El Fantasma de la Opera (Le Fantôme de l'Opéra)


Publicada en 1910, narra la historia de Erik, un arquitecto al que le apasiona la opera y es un gran maestro, y de como se enamora de la actriz y cantante Christine Daae, quien a su vez esta enamorada de Raúl. Comienza cuando las bailarinas del teatro de la opera de París, creen haber visto al "Fantasma de la Opera" y se van corriendo hasta el camerino de la Sorelli a quien le molesta mucho el que las bailarinas crean que han visto a un fantasma, además la ubicación del teatro ayuda mucho, esta cerca al río Sena y tiene tantos subsuelos que la neblina llega a entrar al teatro. La Sorelli, esta muy molesta por que las bailarinas han entrado precipitadamente a su camerino y se han encerrado por temor al fantasma. La Sorelli pide explicaciones y todas responden a la vez que era el fantasma de la opera, la Sorelli les pregunta si es que de verdad lo han visto, Meg Giry le responde que Joseph Bouquet, el tramoyista lo ha visto y ella empieza a describirlo, pero de repente, se escucha un sonido muy extraño. Meg sale a la puerta y no había nadie, las demás bailarinas, le preguntan si ha visto al fantasma, ella responde que no, pero que sabia que estaba ahí. Las bailarinas se exaltan, le preguntan como es que sabe, pero ella se niega, sin embargo, las bailarinas siguen insistiendo y ante tanta insistencia, Meg les cuenta. Les dice que ella lo sabe por lo del palco del Fantasma, que era de el y que por eso la administración no lo alquilaba. Las bailarinas no creen en las palabras de Meg, la Sorelli le pregunta como es que sabe tanto, ella responde que su mama era quien estaba mas comunicada con el fantasma y además decía que Joseph Bouquet debía dedicarse mas a su trabajo de tramoyista, en vez de estar contando historias falsas sobre el fantasma. En ese momento, una de la madre de Meg entra, informa que Joseph Bouquet, ha sido encontrado en el tercer fozo ahorcado, las bailarinas se exaltan y gritan.
Esa noche, el teatro de la opera presenta la obra "Fausto", y el papel principal femenino lo obtiene Christine Daae, quien esta reemplazando a Carlota, porque esta indispuesta. Después de haber actuado, se va a su camerino para descansar, pero un hombre la espera en su puerta, el hombre se presento bajo el nombre de Raúl, y le dijo que era el hombre que se acerco al mar a recoger su chal, Christine se hace la desentendida, se despide y entra en su camerino. Raúl se pone a recordar sus tiempos de infancia, do

A la mañana siguiente, el inspector Milfred se acerca a los nuevos directores para informarles que la noche anterior había ocurrido un incidente en el palco numero cinco, llamaron al inspector para que informarle que había unos ruidos extraños alrededor de ese palco, el inspector se fue a buscar al palco de la derecha y al de la izquierda, pero no encontró nada. Los nuevos directores estaban anonadados por ese informe, ellos preguntaron, si le habían consultado a la acomodadora de ese palco el inspector dijo que si, pero que ella le respondió que el causante de esos sonidos era el Fantasma de la opera, al oír eso, los directores se enfurecieron y mandaron a llamar a la acomodadora. Cuando llega, los directores le preguntan su nombre, ella les dice que se llama Madame Giry, la madre de Meg y les cuenta que ella conversa con el fantasma y le pasa el programa de mano y el fantasma, en recompensa le da unas monedas o bombones, los directores furicundos, suspenden a Madame Giry de sus ocupaciones y después de eso deciden que ellos van a estar en el palco numero cinco. El dia de la presentación e
n la mañana, reciben otra carta con el nombre del Fantasma, en la que recalca los detalles dichos en la carta anterior, pero los directores ignoran esta nueva advertencia. Esa noche, todo estaba normal hasta el segundo acto. Los directores regresan al palco, se sorprenden al ver que en los asientos, ahí una caja de Bombones. Los Directores ignoraron el indicio y se sentaron, para seguir escuchando como cantaba Carlota, cuando de repente, de la boca de Carlota, sale un sapo. El publico, el elenco y los directores se escandalizan. Los directores sienten un viento pasar atrás de ellos, pero no hay nada, al ver eso, Firmin Richard, le grita a Carlota desde su palco que siquiera cantando. Carlota obedece, y sigue cantando, pero nuevamente sale un sapo de su boca. Los directores no tienen explicacion alguna par tal fenómeno, cuando de repente, se escucha una voz proveniente del palco en el que estaban, pero no había nadie, la voz misteriosa dice que Carlota esta cantando como para hacer caer la araña central, los directores se sorprenden y de un momento a otro, ven como es que la araña central se cae. Los resultados son terribles, hay varios heridos y a la mujer que estaba reemplazando a madame Giry le cae la araña en la cabeza y muere.

