miércoles, 27 de mayo de 2009

La Gitanilla (La Gitanilla)


Publicada en el año 1613 junto con las demás novelas ejemplares, cuenta las aventuras que tiene que sufrir el caballero Juan de Cárcamo para casarse con la joven gitana Preciosa (que hace honor a su nombre). Empieza contando el hecho de que una gitana vieja cría a una bebe llamándola nieta suya. Paso el tiempo y el cuerpo de la niña se fue haciendo mas y mas hermoso cada vez, junto con su inteligencia y su forma de bailar. Cierto día las gitanas se fueron junto con su caravana hacia Madrid para hacer sus espectáculos y vender sus objetos que ellos fabrican. En cuanto llegaron se pusieron a bailar y los hombres se acercaron a preciosa rodeándola mientras la veían bailar, y a abuela recogía la limosnas. Cuando se le acerco uno de los dirigentes de la aldea, la invito junto con sus amigas a su casa, ellas accedieron. En cuanto llegaron las criadas del señor empezaron a halagar a preciosa, y la esposa del dirigente, le pidió que le dijera la buena ventura. Hizo su predicción y en cuanto termino llego el señor de la casa (el dirigente) e hizo como si sacara dinero, pero no tenia nada. Se despidieron y prometieron regresar el viernes.

Y cuando regresaron encontraron a un joven muy bien vestido y parecía un hombre muy adinerado. Se les acerco y le dijo a la abuela el puesto que tenia y que de su familia era muy conocida en la corte real, luego dijo que quería ser alguien de mas dinero y finalizo pidiéndole a la abuela el favor de que dejara que se case con Preciosa. La que respondió fue Preciosa y no la abuela, como de se debía, y ella le dijo que era una gitana pobre y que se iba a enamorar de el solo por su dinero y que si el venia por ella solo se la iba a llevar con el matrimonio. Pero antes de darle su respuesta le puso una prueba, le dijo que debía de ser gitano por dos años y si es que todavía quería ser el esposo de Preciosa ella iba a aceptar. Luego se quedaron mirando uno al otro por un buen rato. Después el le dijo que le diera ocho días para arreglar sus cosas e irse con ellas. Después de eso las gitanas se pusieron a hablar de el, e incluso le pusieron nombre de gitano, se iba a llamar: "Andrés Caballero" y después de eso entraron a Madrid.

Pero avanzadas unas calles se encontró con otro hombre que le dio un papel doblado que contenía un soneto adentro. Ella le dijo que lo quería mas por ser poeta y no por su belleza y le dijo que después iba a leer su soneto, pero Preciosa estaba mas concentrada en encontrar la casa de Andrés. Y pronto llego a su casa, lograron entrar, y empezaron los alagos por parte de la familia de Andrés, cuyo verdadero nombre era en realidad Juan. Su padre le pidió que le leyera la buena fortuna, y le dijo que iba a hacer un viaje largo, para ayudarle en su causa. Luego les pidieron que bailaran, y así lo hicieron, pero en el baile se la cae a preciosa el papel que contenía el soneto. En cuanto se fijaron en el se dieron cuenta de que estaba completamente pálido y asustado, su padre lo noto y la gitana se le acerco y le dijo en el oído que si sufría por ese papel lo que le esperaba era mucho peor, y eso animo a Juan. Luego se repartieron el dinero entre las gitanas, Preciosa no quizo reclamar el soneto para evitar mas problemas. Luego se despidió de Juan, ahora llamado Andrés.

Pasaron los días y en uno de esos se apareció Don Juan en una mula alquilada y sin criados ni cosas. Se le acercaron varios gitanos y gitanas para hacer la ceremonia de iniciación a Andrés y le dieron los principios de los gitanos que eran : "robar siempre" y "no engañar nunca a las esposas de sus amigos". Y Andrés acepto y lo hizo publico, y preciosa le recordó que tenia que aguantar dos años ese mundo. Luego el pidió que no le pidieran que robara por un mes, porque necesitaba practica y aprender. Luego repartió entre todos 200 escudos de plata. Ese día Andrés no durmió pensando como convertirse en gitano sin robar.

