viernes, 13 de marzo de 2009

Veinte mil leguas de Viaje Submarino (Vingt mille lieues sous les mers)


Publicada en 1871 en "La Tienda de Educación y Recreación" (Magasin d’Education et de Récréation). La obra empieza con una serie de accidentes misteriosos que le ocurren a barcos que se creen son por culpa un monstruo marino, todos los centros de investigación marina, se dedican exclusivamente a estudiar los accidentes que le ocurrieron a los barcos atacados.


El profesor Pierre Aronax, del instituto de ciencias oceanográficas de parís, que estaba como suplente del profesor de ciencias naturales, en el instituto de estudios marinos en Nebraska, se mantenía al tanto de los acontecimientos ocurridos en los mares durante ese tiempo. El profesor estaba esperando una embarcación que iba a salir a Francia, en la cual iba a regresar a su país pero se pospuso por los recientes y muy seguidos ataques a los barcos. unos días después de haberle dado la mala noticia le llego una carta en la cual le invitaban a embarcarse en el "Abraham Lincoln" para explorar los mares en los cuales se dieron los ataques a los barcos, y si los acompañaba lo iban a dejar en Francia.
El profesor sin otra opción acepto la propuesta y se embarco en el "Abraham Lincoln" junto con su criado Conseil, en el barco conocieron al arponero Ned Land, al capitán Farragut y a la tripulación del barco. pasaron los días y no había señal alguna de el monstruo de las profundidades. pero cuando estaban a puto de darse por vencido y dejar al profesor Aronax en Francia (tal como lo prometieron), el barco fue atacado misteriosamente y se hunde , el profesor salta al mar seguido de conseil, su criado.
Horas mas tarde encuentran una estructura de metal en la cual s refugian en la parte superior. de instantes mas tarde aparece el arponero Ned Land. Y horas mas tarde un grupo de personas misteriosas salen de la estructura de metal y se los llevan consigo adentro del misteriosos objeto. Los encierran en un calabozo completamente oscuro (pero lo extraño es que les daban comida y agua durante su encierro). Después de dos días de cautiverio se abrió una puerta en el fondo del calabozo de la cual salieron las personas que lo encerraron junto con un hombre mas. el hombre nuevo y desconocido se presento como "el capitán Nemo" capitán del "Nautilus" e la cual el los había acogido con mucho gusto en su "embarcación". Les hizo ingresar, les dio ropas nuevas y los invito a comer.
Después de haber probado las comidas que el mar les daba, el capitán Nemo, invito al profesor Aronax a revisar los planos y las estructuras del "Nautilus" y la verdad es que el profesor se quedo sorprendido con todos los conocimientos de ingeniería que tenia el capitán, para elaborar esa gran estructura marina que era el "Nautilus".
Después se encontró con sus dos compañeros, pasaron algunos días y estuvieron navegando debajo de los mares del atlántico, pasando por las costas de África occidental. Cierto día los tres pasajeros del "Nautilus" se encontraron en una habitación en la cual se cerro un puerta y se pagaron las luces y de un momento a otro se abrió una compuerta en un lado de la pared, se ilumino la habitación, los tres compañeros se sorprendieron al ver, a través de un vidrio a varía especies de peces. Ned land empezó reclasificarlos por su nombre, pero conseil que estaba mas informado sobre ese tema le dio la contra y empezaron un debate. Instantes después entro el capitán Nemo y los acompaño en el debate y le dio la razón a conseil.
Y así paso el tiempo y un día muy oscuro, el capitán Nemo llamo al Profesor Aronax a su habitación en la cual se hallaba un hombre tendido en una cama, se veía muy enfermo, el capitán Nemo le dijo que lo examinara y así lo hizo el profesor, al cabo de unos segundos el dijo esta enfermo de muerte. El capitán Nemo le dio las gracias y le dijo que se retirara, horas mas tarde el capitán invita al profesor a salir, el acepta y lo acompaña. vio como en un bosque de coral enterraban a el cuerpo del hombre enfermo (que ya había muerto).
Después de ese acontecimiento se fueron a los mares del pacifico; y un día chocaron con una masa de tierra en la cual se atoro el "Nautilus". El capitán dijo que iban a esperar la marea de la noche aumentara para que puedan salir. Los tres tripulantes, pidieron permiso del capitán para que salgan a tierra. El capitán autorizo la salida y los tres amigos fueron a la isla que estaba cerca de donde había encallado el "Nautilus". Ned Land estaba muy feliz de haber pisado tierra después de mucho tiempo, empezó a explorar la isla y saco varios tipos de fruta de los arboles, cuando de un momento para otro salieron de la nada un grupo de canibales. Ned Land busco a sus amigos y los llevo consigo al bote (junto con toda la fruta que había conseguido).


