miércoles, 27 de mayo de 2009

Miguel de Cervantes (España; Alcalá de Henares, 29/09/1547 - Madrid 22/04/1616)


Nacido en Alcalá de Henares el 29 de septiembre de 1547 y fallecido en Madrid el 22 de abril de 1616. Don Miguel de Cervantes Saavedra y Cortina, es considerado uno de los más grandes escritores de la literatura universal junto a William Shakespeare (ingles) y Dante Alighieri (Italiano). No se sabe exactamente cuando nació (se cree que fue el 29 de septiembre porque en esa fecha se celebran las fiestas al arcángel San Miguel, de ahí su nombre). Fue el primero en escribir una novela en español (El Ingeniosos Hidalgo Don Quijote de la Mancha) por lo cual es uno de los escritores mas reconocidos de la historia y el mundo. Cuando era niño tuvo que viajar por distintos lugares de España por problemas económicos y familiares. No se cree que haya tenido estudios superiores, debido a los constantes viajes y varias deudas de su familia. Lo que si se asegura es que tuvo estudios básicos,puesto que en su obra: "El coloquio de los perros" describe un colegio jesuita, que se cree es donde estudio.

En 1569 el rey Felipe II lo manda a arrestar por herir a Antonio Segura (un escritor famoso de su tiempo). Por ello hulle y llega a Italia en diciembre de ese mismo año, ahí adquiere un nuevo estilo de narración de los escritores y poetas de su época. Luego en 1571 participa en la batalla de Lepando, donde enferma pero aun así decide pelear y recibe dos arcabuzazos en el pecho y sale herido de la mano, de ahí le ponen el apodo de "Mano de Lepando". Después de seis meses de estar en el hospital de Messina se curo de la mano y se unió dos años de vida militar en Italia y regresaria a España en 1575, pero de regreso lo capturan las fuerzas enemigas. Lo liberan el 19 de septiembre de 1580 y regresa a España el 24 de Octubre del mismo año.

Entre 1581 y 1584 Cervantes sale de viaje muy seguido, los lugares mas visitados (porque había pedido trabajo en esos lugares) fueron África y La India, donde tiene un hija con a Ana Villafranca ,la cual reconoce, para luego casarse con Catalina de Salazar en 1584, cuya relación duro solamente dos años. No le permitieron el divorcio.

Sus obras mas importantes (las primeras escritas en español) son: Las Aventuras del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (la primera novela publicada en español / publicada en dos tomos, el segundo fue publicado diez años después que el primero), La Galatea y sus Novelas Ejemplares que son: La gitanilla (la mas importante de todas), El Amante Liberal, Rinconte y Cortadillo, La Española Inglesa, El Licenciado Vidriera, La Fuerza de la Sangre, El celoso Extremeño, El Ilustre Fregona, Las Dos Doncellas, La Señora Coronelía, El Casamiento Engañoso y El Coloquio de los Perros.

Cervantes pasa sus últimos años viajando constantemente (como lo hizo a lo largo de su vida) Hasta que se instalo en Madrid donde muere el 22 de Abril de 1616. La muerte de Cervantes fue la perdida mas grande de la literatura española, tanto así que pusieron las siguientes palabras en su epitafio: "Miguel de Cervantes Saavedra, que por su ultima voluntad yace en este convento de la orden trinitaria a la cual debió principalmente su rescate"
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha)


Publicada en dos partes (1605 y 1615), la historia narra las aventuras de Alonso Quijano, que se vuelve un caballero andante (cuando estos ya habían desaparecido). Empieza cuando el señor Alonso Quijano sin motivo alguno empieza a leer libros de caballería andante. Lo mejor que se le pudo ocurrir fue hacerse el mismo caballero andante. Se nombro "Don Quijote de la Mancha" y además se puso un apodo se miro en el espejo y vio a un hombre alto flaco y muy esquelético, y se puso "El de la Triste Figura", entonces su nombre completo era: "Don Quijote de la Mancha el de la Triste Figura". Busco una antigua armadura que había pasado años guardada. luego fue a ver a un caballo viejo y mal gastado al que e puso Rocinante. Y lo ultimo que quizo buscar (y además lo que le faltaba para ser un verdadero caballero andante) fue una mujer para estar perdidamente enamorada de ella; y la mujer que el quizo elegir fue Doña Aldonza Lorenzo a la que le puso de apodo "Dulcinea del toboso".

Y ya completos todos los requisitos, emprendió la aventura sin avisarle a nadie y en la noche salio de su casa. En la noche el se dio cuenta de que le faltaba una cosa muy importante para ser un caballero andante. Ni el ni sus armas habían sido bendecidas. Por esos lugares en los que estaba encontró una taberna vieja y se la imagino como un castillo y al posadero como el"Señor del Castillo". Cuando llego se puso de rodillas ante el posadero y le pidió muy humildemente que lo armara caballero. Felizmente el posadero sabia un poco de caballería andante y sabia lo que quería el señor Alonso Quijano. Don Quijote paso toda la noche rezando. y después de todo eso el posadero cogió el libro de cuentas e hizo como si estuviera leyendo un libro en latín. Una vez terminado esto, Don Quijote se dio cuenta de que le faltaba un escudero.

Cuando regreso a su casa todos sus vecinos estaban alborotados por la ausencia del señor Quijano. Pero no perdió el tiempo en su aldea, le propuso a Sancho Panza (vecino suyo) que se volviera escudero de el y le recompensaria con muchas cosas de muy alto valor. Cuando este acepto dejo a su familia y se fue con el. Mientras caminaban Don Quijote le dijo a Sancho Panza de la presencia de gigantes, pero el le decía que eran molinos de viento (lo que en realidad eran). Pero el no escucho a su escudero y arremetió contra ellos, siendo lanzado el y su caballo en el aire. Luego, mientras Sancho lo socorre, el le explica que era una ilusion creada por el sabio freston.

Y siguieron su camino sin tenerlo. Se le presentaron por ahí algunas aventuras, pero sin darse cuenta se fueron adentrando en la sierra morena. Ya en la sierra Don Quijote se puso a pensar en su amada (Dulcinea del Toboso), y en algo de suma importancia. No le había mandado una carta de amor en todo lo largo de su viaje. Así que escribió una carta y llamo a Sancho, le dio las respectivas indicaciones para encontrar a la señorita Dulcinea del Toboso (que en realidad era la señora Aldonza Lorenzo).

En su viaje, Sancho se encuentra con los mejores amigos del pueblo de Don Quijote (el cura y el barbero), Sancho le cuenta a los señores lo que pensaba el señor Alonso Quijano (Don Quijote). Los tres pensaron en hacer un plan para llevarse al señor Alonso quijano a su pueblo. Para su plan, visten al padre de doncella de alcurnia y el barbero seria su escudero, Sancho accedió y se olvido de la carta. Pero a Sancho le remordía la conciencia por no llevar la carta de su amo. Lo encuentra en unas piedras frente al mar en donde le miente y le dice que la señora Dulcinea del Toboso lo recibió de la mejor manera y que quería ver a su caballero. Don Quijote emocionado se puso rumbo al Toboso, pero en su camino se encontró al cura y al barberos (disfrazados), el cura se hizo pasar por la princesa Micomicona. El cura con voz de mujer le dijo al Quijote que había sido hechizada por un gigante malvado y que estaba buscando a Don Quijote para que la ayudara a capturarlo. Y se lo llevaron, y en la noche llegaron a una posada en la que se pusieron a dormir. Pero en mitad de la noche se levanta el Quijote (sonámbulo) y Sancho empieza a gritar que el ya había matado al gigante, pero en realidad eran los envases en los que el dueño de la posada guardaba los vinos.
Por la mañana parten y recordando lo ocurrido con Sancho la noche anterior, se dieron cuenta de que el también estaba loco, y pensando de que la locura era contagiosa, encierran a Don Quijote en una jaula y siguen su camino.Cuando llegan a su pueblo encierran al Quijote en su habitación. Pero cierto día, Sancho Panza se le acerca corriendo y le dice que el señor Sansón Carrasco ha escrito un libro en el que contaba todas las aventuras que el había vivido bajo el nombre de: "Las Aventuras de Don Quijote de la Mancha". Cuando escucho esto el Quijote mando a llamar al señor Sansón carrasco. El le dijo que en todo el mundo no había persona alguna que no haya leído todas las aventuras. Cuando se fue le dijo a Sancho Panza que ahora que ya eran tan famosos que habían salido en libros iban a volver a salir de aventura.