Cuatro días después llegaron a un pueblo cerca de Toledo y los gitanos empezaron a hacer lo que mejor sabían, robar, Andrés pidió que lo dejaran robar solo, accedieron a lo que dijo, pero el lo dijo solamente para estar apartado de los gitanos y comprar con su dinero las cosas, que después diría que el las robo, y en menos de un mes el le trajo mas provecho a la caravana que cualquier otro gitano verdadero, y preciosa se enamoraba de el al ver lo bien que se iba volviendo gitano. Cierta noche sus perros estaban ladrando y salieron todos, entre ellos Juan. Era un hombre vestido de blanco al que los perros le habían mordido, los gitanos le atendieron, prepararon las cosas para curarlo y al rato apareció la abuela de Preciosa para curarlo, Preciosa estab viendo como la abuela curaba al forastero. Y en cuanto Andrés y Preciosa estuvieron solos, ella le dijo que el era el hombre que le había escrito el soneto que le hizo pasar un mal rato, en cuanto lo leyó. El le dijo que primero lo matara de amor a el y luego a ese extraño. Ella le dijo que muy rápido caía en los celos y que ella no conocía a ese hombre. Andrés dudando se le acerco y le pregunto si el era el hombre que había escrito el soneto para una gitana, el le dijo que si, pero el no quizo acercarse a ella. Andrés le mintió y le dijo que era hermano de ella y que si quería casarse con ella con gusto lo dejaba. Pero el joven le dijo que no, que el motivo de su acercamiento era que había matado a un hombre por defender su honra y también por celos, y tenia que escabullirse por Madrid para escaparse de la cárcel y de la horca. os gitanos lo aceptaron y le pusieron de nombre clemente, y se acostumbro tanto a el lugar que se siente como en su casa y se hizo muy amigo de Andrés, Porque nunca había hablado con preciosa.

Pero cierto día Andares y Clemente tenían unos asuntos que resolver en un pueblo cerca de Murcia y se alojaron en la casa de una viuda rica, que tenia una hija de 18años, a la que le decían: "Juana La Carducha", que se enamoro de Andrés tan fuerte, que ella se le declaro con palabras muy emocionadas y excitantes, pero Andrés se resistió. y le dijo que el estaba comprometido ya con una gitana y el, como gitano, solo se podía casar con una gitana, y ella le dijo que se volvería gitana si era necesario. Pero Andrés aun así se negó, pero la Carducha siguió insistiendo hasta que Andrés la tiro al piso. La Carducha molesta amenazo a Andrés y el no le respondió porque unas gitanas estaban cerca. Pero Andrés vio que La Carducha no se iba a rendir tan facilmente, Andrés pidió que partiesen al amanecer. Y así fue, estaba amaneciendo y todos preparaban sus maletas para el viaje, pero de repente apareció la Carducha gritando que los gitanos le Habían robado, y llego el alcalde con las autoridades y reclamaron. La Carducha pidió que revisaran las maletas, y en una de ellas encontraron algo de joyería, que La Carducha aseguro eran suyas. Y sin previo aviso se les acerco a los gitanos un soldado que era sobrino del alcalde e insulto a Andrés y el recordando que no era gitano sio un caballero le quita su espada y se la atraviesa dándole muerte inmediata. Y el alcalde desesperado manda a que capturen a todos los gitanos presentes. Un grupo de gitanos huyeron y entre ellos el gitano Clemente.

