIUTTI. Pues yo me voy, que don Juanencargó que sola vosdebíais con ella hablar.
BRÍGIDA. Y encargó bien, que yo entiendo de esto.
CIUTTI. Adiós, pues.
BRÍGIDA. Vete en paz.
Escena II
DOÑA INÉS, BRÍGIDA
INÉS. Dios mío, ¡cuánto he soñado!Loca estoy: ¿qué hora será?¿Pero qué es esto, ay de mí?No recuerdo que jamáshaya visto este aposento.¿Quién me trajo aquí?
BRÍGIDA. Don Juan.
INÉS. Siempre don Juan..., ¿masconmigoaquí tú también estás,Brígida?
BRÍGIDA. Sí, doña Inés.
INÉS. Pero dime, en caridad,¿dónde estamos? ¿Este cuartoes del convento?
BRÍGIDA. No tal:aquello era un cuchitrilen donde no había más que miseria.
INÉS. Pero, en fin,¿en dónde estamos?
BRÍGIDA. Mirad,mirad por este balcón,y alcanzaréis lo que vadesde un convento de monjas a una quinta de don Juan.
INÉS. ¿Es de don Juan esta quinta?
BRÍGIDA. Y creo que vuestra ya.
INÉS. Pero no comprendo, Brígida,lo que hablas.
BRÍGIDA. Escuchad. Estabais en el conventoleyendo con mucho afánuna carta de don Juan,cuando estalló en un momentoun incendio formidable.
INÉS. ¡Jesús!
BRÍGIDA. Espantoso, inmenso;el humo era ya tan denso,que el aire se hizo palpable.
INÉS. Pues no recuerdo...
BRÍGIDA. Las doscon la carta entretenidas, olvidamos nuestras vidas,yo oyendo, y leyendo vos.Y estaba, en verdad, tan tierna,que entrambas a su lecturaachacamos la tortura que sentíamos interna.Apenas ya respirarpodíamos, y las llamasprendían ya en nuestras camasnos íbamos a asfixiar, cuando don Juan, que os adora,y que rondaba el convento,al ver crecer con el vientola llama devastadora,con inaudito valor, viendo que ibais a abrasaros,se metió para salvaros,por donde pudo mejor.Vos, al verle así asaltarla celda tan de improviso, os desmayasteis..., preciso;la cosa era de esperar.Y él, cuando os vio caer así,en sus brazos os tomóy echó a huir; yo le seguí, y del fuego nos sacó.¿Dónde íbamos a esta hora?Vos seguíais desmayada,yo estaba ya casi ahogada.Dijo, pues: «Hasta la aurora en mi casa las tendré.»Y henos, doña Inés, aquí.
INÉS. ¿Conque ésta es su casa?
BRÍGIDA. Sí.
INÉS. Pues nada recuerdo, a fe.Pero..., ¡en su casa...! ¡Oh! Alpuntosalgamos de ella.... yo tengola de mi padre.
BRÍGIDA. Convengocon vos; pero es el asunto...
INÉS. ¿Qué?
BRÍGIDA. Que no podemos ir.
INÉS. Oír tal me maravilla.
BRIG. Nos aparta de Sevilla...
INÉS. ¿Quién?
BRÍGIDA. Vedlo, el Guadalquivir.
INÉS. ¿No estamos en la ciudad?
BRÍGIDA. A una legua nos hallamosde sus murallas.
INÉS. ¡Oh! ¡Estamos perdidas!
BRÍGIDA. No sé, en verdad,por qué!
INÉS. Me estás confundiendo,Brígida..., y no sé qué redesson las que entre estas paredestemo que me estás tendiendo. Nunca el claustro abandoné,ni sé del mundo exteriorlos usos: mas tengo honor.Noble soy, Brígida, y séque la casa de don Juan no es buen sitio para mí:me lo está diciendo aquíno sé qué escondido afán.Ven, huyamos.
BRÍGIDA. Doña Inés,la existencia os ha salvado.
INÉS. Sí, pero me ha envenenadoel corazón.
BRÍGIDA. ¿Le amáis, pues?
INÉS. No sé ..., mas, por compasión,huyamos pronto de ese hombre,tras de cuyo solo nombre se me escapa el corazón.¡Ah! Tú me diste un papelde mano de ese hombre escrito,y algún encanto malditome diste encerrado en él.Una sola vez le vipor entre unas celosías,y que estaba, me decías,en aquel sitio por mí.Tú, Brígida, a todas horas me venías de él a hablar,haciéndome recordarsus gracias fascinadoras.Tú me dijiste que estabapara mío destinado por mi padre..., y me has juradoen su nombre que me amaba.¿Que le amo, dices?... Pues bien,si esto es amar, sí, le amo;pero yo sé que me infamocon esa pasión también.Y si el débil corazónse me va tras de don Juan,tirándome de él estánmi honor y mi obligación. Vamos, pues; vamos de aquíprimero que ese hombre venga;pues fuerza acaso no tengasi le veo junto a mí.Vamos, Brígida.
BRÍGIDA. Esperad ¿No oís?
INÉS. ¿Qué?
BRÍGIDA. Ruido de remos.
INÉS. Sí, dices bien; volveremosen un bote a la ciudad.
BRÍGIDA. Mirad, mirad, doña Inés,
INÉS. Acaba..., por Dios, partamos.
BRÍGIDA. Ya imposible que salgamos.
INÉS. ¿Por qué razón?
BRÍGIDA. Porque él esquien en ese barquichuelose adelanta por el río.
INÉS. ¡Ay! ¡Dadme fuerzas, Dios mío!
BRÍGIDA. Ya llegó, ya está en el suelo.Sus gentes nos volverána casa: mas antes de irnos,es preciso despedirnosa lo menos de don Juan.
INÉS. Sea, y vamos al instante.No quiero volverle a ver.
BRÍGIDA. (Los ojos te hará volverel encontrarle delante.)Vamos.
INÉS. Vamos.
CIUTTI. (Dentro.) Aquí están.
JUAN. (Ídem.) Alumbra.
BRÍGIDA. ¡Nos busca!
INÉS. Él es.
Escena III
DICHOS, DON JUAN
JUAN. ¿A dónde vais, doña Inés?
INÉS. Dejadme salir, don Juan.
JUAN. ¿Que os deje salir?
BRÍGIDA. Señor,sabiendo ya el accidente del fuego, estará impacientepor su hija el comendador.
JUAN. ¡El fuego! ¡Ah! No os décuidadopor don Gonzalo, que yadormir tranquilo le hará el mensaje que le he enviado.
INÉS. ¿Le habéis dicho...?
JUAN. Que os hallabaisbajo mi amparo segura,y el aura del campo pura,libre, por fin, respirabais. ¡Cálmate, pues, vida mía!Reposa aquí; y un momentoolvida de tu conventola triste cárcel sombría.¡Ah! ¿No es cierto, ángel deamor,que en esta apartada orillamás pura la luna brillay se respira mejor?Esta aura que vaga, llenade los sencillos olores de las campesinas floresque brota esa orilla amena;esa agua limpia y serenaque atraviesa sin temorla barca del pescador que espera cantando el día,¿no es cierto, paloma mía,que están respirando amor?Esa armonía que el vientorecoge entre esos millaresde floridos olivares,que agita con manso aliento;ese dulcísimo acentocon que trina el ruiseñorde sus copas morador, llamando al cercano día,¿no es verdad, gacela mía,que están respirando amor?Y estas palabras que estánfiltrando insensiblemente tu corazón, ya pendientede los labios de don Juan,y cuyas ideas vaninflamando en su interiorun fuego germinador no encendido todavía,¿no es verdad, estrella mía,que están respirando amor?Y esas dos líquidas perlasque se desprenden tranquilas de tus radiantes pupilasconvidándome a beberlas,evaporarse, a no verlas,de sí mismas al calor;y ese encendido color que en tu semblante no había,¿no es verdad, hermosa mía,que están respirando amor?¡Oh! Sí. bellísima Inés,espejo y luz de mis ojos; escucharme sin enojos,como lo haces, amor es:mira aquí a tus plantas, pues,todo el altivo rigorde este corazón traidor que rendirse no creía,adorando vida mía,la esclavitud de tu amor.
INÉS. Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,que no podré resistir mucho tiempo sin morir,tan nunca sentido afán.¡Ah! Callad, por compasión,que oyéndoos, me pareceque mi cerebro enloquece,y se arde mi corazón.¡Ah! Me habéis dado a beberun filtro infernal sin duda,que a rendiros os ayudala virtud de la mujer. Tal vez poseéis, don Juan,un misterioso amuleto,que a vos me atrae en secretocomo irresistible imán.Tal vez Satán puso en vos su vista fascinadora,su palabra seductora,y el amor que negó a Dios.¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,sino caer en vuestros brazos, si el corazón en pedazosme vais robando de aquí?No, don Juan, en poder míoresistirte no está ya:yo voy a ti, como va sorbido al mar ese río.Tu presencia me enajena,tus palabras me alucinan,y tus ojos me fascinan,y tu aliento me envenena. ¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo loimplorode tu hidalga compasióno arráncame el corazón,o ámame, porque te adoro.
JUAN. ¡Alma mía! Esa palabra cambia de modo mi ser,que alcanzo que puede hacerhasta que el Edén se me abra.No es, doña Inés, Satanásquien pone este amor en mí: es Dios, que quiere por tiganarme para él quizásNo; el amor que hoy se atesoraen mi corazón mortal,no es un amor terrenal como el que sentí hasta ahora;no es esa chispa fugazque cualquier ráfaga apaga;es incendio que se tragacuanto ve, inmenso voraz. Desecha, pues, tu inquietud,bellísima doña Inés,porque me siento a tus piescapaz aún de la virtud.Sí; iré mi orgullo a postrar ante el buen comendador,y o habrá de darme tu amor,o me tendrá que matar,
INÉS. ¡Don Juan de mi corazón!
JUAN. ¡Silencio! ¿Habéis escuchado?
INÉS. ¿Qué?
JUAN. Sí, una barca ha atracado(Mira por el balcón.)debajo de ese balcón,Un hombre embozado de ellasalta... Brígida, al momentopasad a ese otro aposento, y perdonad, Inés bella,si solo me importa estar.
INÉS. ¿Tardarás?
JUAN. Poco ha de ser.
INÉS. A mi padre hemos de ver.
JUAN. Sí, en cuanto empiece a clarear. Adiós.
Escena IV
DON JUAN, CIUTTI
CIUTTI. ¿Señor?
JUAN. ¿Qué sucede,Ciutti?
CIUTTI. Ahí está un embozadoen veros muy empeñado.
JUAN. ¿Quién es?
CIUTTI. Dice que no puededescubrirse más que a vos,y que es cosa de tal priesa,que en ella se os interesala vida a entrambos a dos.
JUAN. ¿Y en él no has reconocidomarca ni seña alguna que nos oriente?
CIUTTI. Ninguna;mas a veros decididoviene.
JUAN. ¿Trae gente?
CIUTTI. No másque los remeros del bote.
JUAN. Que entre.
Escena V
DON JUAN; luego CIUTTI Y DON LUIS embozado
JUAN. ¡Jugamos a escote la vida...! Mas ¿si es quizásun traidor que hasta mi quintame viene siguiendo el paso?Hálleme, pues, por si acasocon las armas en la cinta.
(Se ciñe la espada y suspende al cinto un par de pistolas que habrá colocado sobre la mesa a su salida en la escena tercera. Al momento sale CIUTTI conduciendo a DON LUIS que, embozado hasta los ojos, espera a que se queden solos. DON JUAN hace a CIUTTI una seña para que se retire. Lo hace.)
Escena VI
DON JUAN, DON LUIS
JUAN. (Buen talante.) Bien venido,caballero.
LUIS. Bien hallado,señor mío.
JUAN. Sin cuidadohablad.
LUIS. Jamás lo he tenido.
JUAN. Decid, pues: ¿a qué venís a esta hora y con tal afán?
LUIS. Vengo a mataros, don Juan.
JUAN. Según eso, sois don Luis.
LUIS. No os engañó el corazón,y el tiempo no malgastemos, don Juan los dos no cabemosya en la tierra.
JUAN. En conclusión,señor Mejía,¿es decir,que porque os gané la apuestaqueréis que acabe la fiesta con salirnos a batir?
LUIS. Estáis puesto en la razón:la vida apostado habemos,y es fuerza que nos paguemos.
JUAN. Soy de la misma opinión. Mas ved que os debo advertirque sois vos quien la ha perdido.
LUIS. Pues por eso os la he traído;mas no creo que morirdeba nunca un caballero que lleva en el cinto espada,como una res destinadapor su dueño al matadero.
JUAN. Ni yo creo que resquiciohabréis jamás encontrado por donde me hayáis tomadopor un cortador de oficio.
LUIS. De ningún modo; y ya veisque, pues os vengo a buscar,mucho en vos debo fiar.
JUAN. No más de lo que podéis.Y por mostraros mejormi generosa hidalguía,decid si aún puedo, Mejía,satisfacer vuestro honor. Leal la apuesta os gané;mas si tanto os ha escocido,mirad si halláis conocidoremedio, y le aplicaré.
LUIS. No hay más que el que os hepropuesto,don Juan. Me habéis maniatado,y habéis la casa asaltadousurpándome mi puesto;y pues el mío tomasteispara triunfar de doña Ana, no sois vos, don Juan, quiengana,porque por otro jugasteis.
JUAN. Ardides del juego son.
LUIS. Pues no os los quiero pasar,y por ellos a jugar vamos ahora el corazón.
JUAN. ¿Le arriesgáis, pues, en revanchade doña Ana de Pantoja?
LUIS. Sí; y lo que tardo me enojaen lavar tan fea mancha. Don Juan, yo la amaba, sí;mas con lo que habéis osado,imposible la has dejadopara vos y para mí.
JUAN. ¿Por qué la apostasteis, pues?
LUIS. Porque no pude pensarque la pudierais lograr.Y... vamos, por San Andrés,a reñir, que me impaciento.
JUAN. Bajemos a la ribera.
LUIS. Aquí mismo.
JUAN. Necio fuera:¿no veis que en este aposentoprendieran al vencedor?Vos traéis una barquilla.
LUIS. Sí.
JUAN. Pues que lleve a Sevilla al que quede.
LUIS. Eso es mejor;salgamos, pues.
JUAN. Esperad.
LUIS. ¿Qué sucede?
JUAN. Ruido siento.
LUIS. Pues no perdamos momento.
Escena VII
DON JUAN, DON LUIS, CIUTTI
CIUTTI. Señor, la vida salvad.
JUAN. ¿Qué hay, pues?
CIUTTI. El comendadorque llega con gente armada.
JUAN. Déjale franca la entrada,pero a él solo.
CIUTTI. Mas, señor...
JUAN. Obedéceme. (Vase CIUTTI.)
Escena VIII
DON JUAN, DON LUIS
JUAN. Don Luis, pues de mí os habéis fiadocuanto dejáis demostradocuando a mí casa venís,no dudaré en suplicaros,pues mi valor conocéis, que un instante me aguardéis.
LUIS. Yo nunca puse reparosen valor que es tan notorio,mas no me fío de vos.
JUAN. Ved que las partes son dosde la apuesta con Tenorio,y que ganadas están.
LUIS. ¿Lograsteis a un tiempo...?
JUAN. Síla del convento está aquí:y pues viene de don Juan a reclamarla quien puede,cuando me podéis matarno debo asunto dejartras mí que pendiente quede.
LUIS. Pero mirad que meter quien puede el lance impedirentre los dos, puede ser...
JUAN. ¿Qué?
LUIS. Excusaros de reñir.
JUAN. ¡Miserable...! De don Juanpodéis dudar sólo vos: mas aquí entrad, ¡vive Dios!y no tengáis tanto afánpor vengaros, que este asuntoarreglado con ese hombredon Luis, yo os juro a minombreque nos batimos al punto.
LUIS. Pero...
JUAN. ¡Con una legiónde diablos! Entrad aquí;que harta nobleza es en míaún daros satisfacción. Desde ahí ved y escuchad;franca tenéis esa puerta.Si veis mi conducta incierta,como os acomode obrad.
LUIS. Me avengo, si muy reacio no andáis.
JUAN. Calculadlo vosa placer: mas, ¡vive Dios!,que para todo hay espacio.
(Entra DON LUIS en el cuarto que DON JUAN le señala.)