Esa noche cuando todos dormían salieron sigilosamente y nadie se dio cuenta de la hora en la que salieron. Don Quijote le dijo a Sancho que lo primero que iban a hacer era buscar a su amada, Dulcinea del Toboso, por la respuesta que Sancho le dio a su carta. Cuando llegaron al Toboso lo primero que hizo el quijote, fue mandar a Sancho por Dulcinea. Pero Sancho como lo que hizo fue mentirle al Quijote ideo un plan. Como Don Quijote veía gigantes en molinos de viento, porque no iba a ver a una hermosa dama en una campesina. Y para la suerte de Sancho aparecieron tres campesinas. En ese momento el valiente escudero Corrió para avisarle a Don Quijote de la presencia de Dulcinea del Toboso. Cuando se le acercaron, las campesinas al ver que se acercaban los dos hombres, empezaron a discutir la una con la otra. Cuando acabaron, Don Quijote no lo podía creer porque el había visto a tres campesinas, mientras que sancho aseguraba que estaba Dulcinea y dos de sus damas. Don Quijote dedujo que eran producto de una ilusion creada por uno de los sabios malos que eran rivales de Don Quijote.

Los dos aventureros siguieron su camino y en mitad se encontraron con una jaula que contenía un regalo para el rey, eran un par de leones, en cuanto Don Quijote se entero pidió que lo sacaran y el chofer se negó, eso hizo enfurecer a Don Quijote y le grito y el chofer muy atemorizado abrió la puerta y subió a la copa de un árbol muy alto y sancho hizo lo mismo. En cuanto salio el león examino el lugar y en cuanto salio le enseño su parte trasera y se metió de nuevo. El chofer del coche cerro la jaula y siguieron su camino.

En su camino se encontraron con una pareja de duques, que conocían su historia y su locura, porque habían leído el libro de sus primeras aventuras. Así que decidieron aprovecharse y le encargaron la misión de ir y rescatar a una princesa, pero el tiempo que iba a tardar eran de tres años. Pero los duques dijeron que tenían un caballo volador hecho de madera. Don Quijote accedió, le vendaron los ojos y los duques llamaron a sus sirvientes que trajeron en sus espaldas un caballo de madera. Se subieron el Quijote y Sancho, no se movían y aunque Sancho tenia miedo, el quijote estaba confiado. En mitad del vuelo los duques encendieron la cola del caballo y como tenia fuegos artificiales adentro salieron colando Don Quijote y Sancho. Y cuando cayeron al suelo vieron una lanza con una nota. Estaba una nota en la que decía que habían triunfado en la misión con solo intentarlo. Los duques nombraron a Sancho alcalde de una aldea pero se pasado un tiempo se aburrió y renuncio para seguir con el Quijote.

Tiempo mas tarde se encontraron con un verdadero caballero andante que se hacia llamar: "El Caballero de la Blanca Luna" que reto a Don Quijote a duelo para saber quien tenia la doncella mas bella. El que pierde es el Quijote, pero el Caballero de la Blanca luna lo perdona y deja que se valla con la condición de que regresara a su pueblo. Y así lo hace pero cuando llega le da una calentura que lo tumbo en cama por seis días. Pero una semana después el señor Alonso Quijano (porque ya renuncio a ser caballero) murió, con Sancho Panza a su lado.
A Continuacion un capitulo entero de "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha" :
Capítulo XLI