Al dia siguiente, Christine Daae le escribe una carta a Raúl diciéndole que no lo había olvidado y que quería reunirse con el en el pueblo de Peró, donde estaba enterrado su padre y donde se habían dado el ultimo adiós cuando eran niños.
A Raúl le vuelve el alma cuando lee la carta de Christine e inmediatamente se dirige a Peró. Cuando se encontraron, Raúl le pregunta a Christine porque es que lo había desconocido en el teatro, pero antes de que Christine diera su respuesta, le pregunto quien era el hombre con quien estaba hablando en su camerino y si es que lo amaba, porque el la amaba aun mas que cualquier otro. Christine, le empieza a contar a Raúl sobre el "Ángel de la Música" del que su padre les había contado cuando eran niños, aquel que visitaba a los grandes músicos de buen corazón. Raúl no entiende, pero Christine sigue contándole y le dice que su padre le había prometido que cuando el muera iba a mandar al Ángel de la música, y así lo haba hecho, el ya estaba muerto y el Ángel de la música estaba entrenándola. Raúl le dice que cree que la están engañando, pero Christine no le hace caso y se retira. Raúl se queda muy confundido por las palabras que le había dicho Christine, y empieza a odiar al Ángel de la música, sin siquiera conocerlo.

Días después, a Raúl le llega otra carta firmada por Christine Daae, en la que le dice que no vaya a faltar al baile de disfraces que estaba ofreciendo la opera, y que vaya con un domino blanco. Raúl asiste al baile con el domino blanco tal y como se lo había dicho Christine, de pronto aparece un domino negro que le aprieta la punta de los dedos y entiende que es Christine y la sigue. La sigue hasta su camerino y le dice que tiene que contarle algo, pero que no se lo debía contar a nadie y le pidió que no se esforzara en conocer la identidad del hombre que había estado conversando con ella el otro dia en su camerino. Raúl se sorprende y le reclama el porque lo había llamado para proteger a su amante cuando el quería casarse con ella. Christine le respo

Al dia siguiente, Raul piensa en todos los planes para el rapto y se dirige al teatro de la opera. Escucha cantar a Christine y se le ilumina el alma porque Christine estaba cantando mejor que en cualquier otra ocacion. Cuando de repente se apagan las luces, pero unos segundos despues se volvio a iluminar, pero ya no estaba Christine Daae sobre el escenario. En el

Despues de que hablaron, aparece el hombre que habia detenido a Raul cuando entraba, el comisario le pregunta quien es y le le responde que era El Persa. Despues de presentarse comenta que el sabia que Christine estaba en el teatro todavia, que estaba con Erik, Raul se exalto al esuchar ese nombre y pregunto si ese era el nombre del Fantasma, a lo que el Persa le responde que el no es un fantasma, sino

Momentos despues, la pared junto al espejo sede y empieza a girar. Ya del otro lado, todo es oscuro y el Persa enciende unas cerillas y se ilumina la habitacion. Raul se asusta, porque lo primero que ve son tres esqueletos, el persa lo explica todo diciendo solo el nombre Erik. Los dos caminan hasta llegar al tercer sotano, el Persa le dice a Raul que ese podria ser uno de los muros de la mansion del lago, le dice a Raul que el se iba a dejar caer y que despues el haga lo mismo, que el lo iba a recibir. Primero se tira el persa, luego Raul se ira y el Persa lo recibe, cuando llegan a ver bien se dan cuenta de que estaban en un cuarto de espejos de una forma hexagonal, y por efecto de los espejos, todo se multiplicaba de forma indefinida, el Persa dice que esa es "La Habitacion de los Suplicios". Los dos escuchan una voz viniendo del otro lado de la habitacion de los suplicios, era la voz de Erik. Le reclamaba a Christine, por que era que ella no queria ser su esposa, pero ella se negaba. Raul le dice al Persa que la unica forma de que salieran de ese lugar, era que Chirstine les abriera la puerta, cuando de repente, se escucha un timbre desde el otro lado de la habitacion y Erik se retira. Raul aprovecha la situacion para pedirle a Christine ayuda, pero ella le dice que no puede porque esta amarrada de manos. El Persa le dice que la unica forma de abrir la puerta, era que ella se la abriera. Christine, le cuenta que solo habian dos puertas, una por la que habia salido Erik y otra que nunca habia abierto porque decia que era la del cuarto de los suplicios, ella les pide que huyan, pero Raul se niega. Cuando de repente, llega Erik, Christine le dice que las cue

