domingo, 14 de marzo de 2010

El Agente Secreto (The Secret Agent)
Publicada en 1909, narra el fallido intento de un atentado a cargo a una institución misteriosa. Comienza cierto día, cuando el Sr. Verloc sale de su casa, que también funciona como una librería. Verloc ha dejado a su esposa Winnie y su hermano Stevie, quien tiene problemas de retardo mental, pero en algunos momentos entiende perfectamente bien. Verloc ha salido de su casa sin decirle a nadie,porque se dirige hacia un lugar del que nadie sabe nada, se dirige hacia un callejón ancho, con algunos arboles. Entra a una embajada, tiene una cita y lo dejan entrar rápidamente. Entra a la oficina del Sr. Vladimir, quien es un alto funcionario publico. Le da la bienvenida a Verloc, le dice que tiene sus informes en la mano y que no sabia para que los había escrito, Verloc, al escuchar esto, le pregunto si no estaba bien lo que había hecho. Vladimir le dice estaba harto de que diga siempre que piensa como ellos, que es uno de ellos, pero ser parte de ellos no bastaba, además el era una persona muy perezosa, con su cuerpo rechoncho era difícil darse cuenta que no hacia nada. Verloc, al escuchar esto, le dice a Vladimir, que no sabe lo que dice, que el esta con la causa. Vladimir le dice que estar con la causa no basta, que querían algo mas, querían actividad, querían que ocurra algo. Verloc pregunta a que se refiere con eso. Vladimir le dijo que a ellos no le importaban el, sino los hechos, hechos llamativos, querían que haga algo que tuviera impacto y nadie pudiera olvidar en mucho tiempo. Verloc le pregunta a Vladimir que quiere que haga. Vladimir le dice que el se hace llamar un agente provocador, y lo que hace es provocar, que en los últimos tres años no ha hecho nada por merecerce el dinero que le pagan todos los meses. Verloc le pregunta que es lo que tiene en mente a Vladimir, él le dice que quiere un gran atentado, Verloc pregunta que atentado seria. Vladimir le dice que el tema mas tocado de ese tiempo ya no es la realeza o la religión, por ende, no podrían atentar contra un rey o un cura, Verloc sugiere que hagan un atentado o atentados contra embajadas. Le dice el tema de mas interés publico es la ciencia, Vladimir sugiere la Astronomía, le recomienda un atentado contra el observatorio de Greenwich, que todos habían oído hablar de el, ese seria un gran golpe. Verloc le dice que eso seria difícil, Vladimir se exalta y le dice que porque seria difícil, acaso no tenia a si banda bajo control y le pagaba todos los meses, Verloc le dijo que volar el observatorio de Greenwich costara mas, Verloc le dice que eso nunca, que le iban a dar lo normal, que debía realizar un atentado contra el observatorio de Greenwich lo mas pronto posible, porque si no lo hacia, su relación con ellos iba a terminar, Verloc palidece, Vladimir se despide de el y Verloc sale y se dirige hacia su casa, no recuerda el camino, pero llega a su casa muy confundido.
Estevie, esta barriendo la tienda, Winnie esta en la cocina, Verloc mira fijamente a su cuñado, siempre pensó que era un hombre inútil, alguien a quien alimentar y nada mas, pero en ese momento Verloc vio en su retardado cuñado una gran utilidad. Winnie sale de la cocina y ve que su esposo ya llego. Se acerca y lo saluda, le pregunta que tal le fue en su paseo, Verloc le dice ha estado que bien, pero esta muy nervioso. Winnie le dijo que estaba muy preocupado por su hermano, que siempre que venían sus amigos, él los escuchaba hablar y le parecía que eran malos, le pidió que por favor ya no se reunieran en su casa, Verloc le dice que no se preocupe, esa noche iban a conversar en la taberna. Esa noche, Verloc se reune con sus amigos, Ossipon y El Profesor. Hablan de sus planes, Verloc, para animarse, habla de la injusticia en el mundo, el Profesor, habla de las nuevas bombas y detonadores que piensa fabricar. Cuando Verlos regresa a su casa, habla con Stevie, hablan largo rato de diversos temas, Verloc se despide de Stevie y le dice que continuaran hablando al día siguiente. Ya en la cama, Winnie, se siente muy aliviada cuando escucha que Verloc ha hablado con Stevie, el le dice que esta cansado y que al día siguiente seguirán hablando, y los dos duermen. Mientras Verloc hablaba con Stevie, y luego con Winnie, en la taberna, el Profesor había seguido hablando con Ossipon sobre temas en común.

Hablaban de bombas, detonadores y explosiones. Ossipon le pregunta al Profesor si le vende sus explosivos a cualquiera que le pide, el le dice su regla es no negarse a nadie. Ossipon le pregunta si es adecuada esa norma, el profesor dice que si lo es, Ossipon le pregunta si en todos los casos, el Profesor le dice que en cualquier circunstancia, los explosivos harán del mundo un lugar mas libre. Ossipon le pregunta que si un policía vestido de civil se le acerca a pedirle mercancía también se la daría, el Profesor le dice que conoce muy bien a los policías y nunca se le acercan. Ossipon le pregunta si no cree que lo atraparan y lo mataran, para atraparlo deberían ser héroes porque siempre que camina por la calle tiene la mano en un botón que accionaría un juego de explosivos que siempre lleva pegados al cuerpo. Ossipon se sorprende, el Profesor le enseña el detonador y Ossipon no lo puede creer, porque luego saca otro y otro, no puede creer que un hombre camine por la calle con tantos explosivos. Ossipon le pregunta si el detonador es instantáneo, el Profesor le dice que no, que cuando aprete el botón, van a transcurrir veinte segundos completos antes de que estalle la bomba. Ossipon se sorprende aun mas cuando escucha esto y le pregunta si a otras personas les vende con el mismo mecanismo, el Profesor le dice que no, que ese mecanismo es personal, que lo ha diseñado para el mismo, para los demás, estaba diseñando un explosivo diferente, variable, que se acomode a la circunstancia de cada uno, seria un detonador inteligente, para que cada uno gradué el tiempo entre la decisión y el resultado. Ossipon, para saber si entendió, le dijo al Profesor que si el apretaba la bola de goma, el tendría veinte segundos para salir corriendo. El Profesor le dijo que no se ilusionara, que en veinte segundos no se salvaría, nadie en esa taberna se salvaría en veinte segundos, todos volarían por los aires, le pregunto a Ossipon si quería una demostración, el le dijo que no. El Profesor le dijo que no se preocupara, que no era el momento, que la seguridad del mundo dependía de personas como el, Ossipon preguntó porque como el. El Profesor le dijo que era porque el tenia carácter, no se dejaba seducir por la muerte, que tenían una relación de colegas, que el depende de la muerte y la muerte depende de el, que esa es su fuerza. Ossipon le pregunta que es lo que busca que es lo que realmente quiere, porque estaban haciendo todo eso según el. El Profesor le dijo a Ossipon que el lo sabia mejor que el, el buscaba encontrar el detonador perfecto, ese era su anhelo, que ya estaba muy cerca de lograrlo, que el día en que encontrara el detonador perfecto seria un gran día para el y para todos. Ossipon le pregunto con quien lo probaria, el Profesor le dijo que lo probaria con Verloc, había recibido un encargo e iba a probar un nuevo detonador con el Ossipon le pregunta que encargo era, pero el Profesor se va sin responder a la pregunta de Ossipon. Lo que ha dicho el profesor es verdad, en parte, porque le ha dado una bomba a Verloc, que en ese momento esta durmiendo con su esposa, Winnie, y su cuñado Estevie, es la víspera de los trágicos hechos.