Llevaron a los gitanos a la ciudad de Murcia donde Debian ser ejecutados como lo mandaba la ley, pero la gente no se daba cuenta de los gitanos, sino que mas comentaba la hermosura de Preciosa, y estos comentarios llegaron a la corregidora le pidió a su esposo el corregidor que le consiguiera una sesión privada con la gitana de gran belleza. Y la llevaron junto con su abuela a la casa de la corregidora. Ella pregunto cuantos años tenia y la abuela le respondió, nadie sabia porque se lamentaba la corregidora, hasta que empezó a llorar y le baño en lágrimas las manos de Preciosa, en eso llega el corregidor y ve la escena y Preciosa le manifiesta que Andrés no era culpable, y si se le acusaba de gitano que le dieran la pena a ella, que por ella se había vuelto gitano, mientras que la abuela estaba muy pensativa. Y de un momento a otro dijo que la esperaran un rato que iba a hacer que pare todo el llanto que se estaba derramando. Salio y pronto regreso con un cofre y le pidió al corregidor una sesión privada en otra habitación, el accedió. La gitana vieja se arrodillo y le dijo al corregidor que debía perdonarla por un grave crimen que cometió hace tiempo y le enseño unas joyas que tenia preciosa de pequeña. Le pregunto si las reconocen y la corregidora pregunto como se llama la niña propietaria de ellas. La gitana le dio un papel con el nombre de la niña, que leyó el corregidor. La niña se llamaba Doña Constanza de Acevedes y Menes. Los corregidores reconcomieron las joyas y resulto que Preciosa era hija de los corregidores. Ellos aceptaron el matrimonio que se el había propuesto cuando se enteraron de que Andrés era un caballero. Los padres de preciosa le pagaron al alcalde 2000 ducados para que perdone a Don Juan, el mando por averiguar por clemente, teniendo respuesta muy pronto, se había ido de viaje a Génova. La Carducha confeso que las joyas encontradas en las maletas de Andrés ella misma las había puesto. El día de la boda todo el pueblo estaba presente y hasta se escribieron poemas sobre la historia de la pareja de gitanos que resulto ser una pareja heredera de dos grandes familias.
A continuacion un fragmento de "La Gitanilla" :
Señales iban dando de no acabar tan presto el libre y el cautivo, si no sonara a sus espaldas la voz de Preciosa, que las suyas había escuchado. Suspendiólos el oírla, y, sin moverse, prestándola maravillosa atención, la escucharon. Ella (o no sé si de improviso, o si en algún tiempo los versos que cantaba le compusieron), con estremada gracia, como si para responderles fueran hechos, cantó los siguientes:
-En esta empresa amorosa,donde el amor entretengo,por mayor ventura tengoser honesta que hermosa.La que es más humilde planta,si la subida endereza,por gracia o naturalezaa los cielos se levanta.En este mi bajo cobre,siendo honestidad su esmalte,no hay buen deseo que falteni riqueza que no sobre.No me causa alguna penano quererme o no estimarme;que yo pienso fabricarmemi suerte y ventura buena.Haga yo lo que en mí es,que a ser buena me encamine,y haga el cielo y determinelo que quisiere después.Quiero ver si la bellezatiene tal prerrogativa,que me encumbre tan arriba,que aspire a mayor alteza.Si las almas son iguales,podrá la de un labradorigualarse por valorcon las que son imperiales.De la mía lo que sientome sube al grado mayor,porque majestad y amorno tienen un mismo asiento.
Aquí dio fin Preciosa a su canto, y Andrés y Clemente se levantaron a recebilla. Pasaron entre los tres discretas razones, y Preciosa descubrió en las suyas su discreción, su honestidad y su agudeza, de tal manera que en Clemente halló disculpa la intención de Andrés, que aún hasta entonces no la había hallado, juzgando más a mocedad que a cordura su arrojada determinación.
Aquella mañana se levantó el aduar y se fueron a alojar en un lugar de la jurisdición de Murcia, tres leguas de la ciudad, donde le sucedió a Andrés una desgracia que le puso en punto de perder la vida. Y fue que, después de haber dado en aquel lugar algunos vasos y prendas de plata en fianzas, como tenían de costumbre, Preciosa y su abuela y Cristina, con otras dos gitanillas y los dos, Clemente y Andrés, se alojaron en un mesón de una viuda rica, la cual tenía una hija de edad de diez y siete o diez y ocho años, algo más desenvuelta que hermosa; y, por más señas, se llamaba Juana Carducha. Ésta, habiendo visto bailar a las gitanas y gitanos, la tomó el diablo, y se enamoró de Andrés tan fuertemente que propuso de decírselo y tomarle por marido, si él quisiese, aunque a todos sus parientes les pesase; y así, buscó coyuntura para decírselo, y hallóla en un corral donde Andrés había entrado a requerir dos pollinos. Llegóse a él, y con priesa, por no ser vista, le dijo:
-Andrés -que ya sabía su nombre-, yo soy doncella y rica; que mi madre no tiene otro hijo sino a mí, y este mesón es suyo; y amén desto tiene muchos majuelos y otros dos pares de casas. Hasme parecido bien: si me quieres por esposa, a ti está; respóndeme presto, y si eres discreto, quédate y verás qué vida nos damos.