Erik le pregunta porque habia agarrado su llave, Christine le responde que solo era curiosidad, pero Erik le dice que a el le molesta la curiosidad de las mujeres despues de eso, se acerca a Christine y le quita la llave con brusquedad y Christine lanza un grito de dolor, Raul desde el otro lado de la habitacion casi da un grito de desesperacion, pero Eik lo habia escuchado, le pregunta a Christine si es que ella habia escuchado algo, pero ella lo niega y Erik empieza a sospechar de que habian personas en la habitacion de los suplicios. Pero Christine seguia negando la posibilidad de que aya alguien en la habitacion de los suplicios. Erik no cree en las palabras de Christine y abre una ventana que esta en la parte de ariba de las dos habitaciones permitiendo ver lo que ocurria en la habitacion de los suplicios, pero los que estaban en dicha habitacion no podian ver esa ventana. La habitacion de los suplicios se ilumina y Erik le dice a Christine que se asome a ver que habia detras de esa ventana, Christine sigue diciendo que no habia nada, esta vez, Erik si le cree. Raul y el Persa buscan dicha ventana, pero solo ven varios arboles en esa habitacion. Christine le pregunta a Erik porque le decia la habitacion de los suplicios si solo habian arboles. Erik le explica que en una de las ramas de esos arboles habia una horca y que el suplicio era ese bosque, que desde la habitacion en la que estaba Erik podia modificar las condiciondes de vida de ese lugar, para producir alucnaciones en los que se encontraran en ella.
Erik para demostrarle a Christine como

El Persa se despierta despues del trance, pero no se despierta en la habitacion de los suplicios, sino en su cuarto. Al poco rato despues de haber despertado, aparece Erikcon una mascara deifere

A continuacion un capotulo de "El Fantasma de la Opera":
XIV
UN GOLPE GENIALDEL MAESTRO EN TRAMPILLAS
Raoul y Christine corrieron, corrieron. Ahora huían del tejado donde se encontraban los ojos de brasa, que sólo se ven en lo más profundo de la noche; y no se detuvieron hasta llegar al octavo piso.
Aquella noche no había función y los pasillos de la ópera estaban desiertos.
De pronto, una extraña silueta surgió ante los jóvenes, cortándoles el paso.
-¡No! Por aquí no!
Y la silueta les indicó otro pasillo por el cual podían llegar entre los bastidores.
Raoul quería detenerse, pedir explicaciones.
-¡Vamos, vamos, aprisa! -ordenó aquella sombra vaga oculta en una especie de capa y cubierta con un bonete puntiagudo. Pero ya Christine arrastraba a Raoul y le obligaba a seguir
corriendo:
-¿Pero quién es? ¿Quién es ése? -preguntaba el joven.
-¡Es el Persa!... - contestaba Christine:
-¿Qué hace aquí?
-Nadie sabe nada de él... ¡Está siempre en la ópera!
-Lo que usted me obliga a hacer, Christine, es una cobardía -dijo Raoul, que estaba muy alterado-. Me hace huir. Es la primera vez en mi vida.
-¡Bah! -contestó Christine que empezaba a calmarse-. Creo que hemos huido de la sombra de nuestra imaginación.
-Si de verdad hemos visto a Erik, debería haberlo clavado a la lira de Apolo, como se clava a la lechuza en las tapias de nuestras granjas bretonas, y ya no hubiéramos tenido que ocupamos de él.
-Mi buen Raoul, primero habría tenido que subir a la lira de Apolo, y no es cosa fácil.
-Sin embargo, los ojos de brasa estaban allí.
-¡Bueno! Ya está usted como yo, dispuesto a verlo en todas partes, pero si se reflexiona, uno se dice: lo que he tomado por ojos de brasa no eran más que los clavos de oro de dos estrellas que contemplaban la ciudad a través de las cuerdas de la lira.
Y Christine bajó un piso más, seguida por Raoul.
-Ya que está decidida del todo a partir, Christine -dijo el joven-, vuelvo a insistir que valdría más huir ahora mismo. ¿Por qué esperar a mañana? ¡Quizá nos haya oído esta noche!...
-¡Imposible, imposible! Trabaja, repito, en su Don Juan Triunfante, y no se ocupa de nosotros.