A la mañana siguiente, la familia de Verloc se despierta mas tarde que de costumbre, después de desayunar, Verloc le dice que va a salir con Estevie, que iba a salir, iba a sacarlo a pasear para que tome un poco de aire y regresaran para almorzar, Winnie se alegra mucho cuando escucha esto. Poco después, Verloc sale a la calle con su cuñado Estevie. Ya afuera, Verloc le dice a Estevie, que el es un joven inteligente, que siempre lo había impresionado por la capacidad que tiene de realizar grandes hazañas, Verloc le dijo que le iba a pedir algo de lo que se iba a sentir orgulloso toda su vida, algo de lo que siempre se va a acordar. Verloc le hizo a recordar a Estevie cierto día que había visto sufrir a un caballo, le dio que no podían permitir eso mas, le dijo que ya no debían sufrir ni los caballos ni las personas. En ese momento se detiene un tren, Verloc le dice que suba, que iban a pasear un poco mas lejos. Cuando subren, Verloc le dice a Estevie, que su causa defiende el bien, su compromiso es con la justicia y el bien de la humanidad que ellos querian vivir en un mundo mejor, pero habia algo que lo impedia y ellos debian destrutir eso que lo impedia, que debian destruir eso que les robaban todo lo que es de ellos. Estevie se sentia imprecionado por lo que Verloc le decia. Verloc le dijo que iba a hacer algo muy grande, Estevie le pregunto que iba a hacer, Verloc le dijo que ya lo estava haciendo, lo estava acompañando a llevar un aparato al observatorio de Greenwich, era un aparato muy importante. Verloc le enseña la bomba sin que nadie mas lo viera, ademas le enseña a Estevie como funciona el aparato, que funcionaba como una camara fotografia, Estevie compernde a la perfeccion que debia hacer. Llegan a su destino y bajan del tren, Verloc le enseña a Estevie como llegar al observatorio, le dice que camine hacia el observatorio, que deje el parato, que aprete la bola de goma, el detonador, y regrese corriendo hacia donde estava el, y despues de hacer eso, seria un ser aclamado por toda la humanidad. Estevie, camina hacia el observatorio, tiene la bomba en sus manos y el detonador en su bolsillo, Verloc no pierde el tiempo y corre en direccion opuesta al observatorio, se detiene un momento para tomar aire, pero mucho antes de lo previsto, suena el estallido de la bomba.

La multitud se altera al escuchar el sonido de la bomba al estallar, llega la policia y los calman por unos minutos. Cuando llegan los detectives, ven la escena del accidente, el cuerpo de la pobre victima estava completamente irreconocible, cuando llega el detective a cargo, pide que traigan palas para recoger el cuerpo sin forma que estava en el suelo. Cuando estan registrando la escena, descubren algo, lo llevan a la estacion de policia y lo revisan muy detalladamente. Esa tarde, los periodicos publican la noticia diciendo que la bomba a estallado en el cuerpo de un joven, del cual se han encontrado restos irrreconocobles. En la estacion de policia, el inspector jefe Heat, junto con el subdirector de policia, revisan al evidencia encontrada. El sbudirector le pregunta al inspector que es lo que tienen hasta ese momento, el le dice que solo tienen una direccion que han sacado del abrigo de la victima, la direccion estava escrita con tinta especial para telas. El subdirector se sorprendio al escuchar que tenia su direccion anotada en su ropa, como era posible que un terrorista se olvided e su direccion. El subdirector le pregunto que era esa direccion, el inspector le dijo que era una tienda de revistas, a nombre de un tal Verloc, el subdirector le pregunta como sabe el nombre del dueño, el subdirector le pregunto como sabia eso. Heat le dice que el era sospechoso de ser agitador, que vivia con su esposa y su joven cuñado en la misma casa. El subdirector le pregunto si el cuerpo encontrado era el de Veroc, el inspector le dijo que Verloc era un hombre voluminoso, y que a partir de los restos mas grandes que se han encontrado, se deduce que la bomba la llevava un joven. El subdirector, pregunta si Verloc vive con su joven cuñado, seria capas de haberlo mandado con una bomba al observatorio de Greenwich. El inspector le dijo que eso iba a averiguar, que se iba a ir a la casa de Verloc para interrogarlo y detenerlo, el subdirector le dijo que no lo detuviera, que lo dejara libre y lo asustara, porque tenian que llegar con sus superiores, el inspector accedio al pedido.

El inspector llego rapidamente a la tienda de Verloc, entro y se encontro con Winnie. Le pregunto a Winnie donde se encontraba Verloc, ella le dijo que habia salido con su hermano a dar un paseo. Winnie le pregunta para que quiere ver a su esposo, el inspector le dice que queria hacerle algunas preguntas. Heap le dice que ha llegado a ellos, un pedazo de un abrigo, que ha sido robado, Winnie le dice que a ellos no se les ha perdido ningun abrigo. El inspector le dijo que era algo curiosos, porque en un pedazo del abrigo, habia una etiqueta que tenia la direccion de esa casa, escrita con tinta especial para ropa, como la que venden ellos en su tienda. El inspector le muestra el pedazo de la prenda, Winnie lo coge para revisarlo mas detalladamente, palidece al reconcoerlo. El inspector le pregunta si lo reconcoe, Winnie le dice que es de su hermano Estevie, el inspector le pergunta donde esta su hermano, Winnie le dice que salio con su esposo en la mañana. Winnie comienza a divagar, no sabe que ha pasado, Estevie salio con Verloc, asi que nadie pdo haberle robado, como pudieron cortar su abrigo, que habia pasado. Heap, le pregunto si sabia de la bomba que exploto esa mañana en el observastorio de Greenwich, Winnie le dijo que si habia escuchado, pero no entendia que tenia que ver ella en eso. En ese momento, Verloc entra por la puerta. Verloc reconoce al isnpector y se sorprende al verlo, pregunta que hace el en su casa. El inspector le dice que quier hablar con el, Verloc le dice que hablara, pero solo con el sin nadie presente. Los dos hombres salen de la bodega y entran a la sala, ignorando las preguntas desesperadas de Winnie por su hermano, para no quedarse con la duda, Winnie apoya su oreja en la puerta. En la sala, el inspector le pregunta a Verloc si el era el otro hombre, Verloc se hace el desentendido, el inspector le dice que hay testigos que han visto a dos hombres, uno que estallo con la bomba y otro que lo acompañaba, pero que lo dejo solo y corrio. El inspector lo acuso directamente diciendo que el era el hombre que corrio, el otro, el que estallo con la bomba, mas pequeño, era su cuñado. El inspector, al no esuchar respuesta alguna, supo que sus acuasciones eran verdaderas. Verloc le dice al inspector que el lo conoce y sabe que es un hombre recto. El inspector le dice que es inutil que lo niegue, que el sabe de sus actividades, pero el hecho de incluir a su joven cuñado, era una bajeza. Verloc le dice que no haga acusaciones falsas y tan graves. El inspector le pregunta si sabe como murio su cuñado, Verloc le dice que no, el inspector le cuenta. Le dice que su cuñado camianaba con la bomba en las mano, cuando se tropezo con las raices de un arbol, callo y la bomba exploto inmediatamente, y tuvo que mandar a traer palas para recoger lo que quedaba del cuerpo. Cuando Winnie, escucha esto, s retira inmeditamente de la puerta, un adorno cae al suelo y se rompe, pero en la sala no escuchan, entonces Winnie, se acerca nuevamente a la puerta. Verloc ya estava rendido ante las acusaciones, le dijo al inspector que lo llevara arrestado de una vez. Pero el inspector le dice que no lo va a hacer, le recomendaba que huya, que se vaya, Verloc le pregunta a donde, el inspector le die que contacte a sus amigos de la organizacion para que lo ayuden, Verloc le dice que no tiene amigos, el inspector le dice que se las arregle y se despide. Sale de la sala y se despide de Winnie, pero ella no le responde el saludo.