Admirado quedó Andrés de la resolución de la Carducha, y con la presteza que ella pedía le respondió:
-Señora doncella, yo estoy apalabrado para casarme, y los gitanos no nos casamos sino con gitanas; guárdela Dios por la merced que me quería hacer, de quien yo no soy digno.
No estuvo en dos dedos de caerse muerta la Carducha con la aceda respuesta de Andrés, a quien replicara si no viera que entraban en el corral otras gitanas. Salióse corrida y asendereada, y de buena gana se vengara si pudiera. Andrés, como discreto, determinó de poner tierra en medio y desviarse de aquella ocasión que el diablo le ofrecía; que bien leyó en los ojos de la Carducha que sin los lazos matrimoniales se le entregara a toda su voluntad, y no quiso verse pie a pie y solo en aquella estacada; y así, pidió a todos los gitanos que aquella noche se partiesen de aquel lugar. Ellos, que siempre le obedecían, lo pusieron luego por obra, y, cobrando sus fianzas aquella tarde, se fueron.
La Carducha, que vio que en irse Andrés se le iba la mitad de su alma, y que no le quedaba tiempo para solicitar el cumplimiento de sus deseos, ordenó de hacer quedar a Andrés por fuerza, ya que de grado no podía. Y así, con la industria, sagacidad y secreto que su mal intento le enseñó, puso entre las alhajas de Andrés, que ella conoció por suyas, unos ricos corales y dos patenas de plata, con otros brincos suyos; y, apenas habían salido del mesón, cuando dio voces, diciendo que aquellos gitanos le llevaban robadas sus joyas, a cuyas voces acudió la justicia y toda la gente del pueblo.
Los gitanos hicieron alto, y todos juraban que ninguna cosa llevaban hurtada, y que ellos harían patentes todos los sacos y repuestos de su aduar. Desto se congojó mucho la gitana vieja, temiendo que en aquel escrutinio no se manifestasen los dijes de la Preciosa y los vestidos de Andrés, que ella con gran cuidado y recato guardaba; pero la buena de la Carducha lo remedió con mucha brevedad todo, porque al segundo envoltorio que miraron dijo que preguntasen cuál era el de aquel gitano gran bailador, que ella le había visto entrar en su aposento dos veces, y que podría ser que aquél las llevase. Entendió Andrés que por él lo decía y, riéndose, dijo:
-Señora doncella, ésta es mi recámara y éste es mi pollino; si vos halláredes en ella ni en él lo que os falta, yo os lo pagaré con las setenas, fuera de sujetarme al castigo que la ley da a los ladrones.
Acudieron luego los ministros de la justicia a desvalijar el pollino, y a pocas vueltas dieron con el hurto, de que quedó tan espantado Andrés y tan absorto, que no pareció sino estatua, sin voz, de piedra dura.
-¿No sospeché yo bien? -dijo a esta sazón la Carducha-. ¡Mirad con qué buena cara se encubre un ladrón tan grande!
El alcalde, que estaba presente, comenzó a decir mil injurias a Andrés y a todos los gitanos, llamándolos de públicos ladrones y salteadores de caminos. A todo callaba Andrés, suspenso e imaginativo, y no acababa de caer en la traición de la Carducha. En esto se llegó a él un soldado bizarro, sobrino del alcalde, diciendo:
-¿No veis cuál se ha quedado el gitanico podrido de hurtar? Apostaré yo que hace melindres y que niega el hurto, con habérsele cogido en las manos; que bien haya quien no os echa en galeras a todos. ¡Mirad si estuviera mejor este bellaco en ellas, sirviendo a su Majestad, que no andarse bailando de lugar en lugar y hurtando de venta en monte! A fe de soldado, que estoy por darle una bofetada que le derribe a mis pies.