De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura

Llegó en esto la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso caballo Clavileño viniese, cuya tardanza fatigaba ya a don Quijote, pareciéndole que, pues Malambruno se detenía en enviarle, o que él no era el caballero para quien estaba guardada aquella aventura, o que Malambruno no osaba venir con él a singular batalla. Pero veis aquí cuando a deshora entraron por el jardín cuatro salvajes, vestidos todos de verde yedra, que sobre sus hombros traían un gran caballo de madera. Pusiéronle de pies en el suelo, y uno de los salvajes dijo:
-Suba sobre esta máquina el que tuviere ánimo para ello.
-Aquí -dijo Sancho- yo no subo, porque ni tengo ánimo ni soy caballero.
Y el salvaje prosiguió diciendo:
-Y ocupe las ancas el escudero, si es que lo tiene, y fíese del valeroso Malambruno, que si no fuere de su espada, de ninguna otra, ni de otra malicia, será ofendido; y no hay más que torcer esta clavija que sobre el cuello trae puesta, que él los llevará por los aires adonde los atiende Malambruno; pero, porque la alteza y sublimidad del camino no les cause váguidos, se han de cubrir los ojos hasta que el caballo relinche, que será señal de haber dado fin a su viaje.
Esto dicho, dejando a Clavileño, con gentil continente se volvieron por donde habían venido. La Dolorida, así como vio al caballo, casi con lágrimas dijo a don Quijote:
-Valeroso caballero, las promesas de Malambruno han sido ciertas: el caballo está en casa, nuestras barbas crecen, y cada una de nosotras y con cada pelo dellas te suplicamos nos rapes y tundas, pues no está en más sino en que subas en él con tu escudero y des felice principio a vuestro nuevo viaje.
-Eso haré yo, señora condesa Trifaldi, de muy buen grado y de mejor talante, sin ponerme a tomar cojín, ni calzarme espuelas, por no detenerme:
tanta es la gana que tengo de veros a vos, señora, y a todas estas dueñas rasas y mondas.
-Eso no haré yo -dijo Sancho-, ni de malo ni de buen talante, en ninguna manera; y si es que este rapamiento no se puede hacer sin que yo suba a las ancas, bien puede buscar mi señor otro escudero que le acompañe, y estas señoras otro modo de alisarse los rostros; que yo no soy brujo, para gustar de andar por los aires. Y ¿qué dirán mis insulanos cuando sepan que su gobernador se anda paseando por los vientos? Y otra cosa más: que habiendo tres mil y tantas leguas de aquí a Candaya, si el caballo se cansa o el gigante se enoja, tardaremos en dar la vuelta media docena de años, y ya ni habrá ínsula ni ínsulos en el mundo que me conozan; y, pues se dice comúnmente que en la tardanza va el peligro, y que cuando te dieren la vaquilla acudas con la soguilla, perdónenme las barbas destas señoras, que bien se está San Pedro en Roma; quiero decir que bien me estoy en esta casa, donde tanta merced se me hace y de cuyo dueño tan gran bien espero como es verme gobernador.
A lo que el duque dijo:
-Sancho amigo, la ínsula que yo os he prometido no es movible ni fugitiva: raíces tiene tan hondas, echadas en los abismos de la tierra, que no la arrancarán ni mudarán de donde está a tres tirones; y, pues vos sabéis que sé yo que no hay ninguno género de oficio destos de mayor cantía que no se granjee con alguna suerte de cohecho, cuál más, cuál menos, el que yo quiero llevar por este gobierno es que vais con vuestro señor don Quijote a dar cima y cabo a esta memorable aventura; que ahora volváis sobre Clavileño con la brevedad que su ligereza promete, ora la contraria fortuna os traiga y vuelva a pie, hecho romero, de mesón en mesón y de venta en venta, siempre que volviéredes hallaréis vuestra ínsula donde la dejáis, y a vuestros insulanos con el mesmo deseo de recebiros por su gobernador que siempre han tenido, y mi voluntad será la mesma; y no pongáis duda en esta verdad, señor Sancho, que sería hacer notorio agravio al deseo que de serviros tengo.
-No más, señor -dijo Sancho-: yo soy un pobre escudero y no puedo llevar a cuestas tantas cortesías; suba mi amo, tápenme estos ojos y encomiéndenme a Dios, y avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme a Nuestro Señor o invocar los ángeles que me favorezcan.
A lo que respondió Trifaldi:
-Sancho, bien podéis encomendaros a Dios o a quien quisiéredes, que Malambruno, aunque es encantador, es cristiano, y hace sus encantamentos con mucha sagacidad y con mucho tiento, sin meterse con nadie.
-¡Ea, pues -dijo Sancho-, Dios me ayude y la Santísima Trinidad de Gaeta!
-Desde la memorable aventura de los batanes -dijo don Quijote-, nunca he visto a Sancho con tanto temor como ahora, y si yo fuera tan agorero como otros, su pusilanimidad me hiciera algunas cosquillas en el ánimo. Pero llegaos aquí, Sancho, que con licencia destos señores os quiero hablar aparte dos palabras.
Y, apartando a Sancho entre unos árboles del jardín y asiéndole ambas las manos, le dijo:
-Ya vees, Sancho hermano, el largo viaje que nos espera, y que sabe Dios cuándo volveremos dél, ni la comodidad y espacio que nos darán los negocios; así, querría que ahora te retirases en tu aposento, como que vas a buscar alguna cosa necesaria para el camino, y, en un daca las pajas, te dieses, a buena cuenta de los tres mil y trecientos azotes a que estás obligado, siquiera quinientos, que dados te los tendrás, que el comenzar las cosas es tenerlas medio acabadas.
-¡Par Dios -dijo Sancho-, que vuestra merced debe de ser menguado! Esto es como aquello que dicen: "¡en priesa me vees y doncellez me demandas!"
¿Ahora que tengo de ir sentado en una tabla rasa, quiere vuestra merced que me lastime las posas? En verdad en verdad que no tiene vuestra merced razón. Vamos ahora a rapar estas dueñas, que a la vuelta yo le prometo a vuestra merced, como quien soy, de darme tanta priesa a salir de mi obligación, que vuestra merced se contente, y no le digo más.
Y don Quijote respondió:
-Pues con esa promesa, buen Sancho, voy consolado, y creo que la cumplirás, porque, en efecto, aunque tonto, eres hombre verídico.
-No soy verde, sino moreno -dijo Sancho-, pero aunque fuera de mezcla, cumpliera mi palabra.
Y con esto se volvieron a subir en Clavileño, y al subir dijo don Quijote:
-Tapaos, Sancho, y subid, Sancho, que quien de tan lueñes tierras envía por nosotros no será para engañarnos, por la poca gloria que le puede redundar de engañar a quien dél se fía; y, puesto que todo sucediese al revés de lo que imagino, la gloria de haber emprendido esta hazaña no la podrá escurecer malicia alguna.
-Vamos, señor -dijo Sancho-, que las barbas y lágrimas destas señoras las tengo clavadas en el corazón, y no comeré bocado que bien me sepa hasta verlas en su primera lisura. Suba vuesa merced y tápese primero, que si yo tengo de ir a las ancas, claro está que primero sube el de la silla.
-Así es la verdad -replicó don Quijote.
Y, sacando un pañuelo de la faldriquera, pidió a la Dolorida que le cubriese muy bien los ojos, y, habiéndoselos cubierto, se volvió a descubrir y dijo:
-Si mal no me acuerdo, yo he leído en Virgilio aquello del Paladión de Troya, que fue un caballo de madera que los griegos presentaron a la diosa Palas, el cual iba preñado de caballeros armados, que después fueron la total ruina de Troya; y así, será bien ver primero lo que Clavileño trae en su estómago.
-No hay para qué -dijo la Dolorida-, que yo le fío y sé que Malambruno no tiene nada de malicioso ni de traidor; vuesa merced, señor don Quijote, suba sin pavor alguno, y a mi daño si alguno le sucediere.
Parecióle a don Quijote que cualquiera cosa que replicase acerca de su seguridad sería poner en detrimento su valentía; y así, sin más altercar, subió sobre Clavileño y le tentó la clavija, que fácilmente se rodeaba; y, como no tenía estribos y le colgaban las piernas, no parecía sino figura de tapiz flamenco pintada o tejida en algún romano triunfo. De mal talante y poco a poco llegó a subir Sancho, y, acomodándose lo mejor que pudo en las ancas, las halló algo duras y no nada blandas, y pidió al duque que, si fuese posible, le acomodasen de algún cojín o de alguna almohada, aunque fuese del estrado de su señora la duquesa, o del lecho de algún paje, porque las ancas de aquel caballo más parecían de mármol que de leño.
A esto dijo la Trifaldi que ningún jaez ni ningún género de adorno sufría sobre sí Clavileño; que lo que podía hacer era ponerse a mujeriegas, y que así no sentiría tanto la dureza. Hízolo así Sancho, y, diciendo ''a Dios'', se dejó vendar los ojos, y, ya después de vendados, se volvió a descubrir, y, mirando a todos los del jardín tiernamente y con lágrimas, dijo que le ayudasen en aquel trance con sendos paternostres y sendas avemarías, porque Dios deparase quien por ellos los dijese cuando en semejantes trances se viesen. A lo que dijo don Quijote:
-Ladrón, ¿estás puesto en la horca por ventura, o en el último término de la vida, para usar de semejantes plegarias? ¿No estás, desalmada y cobarde criatura, en el mismo lugar que ocupó la linda Magalona, del cual decendió, no a la sepultura, sino a ser reina de Francia, si no mienten las historias? Y yo, que voy a tu lado, ¿no puedo ponerme al del valeroso Pierres, que oprimió este mismo lugar que yo ahora oprimo? Cúbrete, cúbrete, animal descorazonado, y no te salga a la boca el temor que tienes, a lo menos en presencia mía.
-Tápenme -respondió Sancho-; y, pues no quieren que me encomiende a Dios ni que sea encomendado, ¿qué mucho que tema no ande por aquí alguna región de diablos que den con nosotros en Peralvillo?
Cubriéronse, y, sintiendo don Quijote que estaba como había de estar, tentó la clavija, y, apenas hubo puesto los dedos en ella, cuando todas las dueñas y cuantos estaban presentes levantaron las voces, diciendo:
-¡Dios te guíe, valeroso caballero!
-¡Dios sea contigo, escudero intrépido!
-¡Ya, ya vais por esos aires, rompiéndolos con más velocidad que una saeta!
-¡Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra os están mirando!
-¡Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas! ¡Mira no cayas, que será peor tu caída que la del atrevido mozo que quiso regir el carro del Sol, su padre!
Oyó Sancho las voces, y, apretándose con su amo y ciñiéndole con los brazos, le dijo:
-Señor, ¿cómo dicen éstos que vamos tan altos, si alcanzan acá sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando junto a nosotros?
-No repares en eso, Sancho, que, como estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios, de mil leguas verás y oirás lo que quisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas; y en verdad que no sé de qué te turbas ni te espantas, que osaré jurar que en todos los días de mi vida he subido en cabalgadura de paso más llano: no parece sino que no nos movemos de un lugar. Destierra, amigo, el miedo, que, en efecto, la cosa va como ha de ir y el viento llevamos en popa.
-Así es la verdad -respondió Sancho-, que por este lado me da un viento tan recio, que parece que con mil fuelles me están soplando.
Y así era ello, que unos grandes fuelles le estaban haciendo aire: tan bien trazada estaba la tal aventura por el duque y la duquesa y su mayordomo, que no le faltó requisito que la dejase de hacer perfecta.
Sintiéndose, pues, soplar don Quijote, dijo:
-Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo, las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos.
En esto, con unas estopas ligeras de encenderse y apagarse, desde lejos, pendientes de una caña, les calentaban los rostros. Sancho, que sintió el calor, dijo:
-Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, por descubrirme y ver en qué parte estamos.
-No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse. Así que, Sancho, no hay para qué descubrirnos; que, el que nos lleva a cargo, él dará cuenta de nosotros, y quizá vamos tomando puntas y subiendo en alto para dejarnos caer de una sobre el reino de Candaya, como hace el sacre o neblí sobre la garza para cogerla, por más que se remonte; y, aunque nos parece que no ha media hora que nos partimos del jardín, creéme que debemos de haber hecho gran camino.
-No sé lo que es -respondió Sancho Panza-, sólo sé decir que si la señora Magallanes o Magalona se contentó destas ancas, que no debía de ser muy tierna de carnes.
Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa y los del jardín, de que recibían estraordinario contento; y, queriendo dar remate a la estraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires, con estraño ruido, y dio con don Quijote y con Sancho Panza en el suelo, medio chamuscados.
En este tiempo ya se habían desparecido del jardín todo el barbado escuadrón de las dueñas y la Trifaldi y todo, y los del jardín quedaron como desmayados, tendidos por el suelo. Don Quijote y Sancho se levantaron maltrechos, y, mirando a todas partes, quedaron atónitos de verse en el mesmo jardín de donde habían partido y de ver tendido por tierra tanto número de gente; y creció más su admiración cuando a un lado del jardín vieron hincada una gran lanza en el suelo y pendiente della y de dos cordones de seda verde un pergamino liso y blanco, en el cual, con grandes letras de oro, estaba escrito lo siguiente:
El ínclito caballero don Quijote de la Mancha feneció y acabó la aventura de la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la dueña Dolorida, y compañía, con sólo intentarla.
Malambruno se da por contento y satisfecho a toda su voluntad, y las barbas de las dueñas ya quedan lisas y mondas, y los reyes don Clavijo y Antonomasia en su prístino estado. Y, cuando se cumpliere el escuderil vápulo, la blanca paloma se verá libre de los pestíferos girifaltes que la persiguen, y en brazos de su querido arrullador; que así está ordenado por el sabio Merlín, protoencantador de los encantadores.
Habiendo, pues, don Quijote leído las letras del pergamino, claro entendió que del desencanto de Dulcinea hablaban; y, dando muchas gracias al cielo de que con tan poco peligro hubiese acabado tan gran fecho, reduciendo a su pasada tez los rostros de las venerables dueñas, que ya no parecían, se fue adonde el duque y la duquesa aún no habían vuelto en sí, y, trabando de la mano al duque, le dijo:
-¡Ea, buen señor, buen ánimo; buen ánimo, que todo es nada! La aventura es ya acabada sin daño de barras, como lo muestra claro el escrito que en aquel padrón está puesto.
El duque, poco a poco, y como quien de un pesado sueño recuerda, fue volviendo en sí, y por el mismo tenor la duquesa y todos los que por el jardín estaban caídos, con tales muestras de maravilla y espanto, que casi se podían dar a entender haberles acontecido de veras lo que tan bien sabían fingir de burlas. Leyó el duque el cartel con los ojos medio cerrados, y luego, con los brazos abiertos, fue a abrazar a don Quijote, diciéndole ser el más buen caballero que en ningún siglo se hubiese visto.
Sancho andaba mirando por la Dolorida, por ver qué rostro tenía sin las barbas, y si era tan hermosa sin ellas como su gallarda disposición prometía, pero dijéronle que, así como Clavileño bajó ardiendo por los aires y dio en el suelo, todo el escuadrón de las dueñas, con la Trifaldi,
había desaparecido, y que ya iban rapadas y sin cañones. Preguntó la duquesa a Sancho que cómo le había ido en aquel largo viaje. A lo cual Sancho respondió:
-Yo, señora, sentí que íbamos, según mi señor me dijo, volando por la región del fuego, y quise descubrirme un poco los ojos, pero mi amo, a quien pedí licencia para descubrirme, no la consintió; mas yo, que tengo no sé qué briznas de curioso y de desear saber lo que se me estorba y impide, bonitamente y sin que nadie lo viese, por junto a las narices aparté tanto cuanto el pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré hacia la tierra, y parecióme que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres que andaban sobre ella, poco mayores que avellanas; porque se vea cuán altos debíamos de ir entonces.
A esto dijo la duquesa:
-Sancho amigo, mirad lo que decís, que, a lo que parece, vos no vistes la tierra, sino los hombres que andaban sobre ella; y está claro que si la tierra os pareció como un grano de mostaza, y cada hombre como una avellana, un hombre solo había de cubrir toda la tierra.
-Así es verdad -respondió Sancho-, pero, con todo eso, la descubrí por un ladito, y la vi toda.
-Mirad, Sancho -dijo la duquesa-, que por un ladito no se vee el todo de lo que se mira.
-Yo no sé esas miradas -replicó Sancho-: sólo sé que será bien que vuestra señoría entienda que, pues volábamos por encantamento, por encantamento podía yo ver toda la tierra y todos los hombres por doquiera que los mirara; y si esto no se me cree, tampoco creerá vuestra merced cómo, descubriéndome por junto a las cejas, me vi tan junto al cielo que no había de mí a él palmo y medio, y por lo que puedo jurar, señora mía, que es muy grande además. Y sucedió que íbamos por parte donde están las siete cabrillas; y en Dios y en mi ánima que, como yo en mi niñez fui en mi tierra cabrerizo, que así como las vi, ¡me dio una gana de entretenerme con ellas un rato...! Y si no le cumpliera me parece que reventara. Vengo, pues, y tomo, y ¿qué hago? Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clavileño, y me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y como unas flores, casi tres cuartos de hora, y Clavileño no se movió de un lugar, ni pasó adelante.
-Y, en tanto que el buen Sancho se entretenía con las cabras -preguntó el duque-, ¿en qué se entretenía el señor don Quijote?
A lo que don Quijote respondió:
-Como todas estas cosas y estos tales sucesos van fuera del orden natural, no es mucho que Sancho diga lo que dice. De mí sé decir que ni me descubrí por alto ni por bajo, ni vi el cielo ni la tierra, ni la mar ni las arenas.
Bien es verdad que sentí que pasaba por la región del aire, y aun que tocaba a la del fuego; pero que pasásemos de allí no lo puedo creer, pues, estando la región del fuego entre el cielo de la luna y la última región del aire, no podíamos llegar al cielo donde están las siete cabrillas que Sancho dice, sin abrasarnos; y, pues no nos asuramos, o Sancho miente o Sancho sueña.
-Ni miento ni sueño -respondió Sancho-: si no, pregúntenme las señas de las tales cabras, y por ellas verán si digo verdad o no.
-Dígalas, pues, Sancho -dijo la duquesa.
-Son -respondió Sancho- las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules, y la una de mezcla.
-Nueva manera de cabras es ésa -dijo el duque-, y por esta nuestra región del suelo no se usan tales colores; digo, cabras de tales colores.
-Bien claro está eso -dijo Sancho-; sí, que diferencia ha de haber de las cabras del cielo a las del suelo.
-Decidme, Sancho -preguntó el duque-: ¿vistes allá en entre esas cabras algún cabrón?
-No, señor -respondió Sancho-, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna.
No quisieron preguntarle más de su viaje, porque les pareció que llevaba Sancho hilo de pasearse por todos los cielos, y dar nuevas de cuanto allá pasaba, sin haberse movido del jardín.
En resolución, éste fue el fin de la aventura de la dueña Dolorida, que dio que reír a los duques, no sólo aquel tiempo, sino el de toda su vida, y que contar a Sancho siglos, si los viviera; y, llegándose don Quijote a Sancho, al oído le dijo:
-Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos; y no os digo más.