En cuanto llegaron al "Nautilus" le avisaron a el capitán Nemo de los caníbales, y le hizo ingresar. En cuanto los caníbales pisaron el "nautilus" el capitán activo una palanca y empezó a pasar electricidad por los exteriores del "Nautilus". Los caníbales huyeron. Desde ese incidente pasaron dos semanas, el "Nautilus" salio de ese banco de tierra en el que estaba atorado.


Pero cierto día y de la nada salieron los asistentes del capitán Nemo y cogieron por la fuerza a el profesor Aronax y a sus acompañantes (en el mismo lugar en el que los había encerrado antes de darles la bienvenida. Después de eso los tres amigos escucharon gritos de desesperacion. Los tornillos que sujetaban todas las barras de acero saltaron al aire, y de un momento a otro los tres viajeros perdieron la conciencia. Despertaron en alguna parte de un mar de Noruega o Escocia.
A continuación un capitulo completo de "veinte mil leguas de viaje submarino":


"Algunas Cifras":


Unos minutos después estábamos sentados en un diván del salón, con un cigarro en los labios. El capitán extendió un dibujo ante mi vista, que traía los planos y los cortes transversal y longitudinal del Nautilus. Luego dio comienzo a su disertación en estos términos:
-Aquí tiene usted, señor Aronnax, las dimensiones de la nave en que se halla. Es un cilindro muy alargado, de extremidades cónicas. Presenta una forma muy parecida a la de un cigarro, forma ya adoptada en Londres para varias construcciones del mismo genero. La longitud del cilindro, de extremo a extremo, es exactamente de setenta metros y su bao mide ocho metros.


No ha sido construido en la escala que se usa para los barcos de gran marcha, pero tiene líneas suficientemente largas y deslizamiento bastante prolongado como para desalojar con facilidad el agua, sin que oponga obstáculos a su avance. Con ambas dimensiones le será fácil calcular la superficie y el volumen del Nautilus. La superficie abarca mil once metros y cuarenta
y cinco centímetros cuadrados; el volumen mil quinientos metros y dos decímetros cúbicos, lo que equivale a decir que cuando se sumerge enteramente desplaza o pesa mil quinientos metros cúbicos o toneladas. Cuando tracé los planos de esta embarcación destinada a navegar bajo la superficie de los mares, quise que mientras estuviera a flote se hundiese en sus nueve décimas partes y emergiera solamente un décimo. Por consecuencia, en tales condiciones no debía desplazar sino los nueve décimos de su volumen, o sea, mil trescientos cincuenta y seis
metros y cuarenta y ocho centímetros cúbicos, por lo tanto, que no pesara más que ese número de toneladas. Hube, pues, de cuidar que no sobrepasase dicho peso al construirlo con las dimensiones indicadas.


El Nautilus, posee dos cascos, uno interior, otro exterior, unidos entre sí por hierros en forma de T que le dan una velocidad extremada. En efecto, merced a, tal disposición celular, resiste como un bloque, lo mismo que si fuera macizo. Su armazón no puede ceder, adhiere por sí misma, no por el ajuste de los remaches, y la homogeneidad de su construcción debida a la perfecta ensambladura de los materiales le permite desafiar los más violentos embates del mar.


Ambos cascos han sido fabricados con acero laminado, cuya densidad en relación con el agua es de siete a ocho décimos. El primero no tiene menos de cinco centímetros de espesor y pesa trescientas noventa y cuatro toneladas y noventa y seis centésimos. El segundo, que forma la quilla, de cincuenta centímetros de alto y veinticinco de ancho, pesa sólo ella sesenta y dos toneladas, que añadidas a las novecientas sesenta y una toneladas que pesan la máquina, el lastre, los diversos accesorios e instalaciones, más las trescientas noventa y cuatro toneladas y noventa y seis centésimos del casco primero, dan el total buscado de mil trescientas cincuenta y seis toneladas y cuarenta y ocho centésimos. ¿De acuerdo?


-De acuerdo, respondí yo.


-Así, pues, prosiguió el capitán, cuando el Nautilus se encuentra a flote en tales condiciones, emerge en su décima parte. Ahora bien, si tengo dispuestos unos depósitos de capacidad igual a esa décima parte, o sea, capaces de contener ciento cincuenta toneladas y setenta y dos centésimos, y los lleno de agua, como la nave desplaza entonces mil quinientas siete toneladas, o sea el mismo peso, quedará totalmente sumergido. Eso es lo que ocurre, señor profesor. Los depósitos existen en la parte inferior de los costados del Nautilus. Abro unos grifos, se llenan y la nave al hundirse viene a aflorar la superficie del agua.