Y, diciendo esto, sin más ni más, alzó la mano y le dio un bofetón tal, que le hizo volver de su embelesamiento, y le hizo acordar que no era Andrés Caballero, sino don Juan, y caballero; y, arremetiendo al soldado con mucha presteza y más cólera, le arrancó su misma espada de la vaina y se la envainó en el cuerpo, dando con él muerto en tierra.
Aquí fue el gritar del pueblo, aquí el amohinarse el tío alcalde, aquí el desmayarse Preciosa y el turbarse Andrés de verla desmayada; aquí el acudir todos a las armas y dar tras el homicida. Creció la confusión, creció la grita, y, por acudir Andrés al desmayo de Preciosa, dejó de acudir a su defensa; y quiso la suerte que Clemente no se hallase al desastrado suceso, que con los bagajes había ya salido del pueblo. Finalmente, tantos cargaron sobre Andrés, que le prendieron y le aherrojaron con dos muy gruesas cadenas. Bien quisiera el alcalde ahorcarle luego, si estuviera en su mano, pero hubo de remitirle a Murcia, por ser de su jurisdición. No le llevaron hasta otro día, y en el que allí estuvo, pasó Andrés muchos martirios y vituperios que el indignado alcalde y sus ministros y todos los del lugar le hicieron. Prendió el alcalde todos los más gitanos y gitanas que pudo, porque los más huyeron, y entre ellos Clemente, que temió ser cogido y descubierto.
Finalmente, con la sumaria del caso y con una gran cáfila de gitanos, entraron el alcalde y sus ministros con otra mucha gente armada en Murcia, entre los cuales iba Preciosa, y el pobre Andrés, ceñido de cadenas, sobre un macho y con esposas y piedeamigo. Salió toda Murcia a ver los presos, que ya se tenía noticia de la muerte del soldado. Pero la hermosura de Preciosa aquel día fue tanta, que ninguno la miraba que no la bendecía, y llegó la nueva de su belleza a los oídos de la señora corregidora, que por curiosidad de verla hizo que el corregidor, su marido, mandase que aquella gitanica no entrase en la cárcel, y todos los demás sí. Y a Andrés le pusieron en un estrecho calabozo, cuya escuridad, y la falta de la luz de Preciosa, le trataron de manera que bien pensó no salir de allí sino para la sepultura. Llevaron a Preciosa con su abuela a que la corregidora la viese, y, así como la vio, dijo:
-Con razón la alaban de hermosa.
Y, llegándola a sí, la abrazó tiernamente, y no se hartaba de mirarla, y preguntó a su abuela que qué edad tendría aquella niña.
-Quince años -respondió la gitana-, dos meses más a menos.
-Esos tuviera agora la desdichada de mi Costanza. ¡Ay, amigas, que esta niña me ha renovado mi desventura! -dijo la corregidora.
Tomó en esto Preciosa las manos de la corregidora, y, besándoselas muchas veces, se las bañaba con lágrimas y le decía:
-Señora mía, el gitano que está preso no tiene culpa, porque fue provocado: llamáronle ladrón, y no lo es; diéronle un bofetón en su rostro, que es tal que en él se descubre la bondad de su ánimo. Por Dios y por quien vos sois, señora, que le hagáis guardar su justicia, y que el señor corregidor no se dé priesa a ejecutar en él el castigo con que las leyes le amenazan; y si algún agrado os ha dado mi hermosura, entretenedla con entretener el preso, porque en el fin de su vida está el de la mía. Él ha de ser mi esposo, y justos y honestos impedimentos han estorbado que aun hasta ahora no nos habemos dado las manos. Si dineros fueren menester para alcanzar perdón de la parte, todo nuestro aduar se venderá en pública almoneda, y se dará aún más de lo que pidieren. Señora mía, si sabéis qué es amor, y algún tiempo le tuvistes, y ahora le tenéis a vuestro esposo, doleos de mí, que amo tierna y honestamente al mío.