La Gitanilla (La Gitanilla)


Publicada en el año 1613 junto con las demás novelas ejemplares, cuenta las aventuras que tiene que sufrir el caballero Juan de Cárcamo para casarse con la joven gitana Preciosa (que hace honor a su nombre). Empieza contando el hecho de que una gitana vieja cría a una bebe llamándola nieta suya. Paso el tiempo y el cuerpo de la niña se fue haciendo mas y mas hermoso cada vez, junto con su inteligencia y su forma de bailar. Cierto día las gitanas se fueron junto con su caravana hacia Madrid para hacer sus espectáculos y vender sus objetos que ellos fabrican. En cuanto llegaron se pusieron a bailar y los hombres se acercaron a preciosa rodeándola mientras la veían bailar, y a abuela recogía la limosnas. Cuando se le acerco uno de los dirigentes de la aldea, la invito junto con sus amigas a su casa, ellas accedieron. En cuanto llegaron las criadas del señor empezaron a halagar a preciosa, y la esposa del dirigente, le pidió que le dijera la buena ventura. Hizo su predicción y en cuanto termino llego el señor de la casa (el dirigente) e hizo como si sacara dinero, pero no tenia nada. Se despidieron y prometieron regresar el viernes.

Y cuando regresaron encontraron a un joven muy bien vestido y parecía un hombre muy adinerado. Se les acerco y le dijo a la abuela el puesto que tenia y que de su familia era muy conocida en la corte real, luego dijo que quería ser alguien de mas dinero y finalizo pidiéndole a la abuela el favor de que dejara que se case con Preciosa. La que respondió fue Preciosa y no la abuela, como de se debía, y ella le dijo que era una gitana pobre y que se iba a enamorar de el solo por su dinero y que si el venia por ella solo se la iba a llevar con el matrimonio. Pero antes de darle su respuesta le puso una prueba, le dijo que debía de ser gitano por dos años y si es que todavía quería ser el esposo de Preciosa ella iba a aceptar. Luego se quedaron mirando uno al otro por un buen rato. Después el le dijo que le diera ocho días para arreglar sus cosas e irse con ellas. Después de eso las gitanas se pusieron a hablar de el, e incluso le pusieron nombre de gitano, se iba a llamar: "Andrés Caballero" y después de eso entraron a Madrid.

Pero avanzadas unas calles se encontró con otro hombre que le dio un papel doblado que contenía un soneto adentro. Ella le dijo que lo quería mas por ser poeta y no por su belleza y le dijo que después iba a leer su soneto, pero Preciosa estaba mas concentrada en encontrar la casa de Andrés. Y pronto llego a su casa, lograron entrar, y empezaron los alagos por parte de la familia de Andrés, cuyo verdadero nombre era en realidad Juan. Su padre le pidió que le leyera la buena fortuna, y le dijo que iba a hacer un viaje largo, para ayudarle en su causa. Luego les pidieron que bailaran, y así lo hicieron, pero en el baile se la cae a preciosa el papel que contenía el soneto. En cuanto se fijaron en el se dieron cuenta de que estaba completamente pálido y asustado, su padre lo noto y la gitana se le acerco y le dijo en el oído que si sufría por ese papel lo que le esperaba era mucho peor, y eso animo a Juan. Luego se repartieron el dinero entre las gitanas, Preciosa no quizo reclamar el soneto para evitar mas problemas. Luego se despidió de Juan, ahora llamado Andrés.

Pasaron los días y en uno de esos se apareció Don Juan en una mula alquilada y sin criados ni cosas. Se le acercaron varios gitanos y gitanas para hacer la ceremonia de iniciación a Andrés y le dieron los principios de los gitanos que eran : "robar siempre" y "no engañar nunca a las esposas de sus amigos". Y Andrés acepto y lo hizo publico, y preciosa le recordó que tenia que aguantar dos años ese mundo. Luego el pidió que no le pidieran que robara por un mes, porque necesitaba practica y aprender. Luego repartió entre todos 200 escudos de plata. Ese día Andrés no durmió pensando como convertirse en gitano sin robar.

Cuatro días después llegaron a un pueblo cerca de Toledo y los gitanos empezaron a hacer lo que mejor sabían, robar, Andrés pidió que lo dejaran robar solo, accedieron a lo que dijo, pero el lo dijo solamente para estar apartado de los gitanos y comprar con su dinero las cosas, que después diría que el las robo, y en menos de un mes el le trajo mas provecho a la caravana que cualquier otro gitano verdadero, y preciosa se enamoraba de el al ver lo bien que se iba volviendo gitano. Cierta noche sus perros estaban ladrando y salieron todos, entre ellos Juan. Era un hombre vestido de blanco al que los perros le habían mordido, los gitanos le atendieron, prepararon las cosas para curarlo y al rato apareció la abuela de Preciosa para curarlo, Preciosa estab viendo como la abuela curaba al forastero. Y en cuanto Andrés y Preciosa estuvieron solos, ella le dijo que el era el hombre que le había escrito el soneto que le hizo pasar un mal rato, en cuanto lo leyó. El le dijo que primero lo matara de amor a el y luego a ese extraño. Ella le dijo que muy rápido caía en los celos y que ella no conocía a ese hombre. Andrés dudando se le acerco y le pregunto si el era el hombre que había escrito el soneto para una gitana, el le dijo que si, pero el no quizo acercarse a ella. Andrés le mintió y le dijo que era hermano de ella y que si quería casarse con ella con gusto lo dejaba. Pero el joven le dijo que no, que el motivo de su acercamiento era que había matado a un hombre por defender su honra y también por celos, y tenia que escabullirse por Madrid para escaparse de la cárcel y de la horca. os gitanos lo aceptaron y le pusieron de nombre clemente, y se acostumbro tanto a el lugar que se siente como en su casa y se hizo muy amigo de Andrés, Porque nunca había hablado con preciosa.

Pero cierto día Andares y Clemente tenían unos asuntos que resolver en un pueblo cerca de Murcia y se alojaron en la casa de una viuda rica, que tenia una hija de 18años, a la que le decían: "Juana La Carducha", que se enamoro de Andrés tan fuerte, que ella se le declaro con palabras muy emocionadas y excitantes, pero Andrés se resistió. y le dijo que el estaba comprometido ya con una gitana y el, como gitano, solo se podía casar con una gitana, y ella le dijo que se volvería gitana si era necesario. Pero Andrés aun así se negó, pero la Carducha siguió insistiendo hasta que Andrés la tiro al piso. La Carducha molesta amenazo a Andrés y el no le respondió porque unas gitanas estaban cerca. Pero Andrés vio que La Carducha no se iba a rendir tan facilmente, Andrés pidió que partiesen al amanecer. Y así fue, estaba amaneciendo y todos preparaban sus maletas para el viaje, pero de repente apareció la Carducha gritando que los gitanos le Habían robado, y llego el alcalde con las autoridades y reclamaron. La Carducha pidió que revisaran las maletas, y en una de ellas encontraron algo de joyería, que La Carducha aseguro eran suyas. Y sin previo aviso se les acerco a los gitanos un soldado que era sobrino del alcalde e insulto a Andrés y el recordando que no era gitano sio un caballero le quita su espada y se la atraviesa dándole muerte inmediata. Y el alcalde desesperado manda a que capturen a todos los gitanos presentes. Un grupo de gitanos huyeron y entre ellos el gitano Clemente.

Llevaron a los gitanos a la ciudad de Murcia donde Debian ser ejecutados como lo mandaba la ley, pero la gente no se daba cuenta de los gitanos, sino que mas comentaba la hermosura de Preciosa, y estos comentarios llegaron a la corregidora le pidió a su esposo el corregidor que le consiguiera una sesión privada con la gitana de gran belleza. Y la llevaron junto con su abuela a la casa de la corregidora. Ella pregunto cuantos años tenia y la abuela le respondió, nadie sabia porque se lamentaba la corregidora, hasta que empezó a llorar y le baño en lágrimas las manos de Preciosa, en eso llega el corregidor y ve la escena y Preciosa le manifiesta que Andrés no era culpable, y si se le acusaba de gitano que le dieran la pena a ella, que por ella se había vuelto gitano, mientras que la abuela estaba muy pensativa. Y de un momento a otro dijo que la esperaran un rato que iba a hacer que pare todo el llanto que se estaba derramando. Salio y pronto regreso con un cofre y le pidió al corregidor una sesión privada en otra habitación, el accedió. La gitana vieja se arrodillo y le dijo al corregidor que debía perdonarla por un grave crimen que cometió hace tiempo y le enseño unas joyas que tenia preciosa de pequeña. Le pregunto si las reconocen y la corregidora pregunto como se llama la niña propietaria de ellas. La gitana le dio un papel con el nombre de la niña, que leyó el corregidor. La niña se llamaba Doña Constanza de Acevedes y Menes. Los corregidores reconcomieron las joyas y resulto que Preciosa era hija de los corregidores. Ellos aceptaron el matrimonio que se el había propuesto cuando se enteraron de que Andrés era un caballero. Los padres de preciosa le pagaron al alcalde 2000 ducados para que perdone a Don Juan, el mando por averiguar por clemente, teniendo respuesta muy pronto, se había ido de viaje a Génova. La Carducha confeso que las joyas encontradas en las maletas de Andrés ella misma las había puesto. El día de la boda todo el pueblo estaba presente y hasta se escribieron poemas sobre la historia de la pareja de gitanos que resulto ser una pareja heredera de dos grandes familias.
A continuacion un fragmento de "La Gitanilla" :
Señales iban dando de no acabar tan presto el libre y el cautivo, si no sonara a sus espaldas la voz de Preciosa, que las suyas había escuchado. Suspendiólos el oírla, y, sin moverse, prestándola maravillosa atención, la escucharon. Ella (o no sé si de improviso, o si en algún tiempo los versos que cantaba le compusieron), con estremada gracia, como si para responderles fueran hechos, cantó los siguientes:
-En esta empresa amorosa,donde el amor entretengo,por mayor ventura tengoser honesta que hermosa.La que es más humilde planta,si la subida endereza,por gracia o naturalezaa los cielos se levanta.En este mi bajo cobre,siendo honestidad su esmalte,no hay buen deseo que falteni riqueza que no sobre.No me causa alguna penano quererme o no estimarme;que yo pienso fabricarmemi suerte y ventura buena.Haga yo lo que en mí es,que a ser buena me encamine,y haga el cielo y determinelo que quisiere después.Quiero ver si la bellezatiene tal prerrogativa,que me encumbre tan arriba,que aspire a mayor alteza.Si las almas son iguales,podrá la de un labradorigualarse por valorcon las que son imperiales.De la mía lo que sientome sube al grado mayor,porque majestad y amorno tienen un mismo asiento.
Aquí dio fin Preciosa a su canto, y Andrés y Clemente se levantaron a recebilla. Pasaron entre los tres discretas razones, y Preciosa descubrió en las suyas su discreción, su honestidad y su agudeza, de tal manera que en Clemente halló disculpa la intención de Andrés, que aún hasta entonces no la había hallado, juzgando más a mocedad que a cordura su arrojada determinación.
Aquella mañana se levantó el aduar y se fueron a alojar en un lugar de la jurisdición de Murcia, tres leguas de la ciudad, donde le sucedió a Andrés una desgracia que le puso en punto de perder la vida. Y fue que, después de haber dado en aquel lugar algunos vasos y prendas de plata en fianzas, como tenían de costumbre, Preciosa y su abuela y Cristina, con otras dos gitanillas y los dos, Clemente y Andrés, se alojaron en un mesón de una viuda rica, la cual tenía una hija de edad de diez y siete o diez y ocho años, algo más desenvuelta que hermosa; y, por más señas, se llamaba Juana Carducha. Ésta, habiendo visto bailar a las gitanas y gitanos, la tomó el diablo, y se enamoró de Andrés tan fuertemente que propuso de decírselo y tomarle por marido, si él quisiese, aunque a todos sus parientes les pesase; y así, buscó coyuntura para decírselo, y hallóla en un corral donde Andrés había entrado a requerir dos pollinos. Llegóse a él, y con priesa, por no ser vista, le dijo:
-Andrés -que ya sabía su nombre-, yo soy doncella y rica; que mi madre no tiene otro hijo sino a mí, y este mesón es suyo; y amén desto tiene muchos majuelos y otros dos pares de casas. Hasme parecido bien: si me quieres por esposa, a ti está; respóndeme presto, y si eres discreto, quédate y verás qué vida nos damos.
Admirado quedó Andrés de la resolución de la Carducha, y con la presteza que ella pedía le respondió:
-Señora doncella, yo estoy apalabrado para casarme, y los gitanos no nos casamos sino con gitanas; guárdela Dios por la merced que me quería hacer, de quien yo no soy digno.
No estuvo en dos dedos de caerse muerta la Carducha con la aceda respuesta de Andrés, a quien replicara si no viera que entraban en el corral otras gitanas. Salióse corrida y asendereada, y de buena gana se vengara si pudiera. Andrés, como discreto, determinó de poner tierra en medio y desviarse de aquella ocasión que el diablo le ofrecía; que bien leyó en los ojos de la Carducha que sin los lazos matrimoniales se le entregara a toda su voluntad, y no quiso verse pie a pie y solo en aquella estacada; y así, pidió a todos los gitanos que aquella noche se partiesen de aquel lugar. Ellos, que siempre le obedecían, lo pusieron luego por obra, y, cobrando sus fianzas aquella tarde, se fueron.
La Carducha, que vio que en irse Andrés se le iba la mitad de su alma, y que no le quedaba tiempo para solicitar el cumplimiento de sus deseos, ordenó de hacer quedar a Andrés por fuerza, ya que de grado no podía. Y así, con la industria, sagacidad y secreto que su mal intento le enseñó, puso entre las alhajas de Andrés, que ella conoció por suyas, unos ricos corales y dos patenas de plata, con otros brincos suyos; y, apenas habían salido del mesón, cuando dio voces, diciendo que aquellos gitanos le llevaban robadas sus joyas, a cuyas voces acudió la justicia y toda la gente del pueblo.
Los gitanos hicieron alto, y todos juraban que ninguna cosa llevaban hurtada, y que ellos harían patentes todos los sacos y repuestos de su aduar. Desto se congojó mucho la gitana vieja, temiendo que en aquel escrutinio no se manifestasen los dijes de la Preciosa y los vestidos de Andrés, que ella con gran cuidado y recato guardaba; pero la buena de la Carducha lo remedió con mucha brevedad todo, porque al segundo envoltorio que miraron dijo que preguntasen cuál era el de aquel gitano gran bailador, que ella le había visto entrar en su aposento dos veces, y que podría ser que aquél las llevase. Entendió Andrés que por él lo decía y, riéndose, dijo:
-Señora doncella, ésta es mi recámara y éste es mi pollino; si vos halláredes en ella ni en él lo que os falta, yo os lo pagaré con las setenas, fuera de sujetarme al castigo que la ley da a los ladrones.
Acudieron luego los ministros de la justicia a desvalijar el pollino, y a pocas vueltas dieron con el hurto, de que quedó tan espantado Andrés y tan absorto, que no pareció sino estatua, sin voz, de piedra dura.
-¿No sospeché yo bien? -dijo a esta sazón la Carducha-. ¡Mirad con qué buena cara se encubre un ladrón tan grande!
El alcalde, que estaba presente, comenzó a decir mil injurias a Andrés y a todos los gitanos, llamándolos de públicos ladrones y salteadores de caminos. A todo callaba Andrés, suspenso e imaginativo, y no acababa de caer en la traición de la Carducha. En esto se llegó a él un soldado bizarro, sobrino del alcalde, diciendo:
-¿No veis cuál se ha quedado el gitanico podrido de hurtar? Apostaré yo que hace melindres y que niega el hurto, con habérsele cogido en las manos; que bien haya quien no os echa en galeras a todos. ¡Mirad si estuviera mejor este bellaco en ellas, sirviendo a su Majestad, que no andarse bailando de lugar en lugar y hurtando de venta en monte! A fe de soldado, que estoy por darle una bofetada que le derribe a mis pies.
Y, diciendo esto, sin más ni más, alzó la mano y le dio un bofetón tal, que le hizo volver de su embelesamiento, y le hizo acordar que no era Andrés Caballero, sino don Juan, y caballero; y, arremetiendo al soldado con mucha presteza y más cólera, le arrancó su misma espada de la vaina y se la envainó en el cuerpo, dando con él muerto en tierra.
Aquí fue el gritar del pueblo, aquí el amohinarse el tío alcalde, aquí el desmayarse Preciosa y el turbarse Andrés de verla desmayada; aquí el acudir todos a las armas y dar tras el homicida. Creció la confusión, creció la grita, y, por acudir Andrés al desmayo de Preciosa, dejó de acudir a su defensa; y quiso la suerte que Clemente no se hallase al desastrado suceso, que con los bagajes había ya salido del pueblo. Finalmente, tantos cargaron sobre Andrés, que le prendieron y le aherrojaron con dos muy gruesas cadenas. Bien quisiera el alcalde ahorcarle luego, si estuviera en su mano, pero hubo de remitirle a Murcia, por ser de su jurisdición. No le llevaron hasta otro día, y en el que allí estuvo, pasó Andrés muchos martirios y vituperios que el indignado alcalde y sus ministros y todos los del lugar le hicieron. Prendió el alcalde todos los más gitanos y gitanas que pudo, porque los más huyeron, y entre ellos Clemente, que temió ser cogido y descubierto.
Finalmente, con la sumaria del caso y con una gran cáfila de gitanos, entraron el alcalde y sus ministros con otra mucha gente armada en Murcia, entre los cuales iba Preciosa, y el pobre Andrés, ceñido de cadenas, sobre un macho y con esposas y piedeamigo. Salió toda Murcia a ver los presos, que ya se tenía noticia de la muerte del soldado. Pero la hermosura de Preciosa aquel día fue tanta, que ninguno la miraba que no la bendecía, y llegó la nueva de su belleza a los oídos de la señora corregidora, que por curiosidad de verla hizo que el corregidor, su marido, mandase que aquella gitanica no entrase en la cárcel, y todos los demás sí. Y a Andrés le pusieron en un estrecho calabozo, cuya escuridad, y la falta de la luz de Preciosa, le trataron de manera que bien pensó no salir de allí sino para la sepultura. Llevaron a Preciosa con su abuela a que la corregidora la viese, y, así como la vio, dijo:
-Con razón la alaban de hermosa.
Y, llegándola a sí, la abrazó tiernamente, y no se hartaba de mirarla, y preguntó a su abuela que qué edad tendría aquella niña.
-Quince años -respondió la gitana-, dos meses más a menos.
-Esos tuviera agora la desdichada de mi Costanza. ¡Ay, amigas, que esta niña me ha renovado mi desventura! -dijo la corregidora.
Tomó en esto Preciosa las manos de la corregidora, y, besándoselas muchas veces, se las bañaba con lágrimas y le decía:
-Señora mía, el gitano que está preso no tiene culpa, porque fue provocado: llamáronle ladrón, y no lo es; diéronle un bofetón en su rostro, que es tal que en él se descubre la bondad de su ánimo. Por Dios y por quien vos sois, señora, que le hagáis guardar su justicia, y que el señor corregidor no se dé priesa a ejecutar en él el castigo con que las leyes le amenazan; y si algún agrado os ha dado mi hermosura, entretenedla con entretener el preso, porque en el fin de su vida está el de la mía. Él ha de ser mi esposo, y justos y honestos impedimentos han estorbado que aun hasta ahora no nos habemos dado las manos. Si dineros fueren menester para alcanzar perdón de la parte, todo nuestro aduar se venderá en pública almoneda, y se dará aún más de lo que pidieren. Señora mía, si sabéis qué es amor, y algún tiempo le tuvistes, y ahora le tenéis a vuestro esposo, doleos de mí, que amo tierna y honestamente al mío.
En todo el tiempo que esto decía, nunca la dejó las manos, ni apartó los ojos de mirarla atentísimamente, derramando amargas y piadosas lágrimas en mucha abundancia. Asimismo, la corregidora la tenía a ella asida de las suyas, mirándola ni más ni menos, con no menor ahínco y con no más pocas lágrimas. Estando en esto, entró el corregidor, y, hallando a su mujer y a Preciosa tan llorosas y tan encadenadas, quedó suspenso, así de su llanto como de la hermosura. Preguntó la causa de aquel sentimiento, y la respuesta que dio Preciosa fue soltar las manos de la corregidora y asirse de los pies del corregidor, diciéndole:
-¡Señor, misericordia, misericordia! ¡Si mi esposo muere, yo soy muerta! Él no tiene culpa; pero si la tiene, déseme a mí la pena, y si esto no puede ser, a lo menos entreténgase el pleito en tanto que se procuran y buscan los medios posibles para su remedio; que podrá ser que al que no pecó de malicia le enviase el cielo la salud de gracia.
Con nueva suspensión quedó el corregidor de oír las discretas razones de la gitanilla, y que ya, si no fuera por no dar indicios de flaqueza, le acompañara en sus lágrimas.
En tanto que esto pasaba, estaba la gitana vieja considerando grandes, muchas y diversas cosas; y, al cabo de toda esta suspensión y imaginación, dijo:
-Espérenme vuesas mercedes, señores míos, un poco, que yo haré que estos llantos se conviertan en risa, aunque a mí me cueste la vida.
Y así, con ligero paso, se salió de donde estaba, dejando a los presentes confusos con lo que dicho había. En tanto, pues, que ella volvía, nunca dejó Preciosa las lágrimas ni los ruegos de que se entretuviese la causa de su esposo, con intención de avisar a su padre que viniese a entender en ella. Volvió la gitana con un pequeño cofre debajo del brazo, y dijo al corregidor que con su mujer y ella se entrasen en un aposento, que tenía grandes cosas que decirles en secreto. El corregidor, creyendo que algunos hurtos de los gitanos quería descubrirle, por tenerle propicio en el pleito del preso, al momento se retiró con ella y con su mujer en su recámara, adonde la gitana, hincándose de rodillas ante los dos, les dijo:
-Si las buenas nuevas que os quiero dar, señores, no merecieren alcanzar en albricias el perdón de un gran pecado mío, aquí estoy para recebir el castigo que quisiéredes darme; pero antes que le confiese quiero que me digáis, señores, primero, si conocéis estas joyas.
Y, descubriendo un cofrecico donde venían las de Preciosa, se le puso en las manos al corregidor, y, en abriéndole, vio aquellos dijes pueriles; pero no cayó en lo que podían significar. Mirólos también la corregidora, pero tampoco dio en la cuenta; sólo dijo:
-Estos son adornos de alguna pequeña criatura.
-Así es la verdad -dijo la gitana-; y de qué criatura sean lo dice ese escrito que está en ese papel doblado.
Abrióle con priesa el corregidor y leyó que decía:
Llamábase la niña doña Constanza de Azevedo y de Meneses; su madre, doña Guiomar de Meneses, y su padre, don Fernando de Azevedo, caballero del hábito de Calatrava. Desparecíla día de la Ascensión del Señor, a las ocho de la mañana, del año de mil y quinientos y noventa y cinco. Traía la niña puestos estos brincos que en este cofre están guardados.
Apenas hubo oído la corregidora las razones del papel, cuando reconoció los brincos, se los puso a la boca, y, dándoles infinitos besos, se cayó desmayada. Acudió el corregidor a ella, antes que a preguntar a la gitana por su hija, y, habiendo vuelto en sí, dijo:
-Mujer buena, antes ángel que gitana, ¿adónde está el dueño, digo la criatura cuyos eran estos dijes?
-¿Adónde, señora? -respondió la gitana-. En vuestra casa la tenéis: aquella gitanica que os sacó las lágrimas de los ojos es su dueño, y es sin duda alguna vuestra hija; que yo la hurté en Madrid de vuestra casa el día y hora que ese papel dice.