Verloc sale de la habitacion y se da cuenta en la cara de Winnie que ha escuchado todo. Intenta hablarle, pero cuando escucha la voz de su esposo, Winnie se estremece. Verloc le dice que el sabe que ha escuchado todo, que no sabia como decirle que pertenecia a un grupo de personas idealistas que quieren que el mundo sea algo ams decente, como ella quiere que fuera. Le dice que ella no comprende, que Ossipon, el Profesor y sus demas amigos tambien pretenecen a ese grupo. Verloc le dice que ahora ya lo sabe todo, que ya no hay secretos entre ellos. Winnie mira a Verloc fijamente, en sus ojos se ve el terror. Verloc le dijo que no queria que Estevie sufriera, pero Winnie no se mueve ni da respuesta alguna. Verloc piensa que su esposa se ha quedado paralizada, pero ve que se lleva la mano a la cara. Verloc, al no ver reaccion alguna, se dirige hacia la cocina, coge la carne de la comida, coge un tenedor y un cuchillo, y los acomoda listos para que coman, como si nada hubiera ocurrido. Verloc se acerca a Winnie y le dice que el policia ha sido muy tonto al decirle todo de golpe, el no sabia como decirselo, por eso no dijo nada, que estava sufriendo mucho, pero debian pensar en el futuro, debian pensar en ellos, que debian olvidar a Estevie. Verloc, se dirige a la cocina, se sienta y comienza a comer, pensando que Winnie se acercara para acompañarlo. Verloc, al ver que no se acerca, trata de animarla, se dirige hacia la puerta y le dice que lo mira, se mueev y lo mira fijamente. Winnie le dijo que no queria volver a verlo mientras siga viva. Verloc se hace el desentendido y le dice que debe cambiar su expresion, que no podia atender la tienda con ese rostro. Le pidio que le conteste, pero no escucho respuesta alguna y le dijo que volviendose muda no lo traeria nuevamente a la vida. Le dijo que reaccionara, que lo viera mejor como que hubiera pasado si el muerto era el, iba a ser mucho peor. Verloc no ve que su esposa se mueva ni hable, asi que se sienta junto a ella. Verloc le toca la mejilla a su esposa, pero casi inmeditamente la suelta.

Winnie no entiende lo que ha pasado, pero sabe que es lo que va a pasar. Sale corriendo hacia la cocina. Verloc piensa que lo mejor es dejarla sola, pero su curiosidad lo obliga a seguirla paso a paso. Ve a Winnie sentada, dandole la espalda, ubicada donde Esteve solia sentarse para dibujar. Verloc mira a su esposa por unos minutos, luego, regresa a la sala donde camina de un lado a otro, con un aire de animal enjaulado, luego se vuelve a asomar a la cocina y sigue viendo a su esposa de espaldas. Verloc entra y le dice que ella no sabe con lo que ha tenido que lidiar todos esos años, con un hombre diabolico, que era verdad que no le dino nada, que durante sus siete años de casados habia corrido el riesgo de que le claven un puñal, no le decia porque no queria darle preocupaciones a su esposa, no tenia porque enterarse. Al escuchar esto, Winnie se pone de pie, de espaldas a su esposo. El señor Verloc le mira la espalda a su esposa, como si en ella viera el efecto de sus palabras. Verloc le dice que con su antiguo jefe era distinto, que ahora Vladimir le pedia que haga cosas horribles. Verloc se acerca al lavadero de la cocina y se sirve un vaso con agua. Luego le dice que lo soporto, que lo soporto por ella. Winni voltea y le mira la cara, pero no lo ve a el, sino ve un punto que esta mas atras de Verloc. Verloc le dice que lo hecho, echo está, que tendra que recobrarse, Verloc le dice que ahora tendra que ir a su habitacion, que tenia mucho que llorar, que llorara mucho y se iba a recobrar. Winnie, despues de escuchar esto, solo dijo una frase muy cortante, dijo que podrian haber sido padre e hijo. Verloc no entendio que habia dicho, y le preguntaba una y otra vez que repitiera lo que dijo. Verloc dijo que si estuviera en la embajada, ellos verian de lo que es capaz. Mientras Verloc habla, Winnie recuerad el momento en que Verloc se llevo a Estevie para tomar un poco de aire, no fue la muerte quien se llevo a su hermano, Verloc lo llevo para matarlo y ella lo permitio como si fuera una tonta sin remedio, pensaba que Verloc, despues de matar a su hermano, habia vuelto a casa como cualquier esposo normal, se echa sobre el divan de la sala. Verloc seguia reclamando e insultando a la embajada por todo lo que habia pasado. Winnie voltea la cabeza para ver a su esposo, quien hablaba mirando al techo. Verloc le dijo a Winnie, que no sabia nada porque no podia decirle nada, que el iria a prision por muchos años, y lo importante era que ella cuide el negocio, que ella se iba a quedar frente de todo, que iba a ser la duela de todo, mientras que el esta en prision.