-Bien, capitán. Aquí llegamos a la verdadera dificultad. Que usted logre colocarse a flor de la superficie del océano, lo comprendo. Pero más abajo, al hundirse, ¿no encontrará su aparato submarino una presión, y por consecuencia un empuje de abajo arriba que debe calcularse en una atmósfera por cada treinta pies de agua, esto es, más o menos un kilogramo por centímetro cuadrado?


-Exactamente, señor.


-De manera que a menos que llene usted por dentro al Nautilus, no veo cómo puede llevarlo al seno de las masas líquidas.


Señor profesor, respondió el capitán Nemo, no hay que confundir la estática con la dinámica, para no exponerse a cometer graves errores. Cuesta muy poco trabajo llegar a las profundidades del océano, porque las materias suspendidas en un líquido tienden a "sedimentarse". Siga usted mi razonamiento.


-Lo escucho, capitán.


-Cuando tuve que determinar el aumento de peso que debía darle al Nautilus para que se sumergiera, sólo tenía que preocuparme por la reducción del volumen que el agua de mar experimenta cuando las capas van siendo cada vez más profundas.


-Es evidente, dije.


-Por lo tanto, si bien el agua no es completamente incompresible, por lo menos es muy poco compresible. En efecto, según los más recientes cálculos, la reducción no es sino de cuatrocientas treinta y seis diezmillonésimas por atmósfera, o sea, por cada treinta pies de profundidad. Si se trata de bajar a los mil metros, tomo en cuenta, entonces, la reducción de volumen bajo la presión equivalente a la de una columna de agua de mil metros, es decir, una presión de cien atmósferas. Tal reducción será, pues, de cuatrocientos treinta y seis cienmilésimos. Me será necesario entonces aumentar el peso hasta mil quinientas trece toneladas setenta y siete centésimos en lugar de las mil quinientas siete toneladas y dos décimos. El aumento no será, en
consecuencia, sino de seis toneladas cincuenta y siete centésimos.


-¿Solamente?


-Nada más, señor Aronnax, y es cálculo fácilmente verificable. Y como cuento con depósitos suplementarios con capacidad de cien toneladas, puedo descender a profundidades considerables. Cuando quiero volver a flor de agua me basta con desalojar el líquido y vaciar totalmente los depósitos si quiero que el Nautilus emerja en la décima parte de su capacidad.
Ante tales razonamientos apoyados en números, no tenía yo nada que objetar.


-Admito la exactitud de sus cálculos, capitán, le dije, y sería ocioso rebatirlos, puesto que la experiencia los confirma todos los días. Pero presiento ahora una dificultad real.


-¿Cuál es ella, señor?
-Cuando se halla usted a mil metros de profundidad, las paredes del Nautilus soportan una presión de cien atmósferas, de modo que si en ese momento quiere usted vaciar los depósitos suplementarios para aliviar la nave y subir a la superficie, será menester que las bombas venzan esa presión de cien atmósferas que equivalen a cien kilogramos por centímetro cuadrado... De ahí la necesidad de una fuerza...
-Que solamente la electricidad podía darme, se apresuró a contestar el capitán Nemo. Le repito, señor, que la potencia dinámica de mis máquinas es casi infinita. Las bombas del Nautilus poseen una fuerza prodigiosa y usted pudo comprobarlo cuando las columnas de agua que expelían cayeron como un torrente sobre la Abraham Lincoln. Por lo demás, yo no utilizo los depósitos suplementarios más que para alcanzar profundidades medias de mil quinientos a dos mil metros, y eso con el fin de proteger a mis aparatos. Pero cuando se me antoja visitar las profundidades del océano a dos o tres leguas por debajo de la superficie, acudo a maniobras más prolongadas, aunque no menos infalibles.
-¿Cuáles, capitán?, pregunté.
-Esto me lleva de suyo a explicarle cómo se maneja el Nautilus.


-Estoy impaciente por saberlo.
-Para gobernar esta nave a estribor o babor, para dirigirla en una palabra, siguiendo un plano horizontal, me valgo de un timón común de azafrán grande, fijo en el codaste de popa y al que mueven una rueda y unas palancas. Pero también puedo dirigir al Nautilus de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, en sentido vertical, por medio de dos planos inclinados puestos a sus costados en su centro de flotación, planos móviles, capaces de tomar cualquiera dirección y que se manejan desde adentro por medio de potentes palancas. Si los planos se mantienen paralelos con respecto a la nave, ésta se mueve horizontalmente. Si se inclinan, el Nautilus, según la inclinación y con el impulso de la hélice, se sumerge siguiendo una diagonal tan prolongada como me convenga, o sube en la dirección que le marque la diagonal. E incluso, si deseo volver más rápidamente a la superficie, embrago la hélice y la presión de las aguas hace subir en línea verticalmal submarino como se eleva en el aire un globo inflado con hidrógeno.
-¡Bravo, capitán!, exclamé. ¿Pero cómo hace el timonel para seguir a ciegas la ruta que usted le fija en me dio de las aguas?
-El timonel está en una caja vidriada que sobresale en la parte superior del casco, con paredes de cristales lenticulares.
-¿Cristales a prueba de tales presiones?
-Sin duda. El cristal que es frágil en el choque, ofrece, no obstante, una resistencia extraordinaria. En unas experiencias de pesca realizadas con luz eléctrica en 1864 en los mares del norte, se ha comprobado que placas de dicha materia con sólo siete milímetros de espesor resistían a una presión de dieciséis atmósferas, dejando pasar poderosos rayos calóricos, que repartían en ellas con desigual intensidad el calor. En cambio, los cristales que yo utilizo no tienen menos de veintiún centímetros en el centro, esto es, treinta veces el espesor de aquéllas.
-Admitido, capitán Nemo; pero, de cualquier modo, para ver es preciso que la luz disipe las tinieblas y no entiendo cómo, en medio de la oscuridad de las aguas...
-Detrás de la cabina del timonel hay un potente reflector eléctrico, cuyos rayos alumbran el mar hasta media milla de distancia.
-¡Ah, muy bien, muy bien, capitán! ¡Me explico ahora la fosforescencia del supuesto narval que tanto intrigó a los sabios! A propósito de esto, querría saber si la colisión entre el Nautilus y el Scotia, que provocó tanto ruido, ha sido el resultado de un encuentro fortuito...
-Puramente fortuito, señor. Yo navegaba a dos metros bajo la superficie cuando se produjo el choque. Por lo demás, pude comprobar que no tuvo resultados lamentables.
-Ninguno, señor. ¿Y el encontrón con la Abraham Lincoln?
-Señor profesor, lo lamento por uno de los mejores navíos de la valiente marina norteamericana, pero dado que se me atacaba, tenía que defenderme. Me limité, por otra parte, a ponerlo en condiciones tales que no pudiera añarme. ¡Poco le costará reparar las averías en el puerto más cercano!
-¡Ah, comandante - exclamé muy convencido - verdaderamente es una nave maravillosa su Nautilus!
-Sí, señor profesor, respondió con visible emoción el capitán Nemo, y lo quiero como si fuera carne de mi carne.
Una pregunta, quizás indiscreta, se imponía y no pude dejar de formularla:
-¿Es usted ingeniero, capitán Nemo?
-Sí, señor profesor, me respondió, estudié en Londres, en París y en Nueva York, en tiempos en que era un habitante de los continentes de la tierra.
-¿Y cómo logró usted construir secretamente este admirable Nautilus?


-Cada uno de los fragmentos, señor Aronnax, me fue llegando de puntos diferentes del globo con destino fingido. El casco se forjó en el Creusot, Francia; el árbol de la hélice lo fundió la casa Pen y Cía, de Londres; las planchas de acero de la quilla, Leard, de Liverpool; la hélice, Scott, de Glasgow. Los depósitos los fabricó Id empresa Cail y Cía, de París; la máquina, Krupp, de Prusia; el espolón los talleres de Motala, en Suecia; los instrumentos de precisión, Hart hermanos, de Nueva York, etc., y cada uno de esos proveedores recibió mis planos con nombres diferentes.
-Pero, observé, hubo que montar, ajustar, esos fragmentos...
-Señor profesor, yo había instalado mis talleres en un islote desierto, en pleno océano. Allí, mis obreros, es decir, mis animosos compañeros a quienes instruí y formé, y yo, hemos dado término a nuestro Nautilus. Luego, una vez concluida la operación, borró el fuego toda huella de nuestro paso por el islote, al que habría hecho saltar si lo hubiese podido.

-Entonces, es lógico pensar que el costo de esta nave llega a una cantidad exorbitante...
-Señor Aronnax, un navío de hierro cuesta mil ciento veinticinco francos por tonelada. Y el Nautilus desplaza mil quinientas. Vale entonces, un millón seiscientos ochenta y siete mil quinientos francos; con las instalaciones, dos millones, y contando las obras de arte y las colecciones que contiene, resulta unos cuatro o cinco millones.


-Permítame una última pregunta, capitán Nemo.
-Diga usted, señor profesor.
-¿Es usted, por lo tanto, muy rico?
-Infinitamente, señor. Con facilidad, podría pagar los doce mil millones que Francia adeuda. Miré con fijeza al singular personaje que me hablaba de tal manera. ¿Estaría abusando de mi credulidad? El porvenir habría de decírmelo.

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