-Está usted tan poco convencida que no deja de mirar hacia atrás.
-Vamos a mi camerino.
-Vámonos mejor fuera de la ópera.
-Jamás hasta el momento de huir! Nos expondríamos a alguna desgracia si no cumplo mi palabra. Le prometí no vernos más que aquí.
-Es un consuelo para mí que le permita esto. ¿Sabe -dijo Raoul con amargura- que has sido usted pero que muy audaz permitiéndome el juego del noviazgo?
-Pero, querido, él está al corriente. Me dijo: «Confío en ti, Christine. El señor de Chagny está enamorado de ti y debe irse. Antes de que se vaya, ¡que sea tan desventurado como yo!...
-¿Y qué significa eso, por favor?
-Soy yo la que debería preguntárselo, Raoul. ¿Se es desgraciado cuando se ama?
-Sí, Christine. Cuando se ama y no se sabe si se es amado. -¿Dices eso por Erik?
-Por mí y por Erik -dijo el joven meneando al cabeza con aire pensativo y desolado.
Llegaron al camerino de Christine.
-¿Por qué se cree más segura en este camerino que en el teatro? -preguntó Raoul-. Si le oye usted a través de los muros, también él puede oírnos.
-¡No! Me ha dado su palabra de no ponerse tras las paredes de mi camerino, y yo creo en la palabra de Erik. Mi camerino y mi habitación, en la mansión del lago, son míos, exclusivamente míos, y sagrados para él.
-¿Cómo pudo abandonar usted este camerino para ir a parar a un corredor oscuro, Christine? ¿Quiere que intentemos repetir sus pasos?
-Es peligroso, amigo mío, porque el espejo podría llevarme otra vez y, en lugar de huir, me vería obligada a ir hasta el final del pasadizo secreto que conduce a las orillas del lago y desde allí llamar a Erik.
-¿La oiría?
-Por donde quiera que llame a Erik, Erik me oirá... Él fue quien me lo dijo. Es un genio muy especial. No hay que creer, Raoul, que se trata simplemente de un hombre que le divierte vivir bajo tierra. Hace cosas que ningún otro hombre podría hacer. Sabe cosas que el mundo viviente ignora.
-Tenga cuidado, Christine, está construyendo usted a un fantasma.
-No, no es un fantasma. Es un hombre del cielo y de la tierra. Eso es todo.
-¡Un hombre del cielo y de la tierra... eso es todo!... ¡Que forma de hablar!... ¿Sigue decidida a huir de él?
-Sí, mañana.
-¿Quiere que le diga por qué querría que huyamos esta noche?
-Dígame, Raoul.
Porque mañana ya no estará decidida a nada!
-En ese caso, Raoul, me llevará usted a pesar mío... ¿Queda claro?
-Aquí, pues, mañana por la noche. A las doce estaré en su camerino. Pase lo que pase, yo cumpliré mi promesa dijo el joven con aire sombrío-. ¿Ha dicho usted que después de la representación debe ir a esperarla en el comedor del lago?
-En efecto, es allí donde me ha citado.
-¿Y cómo podrá llegar hasta él, si no sabe salir del camerino «por el espejo»?
-Pues, encaminándome directamente hacia la orilla del lago.
-¿A través de todos los subterráneos? ¿Por las escaleras y los corredores en los que están los tramoyistas y las gentes de, servicio? ¿Cómo se las arreglaría para conservar el secreto de semejante viaje? Todo el mundo seguiría a Christine Daaé y llegaría al lago acompañada de una multitud.
Christine sacó de un cofrecillo una enorme llave y se la enseñó a Raoul.
-¿Qué es? -preguntó él.
-Es la llave de la verja del subterráneo de la calle Scribe.
-Entiendo, Christine, conduce directamente al lago. Por favor, deme esa nave.
-Jamás! -contestó ella con energía-. ¡Sería una traición! De repente, Raoul vio cómo Christine cambiaba de color. Una palidez mortal cubrió sus rasgos.
-¡Oh, Dios mío! -exclamó-... ¡Erik, Erik!, tenga piedad de mí.
-¡Calle! -ordenó Raoul-. ¿No me ha dicho usted que podía oírla?
Pero la cantante se retorcía los dedos, mientras repetía en tono cada vez más extraviado:
-¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío!
-¿Pero, ¿qué pasa? ¿Qué ocurre? -imploró el joven.
-El anillo.
-¿Qué anillo? Por favor, Christine, tranquilícese.
-El anillo de oro que me dio.
-¿Ah, es Erik quien le dio el anillo de oro?