Mientras Verloc sigue hablando, Winnie coge el cuchillo que Verloc habia usado anteriormente para cortar carne, lo agarra fuertemente, pero Verloc sigue mirando al techo y no se da cuenta. Verloc llama a Winnie, ella le responde, Verloc estira la mano en direccion a su esposa, pero esta muy lejos para que la agarre. Verloc le dice que se acerque a el. Pero no responde, Verloc voltea la cabeza para mirar a su esposa, ve la mano que lleva el cuchillo, veque se mueve hacia arriba, avanza con el cuchillo en alto, como si estuviera poseida, la cara de su esposa se parece cada vez mas a su cuñado, pero Verloc sigue viendo el cuchillo en la mano de su esposa, Winnie acanza lentamente, que le da tiempo a Verloc de reconocer que ella es su esposa y el cuchillo es de su cocina. Verloc siente un nudo muy fuerte en la garganta que no deja que se mueva, ve el moviemiento acelerado de la mano de Winnie que lleva el cuchillo en la mano, pero es muy tarde, el cuchillo ya fue clavado con fuerza y furia en el pecho de Verloc, sin encontrar resistencia alguna, causandolela muerte inmediata. Despues de es golpe, Winnie da un respiro profundo y liberador, una libertad que no sentia desde que el inspector le mostro el pedazo del abrigo de Estevie. Winnie mira el cuerpo sin vida de su esposo. La Sra. Verloc no siente nada, hasta que suenael reloj de su sala, luego escucha como cae la sangre del cuerpo de su esposo. Winnie, desesperada, corre hacia la puerta. Ha decidido correr hacia el rio y suicidarse, pero se detiene y piensa, se da cuenta que quitarse la vida no tiene sentido, asi que va a huir, sube a su cuarto, alista sus cosas rapidamente y sale corriendo a la calle. Ya afuera, corre, pero detras de ella comienza a correr Ossipon, el amigo de su esposo, la ve, corre detras de ella y la alcanza. Winnie siempre sintio algo por Ossipon, un afecto secreto, un romance escondido. Ossipon le dice que ya se entero de lo que habia ocurrido, que lo sentia mucho, luego le pregunto a donde se dirigia. Winnie le dice que iba a buscarlo, que tenia que huir, que tiene dinero y queria que vaya con ella, que huyan juntos, en un largo viaje. Ossipon le pregunta que le pasa, Winnie le dice que se lo dira luego, que ahora debia acompañarla a la estacion del tren, para que viajen a Francia, Ossipon le dice que debia buscar a alguien mas interesado en ayudarla en sus dificultades, pero Winnie le dice que el conoce sus dificultades. Ossipon le dice que compro el periodico y se encontro con un hombre que le conto lo que habia ocurrido, se dirigio a su casa, como la puerta estava abierta entro y vio el cuerpo si vida de Verloc, le dijo que eso no importava, que estaba loco de amor por ella, que mas alla de las palabras y los actos, estava dispuesto a hacer lo que sea por ella. Winnie le dice que si es asi, que vaya con ella. Minutos despues, Ossipon esta sentado junto a Winnie en el tren, han decidido viajar a Francia, estan tomados del brazo, pero no se miran, pero Ossipon, ya no se siente tan enamorado de Winnie, ya no esta tan dispuesto como antes de escapar para siempre con Winnie, despues de todo, es una asesina. Cuando puede, Ossipon inventa una excusa y sale del tren ara ya no regresar. Mientras, en el tren, Winni siente como el tren se mueve, comienza a pedir que detengan el tren, luego, comienza a llamar a Ossipon cada vez mas fuerte, pero no lo esucha, porque ya esta muy lejos de la estacion de tren.
Al dia sigueinte, en la teberna en donde se reunieron la ultima vez con Verloc, Ossipon y el Profesor se encuentran. El Profesor decia que Verloc siempre fue muy tonto, que el le dio el detonador y Verloc se lo do a su cuñado, que no supo como utilizarlo o lo hizo a destiempo. El Profesor le pregunta a Ossipon si se entero de lo otro que ocurrio, enseñandole un periodico, Ossipon le dice que esta muy oscuro para leer, el Profesor le dice que Winnie se ha suicidado, que se ha tirado de un barco, le enseña el periodico que dice que una pasajera se ha tirado desde un barco, que habia un gran misterio detras de ese acto de locura o desesperacion. Ossipon se apena por Winnie, en cambio el Profesor le dice nque esa es la historia de siempre, que era gente debil y mediovre, que solo los fuertes sobreviven y seran los dueños del mundo. Ossipon le pregunta el significado de esa frase, el Profesor le dice que la locura y la desespernaza, que le den locura y desesperanza y sera dueño del mundo, porque la locura y la desesperacion son fuerzas y la fuerza es un delito a los ojos de los mediocres, que todos son mediocres, pero el tiempo de los mediocres terminara y llegara el tiempo de la locura y la desesperacion, que se las den como palanca y cambiara el mundo, termino diciendole a Ossipon que tiene por siempre su cordial desprecio y se despidio. Ossipon le dijo al Profesor que queria trabajar con el. El profesor le dio una lista de productos para que los consiguiera y despues de eso le dijo que seguiran juntos en la locura y la desesperacion. El Profesor se retira y camina tranquilamente como cualuiqer hombre, pero siempre llevando consigo msu cargamento de explosivos y sus locas ideas.


A continuacion, un capitulo de "El Agente Secreto":
VII

El Subjefe de Policía caminó por un corto y estrecho pasaje que parecía una trinchera mojada y lodosa, luego cruzó una amplia avenida y entró en un edificio público donde solicitó hablar con el joven secretario privado (sin renta) de un importante personaje.


Ese joven rubio, lampiño, cuyo pelo peinado simétricamente le daba el aspecto de un escolar grande y pulcro, respondió al pedido del Subjefe con aire de duda y el aliento entrecortado.


—¿Si querrá verlo a usted? No sé qué decirle al respecto. Hace una hora salió de la Cámara, caminando, para hablar con el Subsecretario Permanente y ahora está por volverse. Lo deben haber llamado; pero supongo que habrá ido para hacer un poco de ejercicio: es todo el que logrará hacer mientras dure esta sesión. No me quejo; más bien me alegro de estos pequeños paseos. Él se apoya en mi brazo y no abre los labios. Pero está muy cansado, le aseguro, y... bueno... no es el más dulce de sus días el de hoy.


—Se trata del asunto de Greenwich.


—¡Oh! ¡Vaya! Está muy enojado con ustedes. Pero iré a ver, si usted insiste.


—Hágalo. Eso se llama ser un buen chico dijo el Subjefe.


El secretario sin renta se sentía admirado ante tanta decisión.


Compuso una expresión inocente en su cara, abrió una puerta y avanzó con la seguridad de un niño hermoso y privilegiado. De inmediato reapareció, e hizo un gesto con la cabeza al Subjefe que, tras pasar por la misma puerta abierta para él, se encontró en una amplia sala frente al importante personaje.


Corpulento y alto, con una larga cara blanca, que remataba en una gran papada y parecía un huevo guarnecido por delgadas patillas grisáceas, el gran personaje impresionaba como un individuo que hubiese sido agrandado. Su ropa no lo favorecía en nada; el cruce de su saco negro daba la impresión de que la abotonadura de la prenda hubiese sido estirada al máximo. Desde la cabeza, asentada sobre un cuello grueso, los ojos, con los párpados inferiores hinchados, miraban con una arrogante inclinación a los costados de una nariz ganchuda y agresiva, de noble prominencia en la amplia superficie pálida de la cara. Un sombrero de copa brillante y un par de guantes gastados reposaban, ya listos, en la punta de una gran mesa que también parecía agrandada, enorme.