En todo el tiempo que esto decía, nunca la dejó las manos, ni apartó los ojos de mirarla atentísimamente, derramando amargas y piadosas lágrimas en mucha abundancia. Asimismo, la corregidora la tenía a ella asida de las suyas, mirándola ni más ni menos, con no menor ahínco y con no más pocas lágrimas. Estando en esto, entró el corregidor, y, hallando a su mujer y a Preciosa tan llorosas y tan encadenadas, quedó suspenso, así de su llanto como de la hermosura. Preguntó la causa de aquel sentimiento, y la respuesta que dio Preciosa fue soltar las manos de la corregidora y asirse de los pies del corregidor, diciéndole:
-¡Señor, misericordia, misericordia! ¡Si mi esposo muere, yo soy muerta! Él no tiene culpa; pero si la tiene, déseme a mí la pena, y si esto no puede ser, a lo menos entreténgase el pleito en tanto que se procuran y buscan los medios posibles para su remedio; que podrá ser que al que no pecó de malicia le enviase el cielo la salud de gracia.
Con nueva suspensión quedó el corregidor de oír las discretas razones de la gitanilla, y que ya, si no fuera por no dar indicios de flaqueza, le acompañara en sus lágrimas.
En tanto que esto pasaba, estaba la gitana vieja considerando grandes, muchas y diversas cosas; y, al cabo de toda esta suspensión y imaginación, dijo:
-Espérenme vuesas mercedes, señores míos, un poco, que yo haré que estos llantos se conviertan en risa, aunque a mí me cueste la vida.
Y así, con ligero paso, se salió de donde estaba, dejando a los presentes confusos con lo que dicho había. En tanto, pues, que ella volvía, nunca dejó Preciosa las lágrimas ni los ruegos de que se entretuviese la causa de su esposo, con intención de avisar a su padre que viniese a entender en ella. Volvió la gitana con un pequeño cofre debajo del brazo, y dijo al corregidor que con su mujer y ella se entrasen en un aposento, que tenía grandes cosas que decirles en secreto. El corregidor, creyendo que algunos hurtos de los gitanos quería descubrirle, por tenerle propicio en el pleito del preso, al momento se retiró con ella y con su mujer en su recámara, adonde la gitana, hincándose de rodillas ante los dos, les dijo:
-Si las buenas nuevas que os quiero dar, señores, no merecieren alcanzar en albricias el perdón de un gran pecado mío, aquí estoy para recebir el castigo que quisiéredes darme; pero antes que le confiese quiero que me digáis, señores, primero, si conocéis estas joyas.
Y, descubriendo un cofrecico donde venían las de Preciosa, se le puso en las manos al corregidor, y, en abriéndole, vio aquellos dijes pueriles; pero no cayó en lo que podían significar. Mirólos también la corregidora, pero tampoco dio en la cuenta; sólo dijo:
-Estos son adornos de alguna pequeña criatura.
-Así es la verdad -dijo la gitana-; y de qué criatura sean lo dice ese escrito que está en ese papel doblado.
Abrióle con priesa el corregidor y leyó que decía:
Llamábase la niña doña Constanza de Azevedo y de Meneses; su madre, doña Guiomar de Meneses, y su padre, don Fernando de Azevedo, caballero del hábito de Calatrava. Desparecíla día de la Ascensión del Señor, a las ocho de la mañana, del año de mil y quinientos y noventa y cinco. Traía la niña puestos estos brincos que en este cofre están guardados.
Apenas hubo oído la corregidora las razones del papel, cuando reconoció los brincos, se los puso a la boca, y, dándoles infinitos besos, se cayó desmayada. Acudió el corregidor a ella, antes que a preguntar a la gitana por su hija, y, habiendo vuelto en sí, dijo:
-Mujer buena, antes ángel que gitana, ¿adónde está el dueño, digo la criatura cuyos eran estos dijes?
-¿Adónde, señora? -respondió la gitana-. En vuestra casa la tenéis: aquella gitanica que os sacó las lágrimas de los ojos es su dueño, y es sin duda alguna vuestra hija; que yo la hurté en Madrid de vuestra casa el día y hora que ese papel dice.