-¡Lo sabe usted de sobras, Raoul! Pero lo que no sabe es lo que me dijo al dármelo: «Te devuelvo la libertad, Christine, pero a condición de que este anillo esté siempre en tu dedo. Mientras lo conserve, estarás a salvo de todo peligro, y Erik será tu amigo. Pero si te separas de él, será tu desgracio, Christine, ya que Erik se vengará»... ¡Amigo mío, el anillo no está ya en mi dedo! ... ¡La desgracia ha caído sobre nosotros!
Buscaron en vano el anillo de oro. No lo encontraron. La joven no se calmaba.
-Fue mientras le he dado ese beso, bajo la lira de Apolo -intentó explicar temblando-; el anillo se habrá deslizado de mi dedo y caído a la ciudad. ¿Cómo encontrarlo ahora? ¿Qué desgracia nos amenaza ahora, Raoul? ¡Ah, huyamos!
-¡Huyamos en seguida! -volvió a insistir Raoul.
Ella dudó. Él creyó por un momento que iba a decir que sí... Pero después sus claras pupilas se turbaron y dijo:
-¡No, mañana!
Y se alejó precipitadamente, mientras continuaba retorciéndose los dedos como si de aquella manera el anillo fuera a aparecer.
En cuanto a Raoul, volvió a su casa muy preocupado por todo lo que había oído.,
-¡Si no la salvo de las manos de ese charlatán está perdida! ¡Pero la salvaré! -dijo en voz alta en su cuarto, mientras se acostaba.
Apagó la lámpara y sintió en la oscuridad la necesidad de insultar a Erik.
-¡Farsante!... ¡Farsante!... ¡Farsante!... - gritó tres veces en voz alta.
Pero, de repente, se incorporó apoyándose en los codos. Un sudor frío se le pegó a las sienes. Dos ojos, ardientes como brasas, acababan de encenderse al pie de su cama. Le miraban fija, terriblemente, en la noche oscura.
Raoul era valiente, sin embargo temblaba. Estiró la mano tanteando, temblorosa, incierta, hacia la mesilla de noche. Al encontrar una caja de cerillas, encendió una. Los ojos desaparecieron.
Pensó, sin tranquilizarse en lo más mínimo.
«Ella me dijo que sus ojos sólo se veían en la oscuridad. Han desaparecido con la luz, pero él quizás esté aún ahí.»
Y se levantó, buscó, pasó prudentemente revista a todas las cosas. Miró debajo de la cama como un niño. Entonces se encontró ridículo. Dijo en voz alta:
-¿Qué debo creer? ¿Que no debo creer, con semejante cuento de hadas? ¿Dónde termina lo real y dónde empieza lo fantástico? ¿Qué habrá visto Christine? ¿Qué habrá creído ver?
Y añadió estremeciéndose:
-Y yo, ¿qué he visto? ¿Habré visto en realidad los ojos de brasa hace un momento? ¿Habrán brillado tan sólo en mi imaginación? ¡No estoy seguro de nada! ¡Mejor no pensar en esos ojos!
Se acostó. Volvió a quedar todo oscuro.
Los ojos reaparecieron.
-¡Oh! -suspiró Raoul.
Incorporándose en la cama los miraba también fijamente, con todo el valor de que era capaz. Después de un silencio en el que intentó recuperar toda su serenidad, gritó de repente:
-¿Eres tú, Erik? ¡Hombre, genio o fantasma! ¿Eres tú?
«Si es él... está en el balcón», pensó.
Entonces corrió en pijama hasta un mueblecito y tanteando cogió un revólver. Ya armado, abrió la ventana. La noche era muy fría. Raoul echó una ojeada al balcón desierto y volvió a entrar cerrando la puerta. Se acostó temblando, con el revólver sobre la mesita de noche, al alcance de su mano.
Una vez más, apagó la lámpara.
Los ojos seguían allí, al pie de la cama. ¿Estaban entre la cama y el cristal de la ventana, o detrás de la ventana, afuera, en el balcón?
Eso era todo lo que Raoul quería saber. Quería saber también si aquellos ojos pertenecían a un ser humano... Quería saberlo todo...
Entonces, tranquilamente y con frialdad, sin turbar a la noche que le rodeaba, el joven tomó su revólver y apuntó.
Apuntó a las dos estrellas de oro que le miraban con aquel curioso resplandor inmóvil.
Apuntó un poco más arriba que las dos estrellas. Si aquellas estrellas eran ojos, y si encima de aquellos ojos había una frente, y si Raoul no era demasiado torpe...
La detonación rodó con horrible estruendo en la paz de la casa dormida... Y mientras multitud de pasos se afanaban en los pasillos, Raoul, incorporándose en la cama con el brazo tendido, dispuesto a volver a disparar, miraba...
Esta vez las dos estrellas habían desaparecido.
Luz, criados, el conde Philippe terriblemente inquieto. -¿Qué sucede, Raoul?
-Me parece que he soñado -contestó el joven-. He disparado a dos estrellas que me impedían dormir.
-¿Divagas?... ¡Te encuentras bien!... Por favor, Raoul, ¿qué ha pasado?... -y el conde se apoderó del revólver.
-No, no! No divago... Además, ahora mismo lo sabemos..
Se levantó, se puso una bata y las pantuflas, cogió la luz que un criado le alcanzaba y, abriendo la puerta, salió al balcón.
El conde había visto que el cristal de la ventana estaba atravesado por una bala a la altura de un hombre. Raoul se asomaba por el balcón con la lámpara en la mano.
-¡Ajá! -exclamó- ¡Sangre, sangre!... Aquí... Allí... Más sangre. ¡Mejor, un fantasma que sangra... es menos peligroso! -susurró mientras reía sarcásticamente.
-¡Raoul, Raoul, Raoul!
El conde le zarandeaba como si intentara sacar a un sonámbulo de su peligroso sueño.
-¡Pero, hermano, no estoy dormido! -protestó Raoul impacientado-. Puedes ver esa sangre. Creía que estaba soñando y que había disparado sobre dos estrellas-. Eran los ojos de Erik, y ésta es su sangre... -súbitamente inquieto, añadió-: ¡Después de todo, quizá he hecho mal en disparar, y Christine es capaz de no perdonármelo!... Nada hubiera ocurrido si hubiera tomado la precaución de correr las cortinas de la ventana en el momento de acostarme.
-¡Raoul! ¿Es que te has vuelto loco de repente? ¡Despierta!
-¡Otra vez! Harías mejor, hermano mío, ayudándome a encontrar a Erik..., ya que, a fin de cuentas, un fantasma que sangra se puede encontrar...
El mayordomo del conde dijo:
-Es cierto, señor, que hay sangre en el balcón.
Un criado trajo una lámpara a cuya luz pudieron examinar todo. El rastro de sangre seguía la rampa del balón y llegaba hasta un canalón, a lo largo del cual subía.
-Amigo mío -dijo el conde-, has disparado a un gato.
-Lo malo -exclamó Raoul con una nueva carcajada burlona que sonó dolorosamente en los oídos del conde- es que es muy posible. Con Erik nunca se sabe. ¿Es Erik? ¿Es un gato? ¿Es el fantasma? ¿Es de carne y hueso o sólo una sombra? ¡No, no! ¡Con Erik nunca se sabe!
Raoul se aferraba a aquellas frases extrañas que respondían tan íntima y lógicamente a las preocupaciones de su espíritu y que se identificaban a las confidencias, a la vez reales y con apariencia sobrenatural, de Christine Daaé.Y sus frases no contribuyeron poco en persuadir a muchos de que el cerebro del joven no funcionaba bien. El mismo conde lo creyó y, más tarde, el juez de instrucción, ante el informe del comisario de policía, no tuvo la menor duda en llegar a la misma conclusión.
-¿Quién es Erik? -preguntó el conde apretando la mano de su hermano.
-¡Es mi rival! ¡Y si no está muerto, lo mismo me da!
Con un gesto, despidió a los criados.
La puerta de la habitación volvió a cerrarse dejando solos a los dos Chagny. Pero los criados no se alejaron tan rápidamente como para no permitir que el mayordomo del conde oyera cómo Raoul pronunciaba fuerte y claramente:
-¡Esta noche raptaré a Christine Daaé!
Esta frase fue repetida más tarde ante el juez de instrucción Faure. Pero nunca se supo exactamente qué se dijeron los dos hermanos durante esa entrevista.
Los criados contaron que aquella noche no era la primera vez que discutían.
Si, a través de unas paredes se oían gritos, y siempre se mencionaba a una artista llamada Christine Daaé.
A la hora del almuerzo -el almuerzo matutino, que el conde tomaba en su gabinete de trabajo-, Philippe ordenó que fueran a decir a su hermano que deseaba verlo. Raoul llegó, sombrío y mudo. La escena fue muy breve.
El conde.
-¡Lee esto!
Philippe entrega a su hermano un periódico: L'Épóque. Con el dedo, señala la siguiente crónica.
El vizconde lee con desdén:
«Una gran noticia en el barrio: la señorita Christine Daaé, artista lírica, y el señor vizconde Raoul de Chagny se han comprometido. Si se da crédito a los rumores de entre bastidores, el conde Philippe se habría negado, afirmando que, por primera vez, los Chagny no cumplirían su promesa. Dado que el amor, en la ópera más aún que en otras partes, es todopoderoso, nos preguntamos de qué medios puede valerse el conde Philippe para impedir que su hermano el vizconde lleve al altar a la nueva Margarita. Se dice que los dos hermanos se adoran, pero el conde se engaña extrañamente si espera que el amor fraternal ceda al amor a secas. »
El conde (triste). -Ya lo ves, Raoul, nos pones en ridículo... Esa chica te ha sorbido el seso con sus cuentos de fantasmas.
(El vizconde había pues explicado a su hermano el relato de Christine Daaé.)
El vizconde.
-¡Adiós, hermano!
El conde.
-¿Estás decidido? ¿Te marchas esta noche? (El vizconde no contesta.)... ¿Con ella?... ¿Serás capaz de semejante tontería? (Silencio del vizconde.) ¡Yo sabré impedírtelo!
El vizconde. -¡Adiós, hermano!
(Se marcha.)
Esta escena fue explicada al juez de instrucción por mismo hermano, que no debía volver a ver a Raoul más que aquella noche, en la ópera, algunos minutos antes de la desaparición de Christine.
En efecto, Raoul dedicó todo aquel día a los preparativos del rapto.
Los caballos, el carruaje, el cochero, las provisiones, las maletas, el dinero necesario, el itinerario -era preciso no tomar el tren para poder despistar al fantasma-, todo esto le ocupó hasta las nueve de la noche.
A las nueve, una especie de berlina, con las cortinas echadas y las puertas herméticamente cerradas, ocupó un sitio en la fila junto a la Rotonda. Iba tirada por dos vigorosos caballos y conducida por un cochero cuyo rostro era difícil distinguir, tan envuelto estaba entre los pliegues de una bufanda. Delante de esta berlina había tres coches. Más tarde, la instrucción estableció que se trataba de los de la Carlotta, llegada repentinamente a París, de la Sorelli y, delante de todos, el del conde de Chagny. De la berlina no bajó nadie. El cochero permaneció en su asiento. Los otros tres cocheros habían permanecido igualmente en el suyo.
Una sombra, envuelta en una gran capa negra con un sombrero de fieltro, también negro, pasó por la acera, entre la Rotonda y los vehículos. Parecía mirar atentamente la berlina. Se acercó a los caballos, después al cochero, antes de alejarse sin haber pronunciado una sola palabra. La instrucción creyó más tarde que aquella sombra era la del vizconde Raoul de Chagny. En lo que a mí se refiere, no lo creo así, teniendo en cuenta que el vizconde de Chagny llevaba un sombrero de copa, igual que las otras noches, y que además el sombrero fue encontrado más tarde. Más bien creo que aquella sombra era la del fantasma, que estaba al corriente de todo como ahora mismo veremos.
Por casualidad, se representaba Fausto. La concurrencia era de las más brillantes. El público de la ópera estaba maravillosamente representado. Por aquella época, los abonados no cedían, no alquilaban ni subalquilaban ni se compartían los palcos con financistas, comerciantes o extranjeros. Hoy en día podemos ver en el palco del marqués de cual, ya que sigue conservando su título, pues el marqués es por contrato su titular, pero en ese palco, decíamos, descansa Cómodamente un vendedor de tocino y su familia, y está en su derecho ya que paga el palco del marqués. Antaño, estas costumbres eran Prácticamente desconocidas. Los palcos de la ópera eran salones en Ios que se reunían los hombres de mundo quienes, a veces, les gustaba la música.
Toda esa concurrencia se conocía, sin que por ello se frecuentara Necesariamente. Pero llevaban los nombres en la cara y la fisionomía del conde de Chagny era conocida por todos.
La noticia aparecida por la mañana en L'Époque debía haber surtido su pequeño efecto, ya que todas las miradas se dirigían hacia el palo en el que el conde Philippe, con aspecto de absoluta indiferencia y aire despreocupado, se encontraba completamente solo. El elemen- to femenino de aquella esplendorosa asamblea parecía especialmente Intrigado y la ausencia del vizconde daba pie a cientos de cuchicheos detrás de los abanicos. Christine Daaé fue acogida con bastante frialdad. Aquel público distinguido no le perdonaba que mirara tan alto.