Este hombre estaba parado frente a la chimenea sobre sus grandes y holgados botines. No dijo una sola palabra de saludo.


—Quisiera saber si esto es el comienzo de otra campaña de dinamita— preguntó de inmediato con voz suave y profunda—. No se pierda en detalles, no tengo tiempo.


Frente a este personaje, la figura del Subjefe de Policía tenía la frágil delgadez de una caña comparada con un roble. Y por cierto que la foja intachable de los antepasados de ese hombre sobrepasaba en número de centurias al roble más antiguo del país.


—No. En la medida en que la objetividad es posible, puedo asegurarle que no.


—Sí. Pero su idea de la seguridad— dijo el importante hombre con un ademán desdeñoso de su mano hacia la ventana que daba a la avenida exterior— parece consistir en hacer que el Secretario de Estado quede como un idiota. En este mismo salón, hace menos de un mes atrás, me dijeron que sucesos de este tipo era imposible que ocurrieran.


El Subjefe de Policía echó una mirada tranquila en dirección a la ventana.


—Permítame recordarle, Sir Ethelred, que hasta ahora no he tenido oportunidad de darle seguridades de ninguna índole.


Los ojos soberbios se inclinaron ahora para enfocar al Subjefe.


—Es verdad— confesó con voz profunda, suave—. Mandé llamar a Heat. Usted es todavía un novicio en su empleo. ¿Y cómo le va por allá?


—Creo que voy aprendiendo algo todos los días.


—Por supuesto, por supuesto. Espero que adelante.


—Gracias, Sir Ethelred. He aprendido algo hoy, incluso en esta hora pasada, más o menos. Hay muchas cosas en este asunto que no tienen el aspecto habitual de un atentado anarquista, incluso si se lo mira hasta sus últimas profundidades. Por eso estoy aquí.


El gran hombre puso los brazos en jarras; el dorso de sus manos se apoyaba en las caderas.


—Bien. Prosiga. Sin detalles, por favor. Ahórreme los detalles.


—No voy a molestarlo con ellos, Sir Ethelred— comenzó el Subjefe con una seguridad tranquila y sin atribulaciones. Mientras iba hablando, detrás de la espalda del gran hombre las manos del reloj— una masa pesada y resplandeciente de sólidas volutas, del mismo mármol oscuro que la chimenea, con un tictac fantasmagórico y sordo— recorrieron el espacio de siete minutos. El Subjefe habló con estudiada fidelidad en estilo parentético, en el que cada pequeño hecho— es decir, cada detalle encajaba con deliciosa holgura. No hubo ni un murmullo ni un gesto de interrupción. El gran personaje podía haber sido la estatua de uno de sus principescos ancestros, desprovisto del equipo de guerra de un cruzado y metido dentro de una mal entallada levita. El Subjefe sintió que tenía vía libre para hablar durante una hora. Pero se dominó y al cabo del tiempo antes mencionado, desembocó en una repentina conclusión, que al reproducir el aserto que abriera la entrevista, sorprendió en forma agradable a Sir Ethelred por su aparente prontitud y fuerza.


—La clase de hecho que subyace en este asunto, sin gravedad por otro lado, no es común— al menos en esta forma— y requiere tratamiento especial.


El tono de Sir Ethelred se profundizó, pleno de convicción.


—Creo que debe ser así... ya que está involucrado el embajador de un país extranjero.


—¡Oh! ¡El embajador!— protestó el otro, erguido y flaco, permitiéndose no más que una media sonrisa—. Sería tonto de mi parte insinuar algo en ese sentido. Y es absolutamente innecesario porque, si no estoy errado en mis conjeturas, es un simple detalle que se trate del embajador o del portero.


Sir Ethelred abrió una boca enorme, como una caverna, en la que la nariz ganchuda parecía estar ansiosa por hundirse; de ahí provino un sonido quebrado, descolorido, como si viniera de un órgano distante, con registro de indignación despreciativa.


—¡No! Esta gente es insoportable. ¿Qué quieren hacer importando sus métodos de la Crimea tártara? Un turco tendría más decencia.


—Usted olvida; Sir Ethelred, que no sabemos, hasta ahora, nada objetivo, si hablamos con propiedad.


—¡No! ¿Pero cómo define esto, en pocas palabras?


—Descarada audacia que se incrementa con una peculiar puerilidad.


—No podemos tolerar la inocencia de chiquitos sucios— dijo el importante personaje, inflándose un poco más, por decir así. La mirada altiva se abatió aplastante sobre la alfombra, a los pies del Subjefe—.


Tenemos que darles un buen golpe en los nudillos por este asunto.


Debemos estar en posición de... ¿Qué piensa usted, en general, dicho en pocas palabras? No necesita detallar nada.


—No, Sir Ethelred. En principio, yo establecería que la existencia de agentes secretos no debe ser tolerada, ya qué tiende a aumentar los objetivos peligros del mal contra el que se los usa. Que los espías se fabrican su propia información es un perfecto lugar común. Pero en la esfera de la acción política y revolucionaria, que en parte descansa en la violencia, el espía profesional tiene todas las facilidades para fabricar los hechos mismos y desplegar el doble flagelo de la emulación, en un sentido, y del pánico, la legislación precipitada, el odio irreflexivo, en otro. Sin embargo, éste es un mundo imperfecto...


El personaje de la voz profunda, parado sobre la alfombra de la chimenea, inmóvil, con los grandes codos hacia afuera, dijo con precipitación:


—Sea conciso, por favor.


—Sí, Sir Ethelred... un mundo imperfecto. Por lo tanto, el carácter mismo de este asunto me ha sugerido que debe ser tratado con especial secreto y por ello me atreví a venir aquí.


—Muy bien— aprobó el personaje, mirando con complacencia desde el tope de su doble mentón—. Me complace que en su negocio haya alguien que piense que de cuando en cuando debe confiarse en el Secretario de Estado.


El Subjefe de Policía sonrió, divertido.


—En verdad estaba pensando que lo mejor, en este punto, sería reemplazar a Heat por...


—¡Qué! ¿Heat? Un asno, ¿eh?— exclamó el gran hombre, con clara animosidad.


—De ningún modo. Le ruego, Sir Ethelred, que no malinterprete mis observaciones.


—Entonces ¿qué? ¿Listo a medias?


—No... al menos no por regla general. Todas las bases para mis conjeturas las proporcionó él. Lo único que descubrí por mí mismo es que estuvo utilizando a ese hombre en forma privada. ¿Quién podría acusarlo por eso? Es un policía de la vieja escuela. Virtualmente me dijo que tiene que tener herramientas para poder trabajar. A mí se me ocurre que esta herramienta debe estar al servicio de la división de crímenes especiales en su conjunto, en lugar de seguir siendo propiedad privada del jefe Inspector Heat. He entendido mi concepto de nuestros deberes departamentales a la supresión del agente secreto.