Oyendo esto la turbada señora, soltó los chapines, y desalada y corriendo salió a la sala adonde había dejado a Preciosa, y hallóla rodeada de sus doncellas y criadas, todavía llorando. Arremetió a ella, y, sin decirle nada, con gran priesa le desabrochó el pecho y miró si tenía debajo de la teta izquierda una señal pequeña, a modo de lunar blanco, con que había nacido, y hallóle ya grande, que con el tiempo se había dilatado. Luego, con la misma celeridad, la descalzó, y descubrió un pie de nieve y de marfil, hecho a torno, y vio en él lo que buscaba, que era que los dos dedos últimos del pie derecho se trababan el uno con el otro por medio con un poquito de carne, la cual, cuando niña, nunca se la habían querido cortar por no darle pesadumbre. El pecho, los dedos, los brincos, el día señalado del hurto, la confesión de la gitana y el sobresalto y alegría que habían recebido sus padres cuando la vieron, con toda verdad confirmaron en el alma de la corregidora ser Preciosa su hija. Y así, cogiéndola en sus brazos, se volvió con ella adonde el corregidor y la gitana estaban.
Iba Preciosa confusa, que no sabía a qué efeto se habían hecho con ella aquellas diligencias; y más, viéndose llevar en brazos de la corregidora, y que le daba de un beso hasta ciento. Llegó, en fin, con la preciosa carga doña Guiomar a la presencia de su marido, y, trasladándola de sus brazos a los del corregidor, le dijo:
-Recebid, señor, a vuestra hija Costanza, que ésta es sin duda; no lo dudéis, señor, en ningún modo, que la señal de los dedos juntos y la del pecho he visto; y más, que a mí me lo está diciendo el alma desde el instante que mis ojos la vieron.
-No lo dudo -respondió el corregidor, teniendo en sus brazos a Preciosa-, que los mismos efetos han pasado por la mía que por la vuestra; y más, que tantas puntualidades juntas, ¿cómo podían suceder, si no fuera por milagro?
Toda la gente de casa andaba absorta, preguntando unos a otros qué sería aquello, y todos daban bien lejos del blanco; que, ¿quién había de imaginar que la gitanilla era hija de sus señores? El corregidor dijo a su mujer y a su hija, y a la gitana vieja, que aquel caso estuviese secreto hasta que él le descubriese; y asimismo dijo a la vieja que él la perdonaba el agravio que le había hecho en hurtarle el alma, pues la recompensa de habérsela vuelto mayores albricias recebía; y que sólo le pesaba de que, sabiendo ella la calidad de Preciosa, la hubiese desposado con un gitano, y más con un ladrón y homicida.
-¡Ay! -dijo a esto Preciosa-, señor mío, que ni es gitano ni ladrón, puesto que es matador; pero fuelo del que le quitó la honra, y no pudo hacer menos de mostrar quién era y matarle.
-¿Cómo que no es gitano, hija mía? -dijo doña Guiomar.
Entonces la gitana vieja contó brevemente la historia de Andrés Caballero, y que era hijo de don Francisco de Cárcamo, caballero del hábito de Santiago, y que se llamaba don Juan de Cárcamo; asimismo del mismo hábito, cuyos vestidos ella tenía, cuando los mudó en los de gitano. Contó también el concierto que entre Preciosa y don Juan estaba hecho, de aguardar dos años de aprobación para desposarse o no. Puso en su punto la honestidad de entrambos y la agradable condición de don Juan.
Tanto se admiraron desto como del hallazgo de su hija, y mandó el corregidor a la gitana que fuese por los vestidos de don Juan. Ella lo hizo ansí, y volvió con otro gitano, que los trujo.
En tanto que ella iba y volvía, hicieron sus padres a Preciosa cien mil preguntas, a quien respondió con tanta discreción y gracia que, aunque no la hubieran reconocido por hija, los enamorara. Preguntáronla si tenía alguna afición a don Juan. Respondió que no más de aquella que le obligaba a ser agradecida a quien se había querido humillar a ser gitano por ella; pero que ya no se estendería a más el agradecimiento de aquello que sus señores padres quisiesen.
-Calla, hija Preciosa -dijo su padre-, que este nombre de Preciosa quiero que se te quede, en memoria de tu pérdida y de tu hallazgo; que yo, como tu padre, tomo a cargo el ponerte en estado que no desdiga de quién eres.
Suspiró oyendo esto Preciosa, y su madre (como era discreta, entendió que suspiraba de enamorada de don Juan) dijo a su marido:
-Señor, siendo tan principal don Juan de Cárcamo como lo es, y queriendo tanto a nuestra hija, no nos estaría mal dársela por esposa.