Ya suben. (DON JUAN escucha.)
DON GONZALO. (Dentro.)¿Dónde está?
JUAN. Él es.
Escena IX
DON JUAN, DON GONZALO
DON GONZALO. ¿Adónde está ese traidor?
JUAN. Aquí está, comendador.
DON GONZALO. ¿De rodillas?
JUAN. Y a tus pies.
DON GONZALO. Vil eres hasta en tus crímenes.
JUAN. Anciano, la lengua ten,y escúchame un solo instante.
DON GONZALO. ¿Qué puede en tu lengua haberque borre lo que tu manoescribió en este papel?¡Ir a sorprender, ¡infame!,la cándida sencillez de quien no pudo el venenode esas letras precaver!¡Derramar en su alma virgentraidoramente la hielen que rebosa la tuya, seca de virtud y fe!¡Proponerse así enlodarde mis timbres la alta prez,como si fuera un harapoque desecha un mercader! ¿Ése es el valor, Tenorio,de que blasonas? ¿Ésa esla proverbial osadíaque te da al vulgo a temer?¿Con viejos y con doncellas la muestras...? Y ¿para qué?¡Vive Dios!, para venirsus plantas así a lamermostrándote a un tiempo ajenode valor y de honradez.
JUAN. ¡Comendador!
DON GONZALO. Miserable,tú has robado a mí hija Inésde su convento, y yo vengopor tu vida, o por mi bien.
JUAN. Jamás delante de un hombre mi alta cerviz incliné,ni he suplicado jamás,ni a mi padre, ni a mi rey.Y pues conservo a tus plantasla postura en que me ves, considera, don Gonzalo,que razón debo tener.
DON GONZALO. Lo que tienes es pavorde mi justicia.
JUAN. ¡Pardiez!Óyeme, comendador, o tenerme no sabré,y seré quien siempre he sido,no queriéndolo ahora ser.
DON GONZALO. ¡Vive Dios!
JUAN. Comendador,yo idolatro a doña Inés, persuadido de que el cielonos la quiso concederpara enderezar mis pasospor el sendero del bien.No amé la hermosura en ella,ni sus gracias adoré;lo que adoro es la virtud,don Gonzalo, en doña Inés.Lo que justicias ni obisposno pudieron de mí hacer con cárceles y sermones,lo pudo su candidez.Su amor me torna en otrohombre,regenerando mi ser,y ella puede hacer un ángel de quien un demonio fue.Escucha, pues, don Gonzalo,lo que te puede ofrecerel audaz don Juan Tenoriode rodillas a tus pies. Yo seré esclavo de tu hija,en tu casa viviré,tú gobernarás mi hacienda,diciéndome esto ha de ser.El tiempo que señalares, en reclusión estaré;cuantas pruebas exigieresde mi audacia o mi altivez,del modo que me ordenarescon sumisión te daré: y cuando estime tu juicioque la puedo merecer,yo la daré un buen esposoy ella me dará el Edén.
DON GONZALO. Basta, don Juan; no sé cómo me he podido contener,oyendo tan, torpes pruebasde tu infame avilantez.Don Juan, tú eres un cobardecuando en la ocasión te ves, y no hay bajeza a que no osescomo te saque con bien.
JUAN. ¡Don Gonzalo!
DON GONZALO. Y me avergüenzode mirarte así a mis pies,lo que apostabas por fuerza suplicando por merced.
JUAN. Todo así se satisface,don Gonzalo, de una vez.
DON GONZALO. ¡Nunca, nunca! ¿Tú su esposo?Primero la mataré. ¡Ea! Entrégamela al punto,o sin poderme valer,en esa postura vilel pecho te cruzaré.
JUAN. Míralo bien, don Gonzalo; que vas a hacerme perdercon ella hasta la esperanzade mi salvación tal vez.
DON GONZALO. ¿Y qué tengo yo, don Juan,con tu salvación que ver?
JUAN. ¡Comendador, que me pierdes!
DON GONZALO. Mi hija.
JUAN. Considera bienque por cuantos medios pudete quise satisfacer;y que con armas al cinto tus denuestos toleré,proponiéndote la pazde rodillas a tus pies.
Escena X
DICHOS; DON LUIS, soltando una carcajada de burla
LUIS. Muy bien, don Juan.
JUAN. ¡Vive Dios!
DON GONZALO. ¿Quién es ese hombre?
LUIS. Un testigo de su miedo, y un amigo,Comendador, para vos.
JUAN. ¡Don Luis!
LUIS. Ya he visto bastante,don Juan, para conocercuál uso puedes hacer de tu valor arrogante;y quien hiere por detrásy se humilla en la ocasión,es tan vil como el ladrónque roba y huye.
JUAN. ¿Esto más?
LUIS. Y pues la ira soberanade Dios junta, como ves,al padre de doña Inésy al vengador de doña Ana,mira el fin que aquí te espera cuando a igual tiempo tealcanza,aquí dentro su venganzay la justicia allá fuera.
DON GONZALO. ¡Oh! Ahora comprendo... ¿Soisvosel que...?
LUIS. Soy don Luis Mejía, a quien a tiempo os envíapor vuestra venganza Dios.
JUAN. ¡Basta, pues, de tal suplicio!Si con hacienda y honorni os muestro ni doy valor a mi franco sacrificioy la leal solicitudcon que ofrezco cuanto puedotomáis, ¡vive Dios!, por miedoy os mofáis de mi virtud, os acepto el que me daisplazo breve y perentorio,para mostrarme el Tenoriode cuyo valor dudáis.
LUIS. Sea; y cae a nuestros pies, digno al menos de esa famaque por tan bravo te aclama.
JUAN. Y venza el infierno, pues.Ulloa, pues mi alma asívuelves a hundir en el vicio, cuando Dios me llame a juicio,tú responderás por mí.(Le da un pistoletazo.)
DON GONZALO. ¡Asesino! (Cae.)
JUAN. Y tú, insensato,que me llamas vil ladrón,di en prueba de tu razón que cara a cara te mato.(Riñen, y le da una estocada.)
LUIS ¡Jesús! (Cae.)
JUAN. Tarde tu fe ciegaacude al cielo, Mejía,y no fue por culpa mía;pero la justicia llega, y a fe que ha de ver quién soy.
CIUTTI. (Dentro.)¿Don Juan?
JUAN. (Asomando al balcón.)¿Quién es?
CIUTTI. Por aquí;salvaos.
JUAN. ¿Hay paso?
CIUTTI. Sí; arrojaos.
JUAN. Allá voy.Llamé al cielo y no me oyó, y pues sus puertas me cierra,de mis pasos en la tierraresponda el cielo, y no yo.
(Se arroja por el balcón, y se le oye caer en el agua del río, al mismo tiempo que el ruido de los remos muestra la rapidez del barco en que parte; se oyen golpes en las puertas de la habitación, poco después entra la justicia, soldados, etc.)
Escena XI
ALGUACILES, SOLDADOS; luego DOÑA INÉS y BRÍGIDA
ALGUACIL. 1º El tiro ha sonado aquí.
ALGUACIL. 2º Aún hay humo.
ALGUACIL. 1º ¡Santo Dios! Aquí hay un cadáver.
ALGUACIL. 2º Dos.
ALGUACIL. 1º ¿Y el matador?
ALGUACIL. 2º Por allí.
(Abren el cuarto en que están DOÑA INÉS y BRÍGIDA, y las sacan a la escena; DOÑA INÉS reconoce el cadáver de su padre.)
ALGUACIL. 2º ¡Dos mujeres!
INÉS. ¡Ah, qué horror,padre mío!
ALGUACIL. 1º ¡Es su hija!
BRÍGIDA. Sí.
INÉS. ¡Ay! ¿Dó estás, don Juan, queaquíme olvidas en tal dolor?
ALGUACIL. 1º Él le asesinó.
INÉS. ¡Dios mío!¿Me guardabas esto más?
ALGUACIL. 2º Por aquí ese Satanásse arrojó, sin duda, al río.
ALGUACIL. 1º Miradlos..., a bordo estándel bergantín calabrés.
TODOS. ¡Justicia por doña Inés!
INÉS. Pero no contra don Juan.
(Cayendo de rodillas.)
esta muy bueno, pero el ralato no me dice q pasa con don juan y ana,
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