Pero el Jefe Inspector Heat tiene un criterio anticuado. Me acusaría de pervertir la moral y de atacar la eficiencia de nuestra división. Amargamente definiría ese acto como protector del grupo criminal de los revolucionarios.


—Sí, ¿Pero usted qué quiere?


—Quiero decir, en primer térmico, que es una flaca conveniencia el estar en condiciones de declarar que cualquier acto violento, daño a la propiedad o destrucción de vidas humanas no es trabajo del anarquismo; sino de algo completamente distinto, algún tipo de bandidaje autorizado.

Y, me imagino yo, esto es mucho más frecuente de lo que suponemos.

En segundo lugar, es obvio que la existencia de esas personas a sueldo de gobiernos extranjeros destruye hasta cierto punto la eficiencia de nuestra vigilancia. Un espía de ese tipo está en condiciones de ser más temerario que el más temerario de los conspiradores. Su tarea está libre de cualquier limitación; no tiene toda la fe que se necesita para el nihilismo absoluto, ni el respeto por la ley que implica la desobediencia a ella. En tercer lugar, la existencia de esos espías entre los grupos revolucionarios, que se nos reprocha estar amparando, tiene que cesar por completo. Usted escuchó una afirmación tranquilizadora del Inspector Heat, hace un tiempo. No eran palabras sin base... sin embargo, tenemos ahora este episodio. Lo llamo episodio, porque este asunto, me arriesgo a asegurarlo, es episódico; no integra ningún plan general, por descabellado que fuese. Las mismas peculiaridades que sorprenden y dejan perplejo al jefe Inspector Heat son, a mis ojos, las que determinan sus características. Estoy dejando de lado los detalles, Sir Ethelred.

El personaje parado frente a la chimenea había prestado profunda atención.

—Eso es. Sea lo más conciso posible.

El Subjefe indicó con gesto formal y deferente que estaba ansioso por ser conciso.

—Hay una especial idiotez y debilidad en la ejecución de este asunto, que me da excelentes esperanzas de llegar hasta el fondo y encontrar allí algo más que un capricho individual y fanático. Sin duda se trata de algo planeado. El virtual ejecutor parece haber sido llevado de la mano al lugar y luego abandonado a toda prisa, para que se arreglara por sus propios medios. Se infiere que fue traído del exterior con la finalidad de cometer este atentado. A la vez estamos forzados a deducir que no debía saber suficiente inglés como para preguntar por su camino, a menos que aceptemos la fantástica teoría de que se trataba de un sordomudo. Me pregunto ahora... pero es absurdo. Se mató en forma accidental, es evidente. No es un accidente extraordinario. Pero queda un pequeño hecho extraordinario: la dirección que tenía en su abrigo, descubierta por el más casual de los accidentes. Es un hecho pequeño e increíble; tan increíble que explicarlo puede llevarnos hasta el mismo fondo de este problema. En lugar de ordenar a Heat que siga en el caso, me propongo buscar personalmente esa explicación... por mí mismo, quiero decir, en donde haya que buscarla. Y está en cierto negocio de Brett Street, en los labios de cierto agente secreto, que en una época fue espía confidencial del difunto Barón Stott—Wartenheim, embajador de una gran potencia ante la corte de St. James.

El Subjefe hizo una pausa y luego agregó:

—Esos tipos son una peste perfecta. A fin de elevar su mirada altiva a la cara del que hablaba, el personaje parado sobre la alfombra de la chimenea había inclinado su cabeza hacia atrás, gradualmente; esa posición le daba un notorio aire arrogante.

—¿Por qué no dejarle el asunto a Heat?

—Porque es un policía a la vieja usanza. Y esos tienen su propia moralidad. Mi sistema de pesquisa le parecería una horrenda perversión del deber. Para él, el deber consiste en imputar la culpabilidad a tantos anarquistas prominentes como pueda, sobre la base del más mínimo de los indicios que haya encontrado en el curso de su examen del lugar del hecho; en tanto que yo según diría él soy proclive a reivindicar la inocencia de esa gente. Trato de ser lo más conciso posible presentándole este oscuro asunto sin detalles.

—¿Diría? ¿Lo diría?— musitó la altiva cabeza de Sir Ethelred, desde su encumbrada eminencia.

—Eso me temo... con una indignación y un disgusto del que ni usted ni yo tenemos la menor idea. Él es un excelente servidor. No debemos abrigar sospechas indebidas respecto de su lealtad; siempre es un error hacerlo. Además, quiero libertad de acción, mayor libertad que la que sería conveniente otorgarle al jefe Inspector Heat. No tengo el menor deseo de perdonar a este individuo Verloc. Se aterrará, me supongo, al comprobar qué rápidamente se encontró una conexión, cualquiera que sea, entre él y este asunto. Asustarlo no será muy difícil.

Pero nuestro verdadero objetivo está detrás de él, en alguna parte.

Quiero que usted me autorice a darle todas las garantías de seguridad personal que yo estime adecuadas.

—Por supuesto— dijo el personaje parado frente a la chimenea—. Investigue todo lo que pueda; investigue a su propio modo.


— Voy a empezar sin pérdida de tiempo, esta misma noche dijo el Subjefe.

Sir Ethelred puso una mano bajo los faldones de su levita y, echando atrás la cabeza, lo miró con fijeza.

—Tenemos una sesión muy larga esta noche. Venga a la Cámara con sus descubrimientos, si todavía no nos hemos retirado. Le advertiré a Toodles que lo espere. Él lo introducirá en mi oficina.

La numerosa parentela y las amplias conexiones del juvenil Secretario Privado acariciaban la esperanza de que sería dueño de un austero y eminente destino. Entretanto, la esfera social que él adornaba en sus horas de ocio había elegido mimarlo con ese sobrenombre. Y Sir Ethelred, que lo oía en los labios de su mujer e hijas todos los días, en especial a la hora del desayuno, le había conferido la dignidad de aceptarlo sin sonrisas burlonas.

El Subjefe de Policía se sintió sorprendido y gratificado en extremo.

—Iré, sin duda, a la Cámara con mis descubrimientos, por si usted tiene tiempo para...


—No tengo tiempo— lo interrumpió el gran personaje—. Pero lo veré.

Ahora no tengo tiempo... ¿Irá usted en persona?

—Sí, Sir Ethelred. Me parece que es la mejor manera.

El gran personaje había echado tan atrás su cabeza que, para poder observar al Subjefe, casi tenía que cerrar los ojos.

—Hum. Ajá. ¿Y cómo se propone?... ¿Va a presentarse con otra personalidad?

—¡No totalmente! Me voy a cambiar de ropa, por supuesto.


—Por supuesto— repitió Sir Ethelred, con una especie de altivez distraída. Volvió su pesada cabeza y por encima del hombro echó una soberbia mirada oblicua al voluminoso reloj de mármol, de tenue sonido.

Las agujas habían tenido oportunidad de recorrer no menos de veinticinco minutos a sus espaldas.