Oyendo esto la turbada señora, soltó los chapines, y desalada y corriendo salió a la sala adonde había dejado a Preciosa, y hallóla rodeada de sus doncellas y criadas, todavía llorando. Arremetió a ella, y, sin decirle nada, con gran priesa le desabrochó el pecho y miró si tenía debajo de la teta izquierda una señal pequeña, a modo de lunar blanco, con que había nacido, y hallóle ya grande, que con el tiempo se había dilatado. Luego, con la misma celeridad, la descalzó, y descubrió un pie de nieve y de marfil, hecho a torno, y vio en él lo que buscaba, que era que los dos dedos últimos del pie derecho se trababan el uno con el otro por medio con un poquito de carne, la cual, cuando niña, nunca se la habían querido cortar por no darle pesadumbre. El pecho, los dedos, los brincos, el día señalado del hurto, la confesión de la gitana y el sobresalto y alegría que habían recebido sus padres cuando la vieron, con toda verdad confirmaron en el alma de la corregidora ser Preciosa su hija. Y así, cogiéndola en sus brazos, se volvió con ella adonde el corregidor y la gitana estaban.
Iba Preciosa confusa, que no sabía a qué efeto se habían hecho con ella aquellas diligencias; y más, viéndose llevar en brazos de la corregidora, y que le daba de un beso hasta ciento. Llegó, en fin, con la preciosa carga doña Guiomar a la presencia de su marido, y, trasladándola de sus brazos a los del corregidor, le dijo:
-Recebid, señor, a vuestra hija Costanza, que ésta es sin duda; no lo dudéis, señor, en ningún modo, que la señal de los dedos juntos y la del pecho he visto; y más, que a mí me lo está diciendo el alma desde el instante que mis ojos la vieron.
-No lo dudo -respondió el corregidor, teniendo en sus brazos a Preciosa-, que los mismos efetos han pasado por la mía que por la vuestra; y más, que tantas puntualidades juntas, ¿cómo podían suceder, si no fuera por milagro?
Toda la gente de casa andaba absorta, preguntando unos a otros qué sería aquello, y todos daban bien lejos del blanco; que, ¿quién había de imaginar que la gitanilla era hija de sus señores? El corregidor dijo a su mujer y a su hija, y a la gitana vieja, que aquel caso estuviese secreto hasta que él le descubriese; y asimismo dijo a la vieja que él la perdonaba el agravio que le había hecho en hurtarle el alma, pues la recompensa de habérsela vuelto mayores albricias recebía; y que sólo le pesaba de que, sabiendo ella la calidad de Preciosa, la hubiese desposado con un gitano, y más con un ladrón y homicida.
-¡Ay! -dijo a esto Preciosa-, señor mío, que ni es gitano ni ladrón, puesto que es matador; pero fuelo del que le quitó la honra, y no pudo hacer menos de mostrar quién era y matarle.
-¿Cómo que no es gitano, hija mía? -dijo doña Guiomar.
Entonces la gitana vieja contó brevemente la historia de Andrés Caballero, y que era hijo de don Francisco de Cárcamo, caballero del hábito de Santiago, y que se llamaba don Juan de Cárcamo; asimismo del mismo hábito, cuyos vestidos ella tenía, cuando los mudó en los de gitano. Contó también el concierto que entre Preciosa y don Juan estaba hecho, de aguardar dos años de aprobación para desposarse o no. Puso en su punto la honestidad de entrambos y la agradable condición de don Juan.
Tanto se admiraron desto como del hallazgo de su hija, y mandó el corregidor a la gitana que fuese por los vestidos de don Juan. Ella lo hizo ansí, y volvió con otro gitano, que los trujo.
En tanto que ella iba y volvía, hicieron sus padres a Preciosa cien mil preguntas, a quien respondió con tanta discreción y gracia que, aunque no la hubieran reconocido por hija, los enamorara. Preguntáronla si tenía alguna afición a don Juan. Respondió que no más de aquella que le obligaba a ser agradecida a quien se había querido humillar a ser gitano por ella; pero que ya no se estendería a más el agradecimiento de aquello que sus señores padres quisiesen.
-Calla, hija Preciosa -dijo su padre-, que este nombre de Preciosa quiero que se te quede, en memoria de tu pérdida y de tu hallazgo; que yo, como tu padre, tomo a cargo el ponerte en estado que no desdiga de quién eres.
Suspiró oyendo esto Preciosa, y su madre (como era discreta, entendió que suspiraba de enamorada de don Juan) dijo a su marido:
-Señor, siendo tan principal don Juan de Cárcamo como lo es, y queriendo tanto a nuestra hija, no nos estaría mal dársela por esposa.
Y él respondió:
-Aun hoy la habemos hallado, ¿y ya queréis que la perdamos? Gocémosla algún tiempo; que, en casándola, no será nuestra, sino de su marido.
-Razón tenéis, señor -respondió ella-, pero dad orden de sacar a don Juan, que debe de estar en algún calabozo.
-Sí estará -dijo Preciosa-; que a un ladrón, matador y, sobre todo, gitano, no le habrán dado mejor estancia.
-Yo quiero ir a verle, como que le voy a tomar la confesión -res-pondió el corregidor-, y de nuevo os encargo, señora, que nadie sepa esta historia hasta que yo lo quiera.
Y, abrazando a Preciosa, fue luego a la cárcel y entró en el calabozo donde don Juan estaba, y no quiso que nadie entrase con él. Hallóle con entrambos pies en un cepo y con las esposas a las manos, y que aún no le habían quitado el piedeamigo. Era la estancia escura, pero hizo que por arriba abriesen una lumbrera, por donde entraba luz, aunque muy escasa; y, así como le vio, le dijo:
-¿Cómo está la buena pieza? ¡Que así tuviera yo atraillados cuantos gitanos hay en España, para acabar con ellos en un día, como Nerón quisiera con Roma, sin dar más de un golpe! Sabed, ladrón puntoso, que yo soy el corregidor desta ciudad, y vengo a saber, de mí a vos, si es verdad que es vuestra esposa una gitanilla que viene con vosotros.
Oyendo esto Andrés, imaginó que el corregidor se debía de haber enamorado de Preciosa; que los celos son de cuerpos sutiles y se entran por otros cuerpos sin romperlos, apartarlos ni dividirlos; pero, con todo esto, respondió:
-Si ella ha dicho que yo soy su esposo, es mucha verdad; y si ha dicho que no lo soy, también ha dicho verdad, porque no es posible que Preciosa diga mentira.
-¿Tan verdadera es? -respondió el corregidor-. No es poco serlo, para ser gitana. Ahora bien, mancebo, ella ha dicho que es vuestra esposa, pero que nunca os ha dado la mano. Ha sabido que, según es vuestra culpa, habéis de morir por ella; y hame pedido que antes de vuestra muerte la despose con vos, porque se quiere honrar con quedar viuda de un tan gran ladrón como vos.
-Pues hágalo vuesa merced, señor corregidor, como ella lo suplica; que, como yo me despose con ella, iré contento a la otra vida, como parta désta con nombre de ser suyo.
-¡Mucho la debéis de querer! -dijo el corregidor.
-Tanto -respondió el preso-, que, a poderlo decir, no fuera nada. En efeto, señor corregidor, mi causa se concluya: yo maté al que me quiso quitar la honra; yo adoro a esa gitana, moriré contento si muero en su gracia, y sé que no nos ha de faltar la de Dios, pues entrambos habremos guardado honestamente y con puntualidad lo que nos prometimos.
-Pues esta noche enviaré por vos -dijo el corregidor-, y en mi casa os desposaréis con Preciosica, y mañana a mediodía estaréis en la horca, con lo que yo habré cumplido con lo que pide la justicia y con el deseo de entrambos.
Agradecióselo Andrés, y el corregidor volvió a su casa y dio cuenta a su mujer de lo que con don Juan había pasado, y de otras cosas que pensaba hacer.
En el tiempo que él faltó dio cuenta Preciosa a su madre de todo el discurso de su vida, y de cómo siempre había creído ser gitana y ser nieta de aquella vieja; pero que siempre se había estimado en mucho más de lo que de ser gitana se esperaba. Preguntóle su madre que le dijese la verdad: si quería bien a don Juan de Cárcamo. Ella, con vergüenza y con los ojos en el suelo, le dijo que por haberse considerado gitana, y que mejoraba su suerte con casarse con un caballero de hábito y tan principal como don Juan de Cárcamo, y por haber visto por experiencia su buena condición y honesto trato, alguna vez le había mirado con ojos aficionados; pero que, en resolución, ya había dicho que no tenía otra voluntad de aquella que ellos quisiesen.