La diva notó la mala disposición de una parte de la sala y se sintió turbada.
Los asiduos, que pretendían estar al corriente de los amores del vizconde, no pudieron evitar sonreír en ciertos pasajes del papel de Margarita. Por eso se volvieron ostensiblemente hacia el palco de Philippe de Chagny cuando Christine cantó la frase: «Querría saber quién era aquel joven, si es un gran señor y cómo se llama».
Con el mentón apoyado en la mano, el conde no parecía preocuparse de aquellas manifestaciones. Fijaba los ojos en el escenario. Pero, ¿lo miraba? Parecía muy ausente...
Christine iba mostrándose cada vez más insegura. Temblaba. Se encaminaba hacia él desastre... Carolus Fonta se preguntó si se encontraba mal, si podría mantenerse en escena hasta el final del acto que era el del jardín. En la sala, la gente recordaba la desgracia ocurrida a la Carlotta el final de este acto, y el «cuac» histórico que por el momento había suspendido su carrera en París.
Precisamente entonces, la Carlotta hizo su entrada en un palco lateral, entrada sensacional. La pobre Christine levantó los ojos hacia aquel nuevo motivo de turbación. Reconoció a su rival. Le pareció verla sonreír irónicamente. Esto la salvó. Lo olvidó todo para triunfar una vez más.
A partir de este momento, cantó con toda su alma. Intentó superar todo lo que había hecho hasta entonces, y lo consiguió. En el último acto, cuando comenzó a invocar a los ángeles y a ascender del suelo, arrastró en un nuevo vuelo a toda la sala estremecida y todos creyeron tener alas.
Ante aquella llamada sobrehumana, un hombre se había levantado en el centro del anfiteatro y se mantenía de pie, de cara a la artista, como si con el mismo movimiento dejara también la tierra... Era Raoul.
Ángeles puros! ¡Ángeles radiantes! ¡Ángeles puros! ¡Ángeles radiantes!
Y Christine, con los brazos tendidos, la garganta. inflamada, envuelta en la gloria de su cabellera desatada sobre sus hombros desnudos, lanzaba el clamor divino:
¡Llevad mi alma al seno de los cielos!
Fue entonces cuando una repentina oscuridad se hizo en el teatro. Todo fue tan rápido que los espectadores no tuvieron siquiera tiempo de lanzar un grito de estupor, ya que la luz volvió de nuevo a iluminar el escenario.
... ¡Pero Christine Daaé había desaparecido! ¿Qué había sido de ella?... ¿Qué milagro era aquél?... Todos se miraron sin entender y una gran emoción se apoderó de todos. El desasosiego no era menor en el escenario que en la sala. Desde los bastidores la gente se precipitaba hacia el lugar en el que, hacía un instante, Christine cantaba. El espectáculo se interrumpía en medio del mayor desorden.
¿Adónde, adónde había ido Christine? ¿Qué sortilegio la había arrebatado a millares de espectadores entusiasmados y los mismos brazos de Carolus Fonta? En realidad, podían preguntarse si, en virtud de su ruego inflamado, los ángeles no la habían llevado realmente «al seno de los cielos» en cuerpo y alma...
Raoul, siempre de pie en el anfiteatro, había lanzado un grito. El conde Philippe se había incorporado en su palco. Todos miraban el escenario. miraban al conde, miraban a Raoul, y se preguntaba si el curioso suceso no tenía nada que ver con la nota aparecida aquella misma mañana en el periódico. Pero Raoul abandonó a toda prisa su sitio, el conde desapareció de su palco y, mientras bajaba el telón, los abonados se precipitaron hacia la entrada de artistas. En medio de una indescriptible confusión y algarabía, el público esperaba un anuncio. Todos hablaban a la vez. Cada cual pretendía explicar cómo habían ocurrido las cosas. Unos decían: «Ha caído en una trampilla». Otros: «Ha sido elevada en las bambalinas. La pobre ha sido quizá sido víctima de un nuevo truco estrenado por la nueva dirección». Y otros aún: «Es una emboscada. La coincidencia de la oscuridad y la desaparición lo prueban sobradamente».
Por fin, se levantó el telón, y Carolus Fonta, avanzando hasta el estrado del director de orquesta, anunció con una voz grave y triste:
-¡Señoras y señores, algo inaudito, que nos sume en una profunda inquietud, acaba de producirse! ¡Nuestra compañera Christine Daaé ha desaparecido ante nuestros ojos sin que podamos saber cómo!
magnífico! muchas gracias for este genial texto :)
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