El Subjefe de Policía, que no podía verlas, se puso algo nervioso en el intervalo. Pero el Secretario de Estado se volvió hacia él con una cara calmosa y sin desánimo.

—Muy bien— dijo e hizo una pausa, con deliberado menosprecio del reloj oficial—. ¿Pero qué lo ha determinado a seguir este camino?

—Siempre me he manejado según mis corazonadas.

—¡Ah, sí! Corazonadas. Claro. Pero ¿cuál es el motivo inmediato?

—¿Qué puedo decirle, Sir Ethelred? El rechazo de un hombre nuevo frente a los viejos métodos. El deseo de saber algo de primera mano.

Cierta impaciencia. Es mi antiguo trabajo, pero con ropas distintas.

Esto me ha producido picazón en uno o dos lugares muy delicados.

—Espero que usted adelante algo por allá— dijo Sir Ethelred, con gentileza, extendiendo su mano, suave al tacto pero ancha y fuerte como la mano de un campesino que ha llegado a una alta consideración.

El Subjefe la estrechó y se fue.

En la sala de espera, Toodles, que había estado esperando apoyado en la punta de una mesa, le salió al encuentro, dominando su natural animación.

—¿Y? ¿Todo bien?— preguntó con aire importante.

—Perfecto. Se ha ganado mi gratitud eterna— contestó el Subjefe, cuya larga cara parecía un palo, en contraste con la peculiar característica de la seriedad del otro, presta siempre a desvanecerse en susurros y risas ahogadas.

—Está bien. Pero, en serio, usted no puede imaginarse cómo está de irritado por los ataques contra su decreto de nacionalización de las pesquerías. Lo llaman el comienzo de la revolución social. Por supuesto que es una medida revolucionaria. Pero esos tipos no tienen decencia. Los ataques personales...

—He leído los diarios— hizo notar el Subjefe.


—Repugnante, ¿no? Y usted no tiene noción de la cantidad de trabajo que tiene que realizar todos los días. Lo hace todo solo. No quiere confiarse en nadie en este asunto de las pesquerías.

—Y con todo me ha concedido media hora para la consideración de mi diminuta mojarrita interrumpió el Subjefe.

—¡Diminuta! ¿Lo es? Me alegra oír eso; pero es una lástima que no la haya podido mantener quieta, entonces. Esta pelea lo enajena terriblemente.

Está llegando al agotamiento. Me doy cuenta por la forma en que se apoya en mi brazo cuando caminamos. Y además me pregunto:

¿estará a salvo en la calle? Mullins hizo venir a sus hombres aquí, esta tarde. Hay un agente plantado en cada farol y una de cada dos personas que encontramos desde aquí hasta el Palacio del Yard es un detective, evidentemente. Eso tiene que afectarle los nervios. Yo digo, esos bandidos foráneos ¿serían capaces de atentar contra él?... ¿lo serían? Tendríamos una calamidad nacional. El país no puede perderlo.

—Por no hablar de usted. Él se apoya en su brazo— rió el Subjefe, con sobriedad—. Se irían ambos.

—¿No será una forma fácil de entrar en la historia, para un hombre joven? No han sido asesinados tantos ministros británicos como para que la cosa constituya un incidente menor. Pero ahora en serio...

—Me temo que si usted quiere pasar a la historia tendrá que hacer algo al respecto. En serio: no hay peligro para ninguno de ustedes, fuera del trabajo excesivo.

El simpático Toodles recibió esa declaración con una risita.

—Las pesquerías no van a matarme. Me he cansado en estas últimas horas— declaró con ingenua ligereza—. Pero, arrepentido de inmediato, adoptó el aire caviloso de un hombre de estado, como quien se quita un guante. Su mente es tan poderosa que puede soportar cualquier trabajo. Son sus nervios los que me preocupan. La pandilla reaccionaria, con ese bruto insultante de Cheeseman a la cabeza, lo ofende todas las noches.

—¡Si insiste en iniciar una revolución! murmuró el Subjefe.

Ha llegado el momento, y él es el único hombre con envergadura para esa tarea protestó el revolucionario Toodles, ferviente bajo la mirada calma y especulativa del Subjefe de Policía. Lejos, en un corredor distante, sonó un timbre; con devota atención el joven prestó oídos a la llamada. Está listo para salir exclamó en un susurro; agarró su sombrero y desapareció de la sala.

De un modo menos elástico, el Subjefe salió por otra puerta. Cruzó otra vez la amplia avenida, caminó por la calle estrecha y volvió a entrar apresuradamente en el edificio de sus propias oficinas. Detuvo sus pasos acelerados ante la puerta de su oficina privada. Antes de cerrarla por completo, sus ojos inspeccionaron el escritorio. Se detuvo por un momento, luego caminó, miró a su alrededor en el piso, se sentó en su silla, tocó un timbre y esperó.

—¿El jefe Inspector Heat se ha ido ya?

—Sí, señor. Salió hace alrededor de media hora.


Asintió. «Eso hará.» Sentado todavía, con el sombrero echado hacia atrás, pensó que era muy propio de la maldita desfachatez de Heat llevarse, callado, la única evidencia material. Pero lo pensó sin animosidad.


Los servidores viejos y valiosos se toman libertades. El trozo de abrigo con la dirección cosida encima no era algo que se pudiera dejar en cualquier lado. Alejó de su mente esa manifestación de recelo ante el Inspector Heat, escribió y despachó una nota para su mujer, pidiéndole que lo disculpara ante la protectora de Michaelis, con quien estaba invitado a cenar esa coche.


Detrás de las cortinas de un apartado, en el que había un lavatorio, un perchero de madera y un estante, se puso un saco corto y un sombrero redondo que hicieron resaltar a las mil maravillas la longitud de su cara grave y oscura. Volvió a la luz plena de su oficina con el aspecto de un frío y reflexivo Don Quijote y los ojos hundidos de un fanático ignorado que adoptase una actitud muy decidida. Abandonó la escena de su actividad cotidiana con la rapidez de una sombra recatada.


Bajó a la calle como si bajara a un acuario lodoso del que se hubiera quitado el agua. Lo envolvió una lobreguez húmeda y sombría. Las paredes de las casas estaban mojadas, el barro de la calzada brillaba con un efecto de fosforescencia y, cuando emergió de la estrecha calleja al Strand, por el lado de la estación de Charing Cross, el genio del lugar lo poseyó. Podía haber sido uno más de los sospechosos extraños que se ven de noche, merodeando por los rincones oscuros.


Llegó hasta una parada en el borde mismo del pavimento y esperó.


Sus ojos expertos habían columbrado entre el confuso movimiento de luces y sombras apiñadas en la calle, la marcha acompasada de un coche. No hizo ninguna señal, pero cuando el estribo que se deslizaba junto al cordón llegó hasta su pie, saltó con destreza por delante de la enorme rueda y habló al cochero por la ventanilla, casi antes de que el hombre, desde lo alto de su asiento, se hubiese percatado del pasajero que llevaba.


El viaje no fue largo. Terminó abruptamente, en cualquier lugar, entre dos faroles, frente a una gran tapicería; una larga hilera de negocios ya se habían arropado bajo sus cortinas metálicas, para pasar la noche. Tras dar una moneda al cochero a través de la ventanilla, el pasajero descendió y se alejó dejándole la idea de una fantasmagoría pavorosa y excéntrica. Pero el tamaño de la moneda era satisfactorio al tacto, y como no era muy letrado, no lo poseyó el temor de pensar que se le podría transformar en una hoja seca dentro de su bolsillo. Elevado por encima del mundo privado de los pasajeros, por la naturaleza de su oficio, contemplaba el accionar de todos ellos con un interés limitado.


La forma vivaz en que hizo dar vuelta a su caballo era muestra de su filosofía.


Entretanto, el Subjefe de Policía ya estaba haciendo su pedido a un mozo, en un pequeño restaurante italiano, que estaba a la vuelta de la esquina; era uno de esos refugios para los hambrientos, largo y estrecho, atractivo por su perspectiva de espejos y manteles blancos, con poco aire, pero con atmósfera propia: una atmósfera fraudulenta que se burla de una humanidad abyecta en la más apremiante de sus necesidades miserables. Dentro de ese ámbito de dudosa moral, el Subjefe de Policía, mientras reflexionaba acerca de su cometido, parecía ir perdiendo algo más de su identidad. Tenía una sensación de aislamiento, de maligna libertad. Era bastante grato. Después de pagar su escasa comida, cuando se puso de pie esperando el cambio, se miró en un pedazo de espejo y lo impactó su extraña apariencia. Contemplaba su propia imagen con una mirada melancólica e inquisitiva y, obedeciendo a una repentina inspiración, se levantó el cuello del saco. Hacerlo le pareció adecuado y completó la operación retorciendo hacia arriba las puntas de su bigote negro. Se sintió satisfecho con las sutiles modificaciones de su aspecto personal, surgidas de esos mínimos cambios.


«Esto anda muy bien», pensó, «tengo que mojarme un poco, embarrarme otro poco...»Percibió a su lado la presencia del mozo y una pilita de monedas de plata en la punta de la mesa que estaba ante él. El mozo tenía un ojo puesto en las monedas y con el otro seguía la grácil espalda de una alta y no muy joven muchacha, que pasó de largo junto a una mesa lejana, como si fuera invisible y por completo vedada.


Parecía una clienta habitual.


Al salir, el Subjefe se hizo a sí mismo la observación de que los patrones del lugar, con el hábito de cocinar minutas, habían perdido todas sus características nacionales y privadas. Y esto era extraño, ya que el restaurante italiano es una particular institución británica. Pero esta gente estaba tan desnacionalizada como los platos que servían con toda la ceremonia de una respetabilidad sin sellos. Tampoco la personalidad de ellos tenía ningún sello, ni profesional, ni social, ni racial.


Parecían creados para un restaurante italiano, a menos que el restaurante italiano hubiese sido creado, por ventura, para ellos. Pero esta última hipótesis era inaceptable, ya que no se los puede ubicar en ningún lado que no sea alguno de esos especiales establecimientos. Nunca se encuentra a esas enigmáticas personas en ninguna otra parte. Era imposible formarse una idea precisa de cuáles eran las ocupaciones que tenían durante el día y a qué hora se iban a dormir en la noche. Y él mismo, el Subjefe de Policía, se sentía desconocido. Hubiera sido imposible para cualquiera adivinar cuál era su ocupación. En cuanto a eso de irse a dormir, hasta en su propia mente había dudas. Por cierto que no dudaba de su domicilio, sino de la hora en que podría volver allá. Un placentero sentimiento de independencia lo poseyó al oír que la puerta de cristal se cerraba a su espalda con un golpe amortiguado.


De inmediato avanzó dentro de una inmensidad de fango pringoso y mampostería mojada, entremezclado con luces, y envuelto, oprimido, penetrado, ahogado y sofocado por la negrura de una noche de niebla londinense, niebla salpicada de hollín y gotas de agua.


Brett Street no estaba muy lejos. Nacía, estrecha, del costado de un espacio triangular abierto, rodeado por oscuras y misteriosas casas, templos del comercio minorista, vacíos de compradores por la noche.


Sólo un puesto de frutas, en la esquina, presentaba una violenta llamarada de luz y color. Más allá todo era negro y las pocas personas que transitaban se desvanecían a paso largo por detrás de los montones relucientes de limones y naranjas. No había eco de pasos; se los oía secos, precisos. La aventurera cabeza del Departamento de Crímenes Especiales observaba esas desapariciones, a la distancia, con ojos de gran interés. Se sentía con el corazón ligero, como si hubiese estado emboscado, totalmente solo, en una selva a muchos miles de kilómetros de los escritorios y tinteros de las oficinas policiales. Esta alegría y dispersión del pensamiento antes de una tarea de cierta importancia pareciera probar que este mundo nuestro no es un asunto demasiado serio, después de todo. Y el Subjefe de Policía no tenía un carácter inclinado de por sí a la ligereza.


El policía de ronda proyectaba su forma sombría y movediza contra la gloria luminosa de naranjas y limones y se adentró en Brett Street sin prisa. El Subjefe, como si fuera un miembro del hampa, se demoró en la oscuridad, esperando su regreso. Pero ese agente parecía perdido para siempre de la institución; no reapareció: debía haberse ido por el otro extremo de la calle.


Una vez que llegó a esa conclusión, el Subjefe entró por ella y caminó junto a un enorme carro estacionado frente a la vidriera, apenas iluminada, de una casa de comidas. El cartero, adentro, reponía fuerzas y los caballos, con sus grandes cabezas inclinadas hacia el suelo, comían su pienso de los morrales, sin pausa. Más adelante, al otro lado de la calle, otro parche sospechoso de luz opaca surgía del frente del negocio de Mr. Verloc, con la vidriera tapada de papeles sostenidos con hirsutas pilas de cajas de tarjetas y tapas de libros. El Subjefe se detuvo a observar desde la vereda de enfrente; no podía haber equivocación.


Al costado de la vidriera, la puerta, entornada y trabada con las sombras de objetos indescriptibles, dejaba escapar hacia el pavimento una estrecha y clara línea de la luz de gas del interior, Detrás del Subjefe, el carro y los caballos, fundidos en un solo bloque, parecían algo vivo: un monstruo negro, cuadrado, que obstruía media calle entre el piafar brusco de las patas herradas, el fuerte entrechocar de los arneses metálicos y los pesados resoplidos. Al otro lado de una avenida, una amplia y próspera fonda enfrentaba, con su agrio brillo festivo y de mal augurio, el extremo final de Brett Street. Esa barrera de luces relumbrantes, por contraposición con las sombras acumuladas alrededor de la humilde casa, albergue de la felicidad doméstica de Mr. Verloc, arrastraba a sus espaldas la oscuridad de la calleja, haciéndola más tétrica, ominosa y siniestra.

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