Y él respondió:
-Aun hoy la habemos hallado, ¿y ya queréis que la perdamos? Gocémosla algún tiempo; que, en casándola, no será nuestra, sino de su marido.
-Razón tenéis, señor -respondió ella-, pero dad orden de sacar a don Juan, que debe de estar en algún calabozo.
-Sí estará -dijo Preciosa-; que a un ladrón, matador y, sobre todo, gitano, no le habrán dado mejor estancia.
-Yo quiero ir a verle, como que le voy a tomar la confesión -res-pondió el corregidor-, y de nuevo os encargo, señora, que nadie sepa esta historia hasta que yo lo quiera.
Y, abrazando a Preciosa, fue luego a la cárcel y entró en el calabozo donde don Juan estaba, y no quiso que nadie entrase con él. Hallóle con entrambos pies en un cepo y con las esposas a las manos, y que aún no le habían quitado el piedeamigo. Era la estancia escura, pero hizo que por arriba abriesen una lumbrera, por donde entraba luz, aunque muy escasa; y, así como le vio, le dijo:
-¿Cómo está la buena pieza? ¡Que así tuviera yo atraillados cuantos gitanos hay en España, para acabar con ellos en un día, como Nerón quisiera con Roma, sin dar más de un golpe! Sabed, ladrón puntoso, que yo soy el corregidor desta ciudad, y vengo a saber, de mí a vos, si es verdad que es vuestra esposa una gitanilla que viene con vosotros.
Oyendo esto Andrés, imaginó que el corregidor se debía de haber enamorado de Preciosa; que los celos son de cuerpos sutiles y se entran por otros cuerpos sin romperlos, apartarlos ni dividirlos; pero, con todo esto, respondió:
-Si ella ha dicho que yo soy su esposo, es mucha verdad; y si ha dicho que no lo soy, también ha dicho verdad, porque no es posible que Preciosa diga mentira.
-¿Tan verdadera es? -respondió el corregidor-. No es poco serlo, para ser gitana. Ahora bien, mancebo, ella ha dicho que es vuestra esposa, pero que nunca os ha dado la mano. Ha sabido que, según es vuestra culpa, habéis de morir por ella; y hame pedido que antes de vuestra muerte la despose con vos, porque se quiere honrar con quedar viuda de un tan gran ladrón como vos.
-Pues hágalo vuesa merced, señor corregidor, como ella lo suplica; que, como yo me despose con ella, iré contento a la otra vida, como parta désta con nombre de ser suyo.
-¡Mucho la debéis de querer! -dijo el corregidor.
-Tanto -respondió el preso-, que, a poderlo decir, no fuera nada. En efeto, señor corregidor, mi causa se concluya: yo maté al que me quiso quitar la honra; yo adoro a esa gitana, moriré contento si muero en su gracia, y sé que no nos ha de faltar la de Dios, pues entrambos habremos guardado honestamente y con puntualidad lo que nos prometimos.
-Pues esta noche enviaré por vos -dijo el corregidor-, y en mi casa os desposaréis con Preciosica, y mañana a mediodía estaréis en la horca, con lo que yo habré cumplido con lo que pide la justicia y con el deseo de entrambos.
Agradecióselo Andrés, y el corregidor volvió a su casa y dio cuenta a su mujer de lo que con don Juan había pasado, y de otras cosas que pensaba hacer.
En el tiempo que él faltó dio cuenta Preciosa a su madre de todo el discurso de su vida, y de cómo siempre había creído ser gitana y ser nieta de aquella vieja; pero que siempre se había estimado en mucho más de lo que de ser gitana se esperaba. Preguntóle su madre que le dijese la verdad: si quería bien a don Juan de Cárcamo. Ella, con vergüenza y con los ojos en el suelo, le dijo que por haberse considerado gitana, y que mejoraba su suerte con casarse con un caballero de hábito y tan principal como don Juan de Cárcamo, y por haber visto por experiencia su buena condición y honesto trato, alguna vez le había mirado con ojos aficionados; pero que, en resolución, ya había dicho que no tenía otra voluntad de aquella que ellos quisiesen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario